“Estoy aburrido”: Escuela y mundo deben reconciliarse

En educación no hay reglas inamovibles ni recetas a seguir ciegamente. En base a la experiencia y a los aportes desde la teoría (ambos extensos; ambos muy ricos), es necesario partir desde esta premisa para manifestar que los adolescentes y jóvenes pueden aprender lo que se les enseña, siempre y cuando la escuela sea una institución permeable, dinámica y abierta a la sociedad. Además, y como consecuencia de estas características, esta institución debe reinterpretar permanentemente el adentro y el afuera. Todo ello con el fin último de que el acto pedagógico esté en consonancia con la real identidad y motivaciones de los chicos.

Cuando se habla de la educación secundaria actual, es casi inevitable que se la compare con “aquella” escuela de hace unas décadas atrás, la que estaba presente cuando los docentes de hoy éramos alumnos. Pero esta “actitud nostálgica” no sirve y no ayuda para tomar real dimensión de los estudiantes que hoy tenemos en las aulas, ni de las familias, ni de los profesores, ni de la rutina escolar, ni de los desafíos, ni de las necesidades, ni del sistema. No sirve, no ayuda, pero está presente. Y en definitiva trae como consecuencia que la escuela y el mundo, el adentro y el afuera, lo que pasa en las aulas y lo que pasa cuando termina la jornada escolar, están desfasados y hasta a veces van en sentido contrario.

¿Qué debemos mantener y qué debemos transformar del sistema educativo? ¿Debe ser exactamente igual lo que ocurre en la escuela con lo que sucede en la sociedad? ¿Hasta qué punto? ¿Cómo?. Preguntas de muy difícil respuestas, pero que las necesitan. Un aporte interesante puede ser pensar qué mundo tenemos hoy. Esto puede servirnos para ver cómo podría ser esta “reconciliación” entre la educación media y el mundo, buscando consensos más que imposiciones o victorias absolutas. Para ello tomemos un signo, un hecho, un indicio, un puntapie de lo que ocurre dentro de la escuela.

La frase que más escuchamos en las aulas es “estoy aburrido”. Más allá de lo que nos genere esta expresión (“hoy nada motiva a los chicos”, “me tienen casado con eso”, “¿qué?, ¿soy niñera?”, “nadie les dijo que la escuela debía ser divertida”, “bueno, la próxima vez me disfrazo de Piñón Fijo”), lo cierto es que haciendo un análisis algo más profundo podemos decir que cuando nuestros alumnos dicen estar aburridos, en realidad están manifestando una de las características de estos tiempos veloces y fugaces: la falta de sentido de lo que va ocurriendo, que se manifiesta en otra frase muy común (que muchas veces nos deja al menos pensando como educadores): “¿Y esto, para qué me sirve?”.

Más allá de los contenidos, o de la real aplicación de éstos en la vida diaria, lo que están queriendo decir es: 1- Los parámetros con los que suelen medir lo que les va ocurriendo (dentro y fuera de la escuela) es aburrido / divertido; 2- Lo divertido es igual a: cómodo, fácil, cambiante, autónomo, sin esfuerzo, al alcance de la mano siempre; 3- Están pidiendo que se haga cargo o los ayuden en su aburrimiento (porque no quieren exponerse al riesgo de ver sus necesidades trascendentes: adolecen).

Esto dicen los alumnos con sus palabras y sus actitudes (y seguramente mucho más dependiendo de cada singularidad). Pero a favor de ellos hay que decir que son el fiel reflejo de lo que ocurre en toda la sociedad, en cada ámbito que van descubriendo. En fin, hoy el mundo para los estudiantes es mucho más “atractivo” que la escuela, pero esa atracción se basa en una forma de ser que privilegia lo efímero, lo superficial y –en el extremo- lo ensordecedor y cegador. Todas características que no ayudan a la formación integral y profunda del ser humano, o por lo menos no es lo que promueve la educación formal.

Aquí es donde la escuela debe reaparecer en escena, no para imitar lo que ocurre fuera de ella, no para ser “divertida”, pero tampoco para aferrarse con negativa terquedad a su forma de ser de hace siglos. Debe ser protagonista para seguir formando jóvenes que sepan actuar en el mundo de hoy, que lo cuestionen, que lo construyan activamente. En esta misión, las instituciones educativas y los docentes no deben perder su identidad, deben resignificar la autoridad y ayudar a las familias a recuperarla, deben situar al chico como constructor de conocimiento y darle una independencia guiada. Y deben entender el mundo, el propio y el ajeno.

Escuela y mundo deben reconciliarse, trabajar en conjunto, cuestionarse y revisarse mutuamente. Y en esta tarea la educación secundaria tiene la función de romper con aquella dicotomía aburrido / divertido, debe trascenderla y proponer una formación apasionada (porque los docentes sienten pasión por lo que hacen y necesitan de la pasión de los alumnos para construir el conocimiento), sin negar el afuera y preservando su esencia como institución social formadora de seres humanos autónomos y críticos.

Para aprender, los chicos tienen que encontrar el sentido a lo que hacen (y no sólo buscar su utilidad práctica inmediata). Es decir, deben trascender los mandatos implícitos y actuales de la sociedad. Por su parte, para enseñar, los docentes deben trascender las “tradiciones” y los preconceptos. En fin, para cumplir con su función, la escuela debe trascenderse, recordando a cada paso que en educación no hay reglas inamovibles ni recetas a seguir ciegamente.

Escritor: Pedro Figueroa