Jan Švankmajer: cine, literatura y magia

La obra de Jan Švankmajer, artista de culto, conocido sólo por un público selecto, puede contarse entre las producciones más originales de nuestro tiempo. Nació en Praga, en 1934, y ha influido en importantes directores de cine, entre los que se cuentan John Lassete, Tim Burton, Terry Gilliam y Jean-Pierre Jeunet. Švankmajer fue discípulo de Jiri Trnka y se lo considera uno de los maestros de la técnica de animación llamada stop-motion, que consiste en moldear trozos de plastilina o macilla para fabricar un montaje. Además de realizar cine, Švankmajer se abocó a la escultura, el diseño gráfico, el teatro y la poesía.

Inspirado por el surrealismo, plasmó varias piezas teatrales y cortometrajes desde 1964 hasta 1972, cuando fue censurado por el estado checo debido a la índole truculenta de sus creaciones. Recién en 1977 pudo volver a dar a conocer su trabajo, estrenando un corto basado en la novela de Horace Walpole “El castillo de Otranto” (Otrantský zámek) y luego, en 1981, una versión del cuento de Edgar Allan Poe “La caída de la casa Usher” (Zánik domu Usherů). Es autor de 27 cortometrajes y 6 largometrajes, en los que generalmente se encuentra una fuerte presencia de alusiones literarias. En 1999 publicó una suerte de poética a la que tituló Decálogo, refiriendo al famoso texto de Poe, donde explicita sus preferencias estéticas.

Ha realizado una adaptación cinematográfica del Fausto de Goethe y de Alicia en el país de las Maravillas de Lewis Carroll. “Los conspiradores del placer” (Spiklenci slasti) e “Insania” (Šílení Lunacy) constituyen de igual modo puestas en escena imbuidas por textos del Marqués de Sade y Leopold von Sacher-Masoch. No obstante, sus producciones no abrevan únicamente en el terreno de la literatura. El film “Insania” posee un prólogo donde el propio autor recita un fragmento de texto donde refiere a la obra del filósofo francés Michel Foucault Vigilar y castigar; y en su última película, “Sobrevivir a la vida, teoría y práctica” (Přežít svůj život, teorie a praxe), alude de manera frontal al discurso psicoanalítico poniendo en escena retratos de Sigmund Freud y Carl Gustav Jung.

Por sus elecciones temáticas y argumentales, los films de Švankmajer producen una fascinación perturbadora. Su técnica de animación, tan diferente a lo que la pantalla de Hollywood nos tiene acostumbrados, desdibuja la frontera entre las personas y las cosas. A este respecto, no se puede eludir la referencia a una de sus obras maestras, que fue estrenada en el año 2000: Otesánek. Al promediar la película, el director saluda al surrealismo, detonando las normas del universo cotidiano. La trama de Otesánek depone las leyes de la vida rutinaria para asumir las características del maravilloso y torvo mundo de un cuento tradicional, donde un trozo de madera se transfigura en un ominoso hijo, acuciado por una voracidad insaciable y terrorífica. El instinto maternal, la sexualidad y los rasgos obsesivos de los personajes que desfilan por la pantalla se cruzan para revertir la infertilidad de una pareja a la que le resulta imposible concebir un niño, a condición de hacer estallar los principios que garantizan la cordura.

Las obras de Švankmajer, según ha referido el propio autor, intentan desandar los pasos que han escindido, en nuestra cultura, el arte de la magia. Para el director checo, es necesario devolverle al arte su antiguo cariz mágico, al tiempo que se promueve el espíritu lúdico frente a la eficacia comercial. En consecuencia con estos principios, Švankmajer evitará sistemáticamente el uso de los recursos más convencionales del cine de masas, los llamados special effects; así como tampoco cederá a la realización de películas que pudieran ser encasilladas en alguno de los “géneros” predeterminados por el mercado (comedia, acción, romance, terror, etc.).

En “Sobrevivir a la vida, teoría y práctica”, estrenada en 2010, el autor efectúa una suerte de pastiche, donde fotografías (imágenes fijas) adquieren la movilidad de personajes cinematográficos. Retomando sus más característicos símbolos, desfilan ante nuestros ojos lenguas sin cuerpo, moldeadas en plastilina, que se arrastran y entrelazan; gayos que asoman por las buhardillas de un edificio o sobre los hombros de una mujer descomunal; y ramilletes de flores que se adhieren a la pantalla como si hubieran sido recortados de una revista cualquiera. Por su estética desopilante y su mirada incisiva, Jan Švankmajer resulta un director inconfundible, con una propuesta artística que no encuentra parangón. La coherencia de su trayectoria y la maestría de sus realizaciones lo convierten en uno de los mayores exponentes de nuestro tiempo.

Escritor: Favio Seimandi