INSTINTO, RAZÓN Y CONCIENCIA: INDICADORES DE LO HUMANO

 La mente humana: un profundo entramado de señales, dinámicas, relaciones, etc., que fluctúan y tienen una incidencia directa en todo el desarrollo humano. Es la mente la que posibilita el lenguaje, entendido como facultad, y es éste a su vez el que da paso a la lengua, que es el sistema que posibilita interactuar con otros seres y vivir en comunidad, como lo dicta la naturaleza humana. Pero ésta va mucho más allá de la vida en común, de la interacción. A veces, aparecen rasgos naturales, reflejos de algún modo, que se involucran de manera profunda con nuestro comportamiento cotidiano. Estos reflejos, si bien no son involuntarios en un sentido estricto, tampoco obedecen de manera completa a la racionalización: es lo que llamamos el instinto.

El instinto está presente en la naturaleza de los seres, racionales e irracionales, y regula las conductas de comportamiento de los animales. Pero el instinto en los seres humanos, es algo muchísimo más complejo: no regula de forma total la conducta, pero participa de forma activa en sus dinámicas. Una madre, por ejemplo, da gran prelación a su constructo instintivo, especialmente en los primeros días del neonato. Las horas de alimentarlo, la forma de darle calor y de hablarle, el mantenerlo cerca de su pecho, no son cosas para las que se educan a las mujeres, en el colegio por ejemplo. Estas actitudes muestran la relevancia que posee el instinto para los seres humanos, en momentos determinantes de su existencia.

Analicemos otra categoría extremadamente relevante para el entramado cognitivo del ser humano: la razón. Entendamos a la razón como la facultad de pensar sobre el pensamiento mismo. Puede sonar complejo: Los animales, como ya establecimos, supeditan su comportamiento al instinto. No obstante, de alguna manera, este mecanicismo también cede a la voluntad del animal. Los perros por ejemplo, eligen ser afectuosos con ciertas personas y agresivos con otras. Si esta conducta fuera instintiva, se rechazaría o aceptaría a todo el género humano y no sólo a ciertos individuos. Esta conducta evidencia voluntad, y la voluntad, como forma de elección, se configuraría como una parte muy mínima de lo que en los seres humanos podemos categorizar como pensamiento. Pero el ser humano es capaz de reflexionar acerca de sus decisiones, y es capaz de pensar que piensa sobre sus acciones, y de hecho pensar sobre esta acción también, y seguir así y tal vez llegar a un círculo infinito. Este proceso recíproco, de pensar sobre lo que se piensa, es lo que podemos entender como razón. Y esta razón permite al hombre, suprimir manifestaciones del instinto. Veamos esto en términos reales: un hombre se entrega al celibato, en la cultura católica, más concretamente. Este hombre es consciente de que no podrá tener ningún tipo de acercamiento sexual con hembras de su especie desde que tome los votos en adelante, por siempre, a menos que deje la profesión, lo que no siempre ocurre. Esto suprime el instinto, porque éste último implica reproducirse, y los rituales y actos sexuales que esto conlleve. Para nadie es un secreto que la reproducción, más que un modelo social, es un rasgo instintivo en los seres humanos. Los núcleos familiares varían dependiendo de la cultura y la sociedad, pero por más diversas que éstas sean, estos modelos de grupo existen y perduran a través del tiempo.

El celibato es una ruptura de un impulso instintivo, y esta ruptura sólo es posible apoyada, fundamentada y argumentada en, y desde la razón. El hombre sabe que sabe, ergo el hombre razona. Un hombre que camina, y de repente piensa “estoy caminando”, no hace más que razonar sobre su accionar. Podría entonces detenerse, y escribir acerca del caminar y reflexionar sobre ello; pero al sentarse a escribir también podría detenerse y pensar “estoy escribiendo”; también entonces podría detenerse y salir a caminar, reflexionando sobre la escritura, y la mente humana permite todo este complejo proceso. Lo que aquí postulamos es que, al estar al tanto de los procesos mentales, se pueden manipular de formas incalculables, pero ese “estar al tanto” de estos procesos es, en sí, el ser consciente.

La conciencia es un tema tratado diversa y profundamente a través de la historia. Walt Disney, por ejemplo, decidió representar a la conciencia como un pequeño grillo con sacoleva y sombrero de copa, que dicta preceptos morales y éticos desde el hombro de Pinocho. Este modelo mostró a la conciencia como una distinción entre el bien y el mal. Ser consciente, según este modelo, es saber de qué modo se obra y las repercusiones éticas y morales que esto tiene. La conciencia es entonces una necesidad, sociológicamente hablando. La conciencia de los miembros de una comunidad garantizaría, de cierto modo, el progreso de la misma; constituyendo sus individuos en seres auto-regulados capaces de distinguir entre el bien y el mal, y las consecuencias de sus acciones para con los demás. La conciencia también puede entenderse como la percepción inmediata de la realidad. De ahí que las personas desmayadas o sumidas en un profundo sueño sean categorizadas como inconscientes. Pero ser consciente es también tener parámetros de distinción entre el bien y el mal, y ser inconsciente es, en este orden de ideas, el obrar de manera despreocupada de las consecuencias de la acción y a quienes pueda perjudicar. Estas definiciones del ser consciente, desde la medicina y desde la ética, parecen muy lejanas entre sí. Nos oponemos a esta visión. Estas definiciones, pueden ser tan cercanas, que pueden confluir en un mismo concepto, que es la conciencia global. Entendamos a la conciencia como la capacidad de saber lo que acontece en el Yo, de forma concreta o abstracta y de otorgarle un concepto. Así las cosas, hemos analizado instinto, razón, y conciencia, tal vez de forma subjetiva, tal vez superficial. No obstante, esta reflexión hace parte del proceso de reconocimiento de lo humano. Simplemente, este documento busca contribuir a la conciencia de la razón.

Escritor: Ignacio Garnica Laverde