LA FIESTA

Les he visto salir muy deprisa, como si deseasen no haber entrado. No estoy dispuesto a arruinarme, ha dicho el chico rubio en un tono más alto de lo normal, como si quisiese que todos lo escuchásemos, como si quisiese empezar una revolución contra los restaurantes caros de Barcelona. A veces pienso que la gente realmente no se preocupa por cosas importantes, pero no sé si este es el caso. Medias raciones, sigue diciendo, medias raciones, mira: ensalada de aguacate, langostinos y vinagreta de albahaca 9, 95 euros. Bebida aparte.

No estoy dispuesto a arruinarme, te lo aseguro. Ojalá no hubiesen entrado, lo digo por ellos. La gente debería estar satisfecha con las decisiones que toma, pero eso rara veces ocurre. Después me he quedado pensando que hay poca gente que abandone un restaurante. He visto a poca gente que se levante de la mesa que le han asignado y se vaya, después de sentarse y después de que le hayan traído la carta. No me ha parecido ni bien ni mal. Pero nunca había visto eso, claro que nunca había estado tanto rato dentro de un restaurante observando a la gente. A lo mejor cuando estás muchas horas en un mismo lugar ves ese tipo de cosas.

Media hora después la mesa se ha vuelto a ocupar por una mujer que aunque se ha sentado sola ha estado todo el rato hablando por teléfono y mandando mensajes, o sea, estaba sola pero, en realidad, no lo estaba. Después, con el café se ha terminado dos libros que tenía a medio empezar. No he podido leer el título, en ninguna de las tres ocasiones que los ha dejado sobre la mesa. Y me muero de curiosidad. Si J estuviese aquí me hubiese dicho que es igual, que todos los escritores escriben sobre lo mismo, que los escritores siempre escriben sobre su vida. Hay pocas cosas que puedan sorprenderle. J es camarero, pero no trabaja aquí. Los camareros opinan sobre muchísimas cosas, aunque uno piense que sólo sirven mesas. Nadie piensa qué hacen en su tiempo libre.

Quiero una botella de agua grande, le ha dicho alguien al camarero (le voy a llamar Leo, cualquier nombre es siempre mejor para referirse a una persona que una profesión). ¿Una botella de agua grande? Leo ha vuelto con una botella pequeña y ha dicho que esa era la más grande que tenía. Era claramente una botella pequeñísima, pero algunos profesionales tienen prohibido decir que no. Por eso Leo lo evita. Aunque sea que no, tienen que decir otra cosa. Me lo ha dicho J. Eso le gustaba, a veces estábamos toda la noche diciendo cosas sin poder utilizar la palabra no, jugando.

El restaurante está lleno de gente. Hay una chica que ha dicho que estaba genial. ¿De verdad? No se puede estar tan bien, ni siquiera bien, con esa cara tan triste como la que ella tenía. El que se lo ha preguntado no parecía muy interesado en saber la respuesta, pasa a menudo, quizás por eso ante la pregunta cómo estás todo el mundo contesta que está bien, sin más, eso no es ninguna revelación. Pero no hace falta decir genial, a no ser que quieras creértelo tú mismo. Este es un lugar hermoso, con sillones y con todo lo necesario para ser feliz, o por lo menos para serlo por un momento.

Pero no funciona. Fíjate, resulta difícil de entender y hasta de asumir todas las caras tristes que hay aquí. Gente cargada de obligaciones, cansada de hacer lo que le corresponde se sienta en un restaurante y no cambia su gesto serio, más propio del género dramático que del de la comedia. Y siempre debería ser al revés. Una película con personajes felices, una película divertida. Una fiesta. Turistas curiosos que lo prueban todo porque está lejos de su alcance, lejos de su rutina. Poca importancia tiene que el camarero tarde demasiado en traerte los segundos platos o que en ese restaurante no sirvan caviar. Los invitados a tu fiesta y la actitud de uno mismo son los responsables de que se cumplan las expectativas, de pasar un buen momento, el lugar sólo es el escenario. En definitiva, la predisposición es a veces igual de importante para ir a un restaurante que salir de casa con dinero.

Autor: Florina García