¿Estuvo bien lo que hice?

La semana pasada se acercó a mí una profesora y me preguntó: – ¿estuvo bien lo que hice? -En ese momento yo me encontraba haciendo una tarea importante, por lo que le respondí: – si deseas mi respuesta nos vemos a la salida. A partir de ese momento estuve recordando los detalles que habían antecedido el infortunado accidente de su alumno. Ya se tenían todas las piezas del rompecabezas, sólo faltaba armarlo ordenadamente.

Willy, al igual que sus compañeros de grupo, salían de su clase de computación; la última clase del día. En su ansiedad por prepararse para salir, los alumnos del frente de la fila corrieron, los que estaban en medio de la fila caminaron rápido y los últimos de la fila conservaron su distancia al caminar. La profesora de computación se quedó observando que salieran de su salón los últimos dos niños. Ninguno de ellos se imaginó que al mismo tiempo un grupo de niños mayores que ellos saldrían de su salón con las mochilas ya listas para retirarse de la escuela. Entre esa confusión en el pasillo, de repente se escucharon gritos:- ¡Maestra, maestra, se cayó un niño!- La profesora más cercana corrió para auxiliar y sólo acertó en llamar a gritos a Meche, la miss de Willy. El niño que se había estrellado contra la pared presentaba abundante sangrado en su cabeza.

Meche subió corriendo por la escalera. Su alumno ya estaba recibiendo los primeros auxilios de parte de miss Tania, una profesora de Inglés. Confundida y nerviosa, Meche le pidió a la maestra responsable de la guardia de la puerta que en cuanto llegara la mamá de Willy, la pasara inmediatamente a la dirección. Meche corrió a mi oficina para avisarme lo ocurrido. Los siguientes minutos pasaron rápidamente. Miss Tania ya había controlado la hemorragia de la herida en la frente de Willy. Yo corroboré su estabilidad y al reconocer que se encontraba bien orientado lo llevamos con todo cuidado a la dirección y, en el preciso momento en que bajábamos las escaleras, nos encontramos de frente con la mamá de Willy.

¿Qué hace aquí?, me pregunté. No es que me negara a verla, pero aún nos faltaba ponerle una gasa en la frente a Willy, hacer la carta de activación del seguro contra accidentes y avisar al hospital para que lo recibieran lo más rápido posible. ¿Qué le pasó a mi hijo?- gritó la mamá de Willy al verlo.- Todo lo siguiente que salió por su boca fueron ofensas y advertencias de las acciones que tomaría si su hijo tuviera una lesión mayor. Se le comunicó lo ocurrido y también que ya esperaban a su hijo en el hospital. Ella no aceptaba lo que se le decía. Tenía una conferencia muy importante que dar. En un intento por ayudar, Meche se ofreció a acompañarla al hospital; eso sí lo aceptó.

Al llegar al hospital la mamá de Willy se exasperó por no ser recibida por el médico en el mismo instante en que llegaron, así que le pidió a Meche y a su hijo que se subieran al auto para ir a un hospital de su confianza. Tras una moderada espera y sin haber probado bocado alguno, atendieron a Willy alrededor de las seis de la tarde. Ya se habían retirado la mayoría de los alumnos y de los maestros cuando Meche se acercó nuevamente a mí y me preguntó: – ¿estuvo bien lo que hice?, ¿hubo algo equivocado?- Le pedí que nos sentáramos y que revisáramos los eventos ocurridos en general. Dimos con un punto muy importante: ¿por qué se mostró tan enojada la mamá de Willy? Porque no fue tomada en cuenta. Lo explicaré mejor.

Meche le pidió a la profesora de la guardia en la puerta que en cuanto llegara la mamá de Willy la pasara inmediatamente a la dirección. Y así lo hizo. En la dirección aún no sabían lo que había ocurrido, así que cuando la señora preguntó por qué la hicieron pasar, ni la recepcionista, ni la profesora de apoyo le respondieron. Ellas sólo entraban y salían sin respuesta alguna y así fue por aproximadamente cinco minutos. Meche olvidó acercarse a ella para comunicarle lo sucedido.

Mira Meche – le dije.- Si a cualquier mamá que llega a la escuela de su hijo le piden que pase a la dirección sin explicarle el motivo, le dan el espacio para imaginar mil razones por las cuales le hacen esa solicitud. Si pasan los minutos y nadie le da una explicación cada una de las ideas que vienen a su mente se pueden convertir en gigantes que la lleven a sentir ansiedad. Meche guardó silencio. Reconoció que, cuando se trata de seres humanos, de maestros y alumnos, de padres e hijos, es indispensable mantener la comunicación oportuna y adecuada para evitar los conflictos.
-No hiciste algo mal- le contesté. Omitiste hacer algo: mantener la comunicación asertiva. Estoy segura de que todos aprendimos algo en esta lección.

Autor: Verónica Zacarías López