EL PRIMER DÍA DE CLASE

Todos teníamos las mismas perspectivas al iniciar las clases. Al llegar al aula, me encuentro con rostros totalmente nuevos, me habían cambiado de sede, tengo la misma sensación de hace 15 años cuando comencé en la labor docente. Mi corazón se acelera, mis sentidos se agudizan para descubrirlo inesperado que pueda estar oculto, siento miradas inocentes que se posan sobre mí a la espera de lo que pueda decir, sus ojitos no se apartan ni por un instante y me siguen a todo lado.

De pronto rompo aquel silencio con mi voz, pronuncio un saludo sencillo: buenos días niños, quedo perpleja, aquellas veinticuatro criaturas se han puesto sobre sus pies como soldados a la orden de su comandante. Entonces sonrío y halago su actitud de profundo respeto. Les doy una cordial bienvenida y les manifiesto mi beneplácito al tenerlos en el aula de segundo por el año en curso. Dedicamos un tiempo a la oración.

Hacemos una dinámica de presentación y dejamos claras las primeras reglas y actividades a trabajar durante la primera semana. Estudiamos la misión, la visión, los valores y la política de calidad institucional. En medio de tanta aridez, es bueno un oasis, un respiro que nos transporte a un mundo menos cuadriculado, les enseño la ronda del indiecito y descubro que les agrada cantar y jugar a los mejores actores y actrices cuando de actuar se trata. La jornada ha transcurrido entre risas, juego, cantos; sus rostros reflejan satisfacción y agrado por la escuela, me despido de los pequeños y los guio hasta la puerta. Sus manitas me dicen adiós y siento en mi alma el pleno convencimiento que definitivamente nací para ser maestra.

Escritor: Jacqueline Girón Echavarría