Evidencias de algo sobrenatural nada más.

Aunque la mayoría de las personas no lo reconozcan y lo tomen como algo desdeñoso, es inevitable seguir siendo incrédula a este tipo de especímenes. Yo, formaba parte de estas personas, las incrédulas, las que no les basta con oír historias y más historias, porque de la única forma que creen es evidenciándolo. Así fue. Estaba un poco oscuro, la tarde se enlutaba y tras la sombra de los árboles y con una gran linterna lograba ver como él esculpía un trozo de madera con tanta facilidad, se veía zafio, de mala cara e incluso fruncía el ceño, sin duda tenía rabia, pero paradójicamente, trabajaba en la madera con mucha desenvoltura.

Esa irascibilidad que se le caracterizaba en el momento, pudo haber sido porque alguien lo lastimó, he escuchado: “nos lastiman más las personas que amamos y respetamos que aquellas a las que odiamos y tememos”; justo, en ese preciso instante recordé eso. Era increíble ver como lo consumía un aspecto muy parecido al desespero, a la ansiedad, al desasosiego, pero, sin embargo, continuaba labrando su trozo de árbol. Bueno, se preguntarán ustedes : ¿ Cómo pude percibir todo eso en alguien que ni siquiera conocía?. No fue complicado , su rostro y acciones lo mostraban todo, aunque me recorría por todo el cuerpo un gélido escalofrío que cada vez se volvía más intenso.

Eran las 6: 00 am un martes 25 de octubre, cuando decidí tomar el camino para hacer travesía a un bosque que aunque nativo ya había sido pisado. Pasaron muchas horas para que decidiera descansar, soltar mi mochila y sacar unos panecitos con bocadillos para recuperar alientos, fue ahí, justo ahí detrás de ese árbol grueso donde se encontraba ese implacable ser. Grande, corpulento, tanto que inmediatamente traje a colisión ese gigante de los cuentos, donde aparece amarrado porque la gente le temía, bueno, realmente con la diferencia de que no se me ocurrió amarrarlo, me pareció muy atrevido de mi parte, que, además de intrusa fuera a actuar coma una sicópata enloquecida, sabiendo que en realidad no me estaba haciendo daño alguno.

Cuando recordé a Gulliver me dio una risita pícara porque eran muy parecidos, siendo los árboles tan altos y tan similares a su tamaño que perfectamente podría estar cortándolo para hacer su cama, ¡Pero claro, los gigantes también duermen! -me dije-. Era hermoso e inquietante que tras ver un “fenómeno” pudiese escuchar los gorjeos de los pájaros, ese silbido tierno y sonoro que cada ave suelta quizás al sentirse conmovida con lo que sucede a su alrededor. Por un momento aparté mi vista de ese ser que tanta atención me había llamado, arrinconé cualquier tipo de pensamientos enigmáticos y caí en la cuenta que lo que sucedía en ese momento era real, tan real que cuando el gigante se recostó en el suelo este tuvo la sensación de moverse: ¡Cómo no, con semejante peso!. Mientras ambos descansábamos y liberábamos peculiares pensamientos (cada uno con una ruta diferente) el panorama seguía mostrándose fresco, tranquilo y muy poco banal, nada que ver con lo común, algo que me tenía con una risa felina y feliz.

De una forma muy inquisitiva me empecé a acercar, no mucho para que no sintiera mi presencia ni muy poco como para perderlo de vista, así, fijando mi mirada en tal cuerpo pude notar que en su apariencia predominaban los gestos de insatisfacción por lo que le sucedía, era evidente que no disfrutaba de su vida (no en ese momento) tanto como para no tratar de curar el alma así sea en el oficio que se encontraba realizando en ese relámpago de tiempo.

El gigante con sus magnas manos que encajaban perfectamente con el hacha se veía como un ermitaño, no de esos que parecen leñadores con indumentaria suficiente para identificarse como tal sino de esos ermitaños tristes, melancólicos y algo tétricos que según su tono facial no producía fanatismo por una sonrisa. Cortaba la madera con tanta fuerza que de un solo golpe la dejaba hecha trizas , en una ocasión dejó un pedazo de madera casi que en migajas porque tras de darle un leñazo lo remató con dos; imagínense ustedes como dejó ese pobre pedacito de árbol.

Pasados los quince minutos de mi receso me levanté más hidratada que nunca, sintiendo como si hubiera bebido un litro completo de agua y fuera de eso me hubiese bañado del mismo. Mientras tanto, pensaba cómo seguir con mi camino. Por otro lado me consumía la duda de qué podría pasarle a este gigante y aunque en ningún momento me le acerqué – temí de él – pero más que de su tamaño era de esa rabia que llevaba consigo y reflejaba en su rostro. Se me ocurrió sacar un pedazo de papel, lápiz y escribir algo así como: Sé feliz gigante, también hay un mundo nuevo para ti ” no lo pensé dos veces, lo envolví en una piedra de un tamaño considerable, la apunté en su cabeza y me tiré trocha abajo.

Escritor: Liliana Giraldo.