La Filosofía

La palabra filosofía significa etimológicamente (desde su origen) amor a la sabiduría. Deriva de las palabras griegas philos, que significa “amor, afección a, amistad” y sophia, que quiere decir “sabiduría, conocimiento”. En la Grecia del siglo IV a.c. el filósofo, el amante de la sabiduría nació como el opuesto al sophós, es decir, al sabio. Este último era el que poseía la sabiduría mientras que el filósofo era aquel que la buscaba constantemente porque carecía de ella; lo suyo era amor por la sabiduría. El filosofo interpela, pregunta, plantea interrogantes más que respuestas, es un buscador de respuestas; la duda lo acompaña siempre. Se preocupa por saber.

¿Por qué busca constantemente la sabiduría que el sabio ya tiene? Porque el filosofo es (y será) un enamorado del saber, ansioso por conocer, y que siente la necesidad aprender siempre mas y nunca se satisface con lo que sabe. Se trata no de un erudito, sino que para diferenciarlo del sabio diremos que es alguien que hace de la reflexión una actividad central de su vida. Y la reflexión no es solamente en su cabeza o su intelecto, sino que va más allá: es un movimiento sobre sí mismo. La reflexión del filósofo es en repliegue interior en el que uno se pone frente a sí mismo para observar sus ideas, sus opiniones, pensamientos. Si reflexionamos sobre el sentido de la vida, por ejemplo, el ejercicio consistirá en percibir que es lo que pensamos nosotros mismos sobre él. Y es por esto que la reflexión implica siempre el cuestionamiento: ¿que pienso que es la vida? ¿En que creo que consiste la existencia? y es la elaboración que intenta hacer el filósofo. En resumen el filósofo trata de explicar la realidad, mostrando cómo se relacionan las partes entre sí y cómo funciona la totalidad que explica. es decir que no se conforma con una respuesta rápida, o conforma con opiniones tranquilizadoras. Para un científico la necesidad de llegar a la verdad o la importancia de adquirir mayor conocimiento son presupuestos de los que parte y con los que todos los científicos acuerdan sin preocuparse por explicar porque esto es así.

Ahora, no todos los seres humanos pueden o deben ser “filósofos”, de profesión “filósofos”; pero todos, en mayor o menor medida, abordan en alguno momento de su existencia con claridad de ideas o con palabras balbuceantes consigo mismo o en el dialogo franco de una amistad, de forma permanente o esporádicamente, emitiendo sus propias opiniones o consultando los escritos de otros, temas filosóficos, cuestiones de la filosofía. Y existen también momentos de la vida, actitudes, que se tornan particularmente fecundas para los interrogantes filosóficos: como si allí, en medio de tales situaciones, el ser humano pudiera resistirse y debe acceder a las grandes cuestiones del pensamiento.

La ciencia madre La filosofía nace desde muchos años antes de Cristo. Y principalmente se fue divulgando la tradición filosófica oralmente. A medida que los pueblos, las civilizaciones o el hombre se preocupo por desarrollar su cuestionamiento crítico la filosofía siguió desarrollándose. Después de miles de años y con el paso del tiempo, el pensamiento filosófico se ha desarrollado de manera tal que sus preguntas pudieron ser agrupadas en diferentes áreas. De este modo, como para los filósofos las preguntas siempre fueron más importantes que las respuestas, los cuestionamientos se hicieron cada vez más específicos, de manera que se hizo posible clasificarlos en ramas de la filosofía. Preguntas como ¿es posible el conocimiento?, ¿Qué es el conocimiento objetivo?, o ¿percibimos los objetos tal cual son? , ¿Cómo hacemos para conocer algo?, no se refieren al mismo ámbito de interés que si nos preguntamos ¿Qué es un hombre?, por ejemplo. Mientras que las primeras preguntas conforman la parte de la filosofía que se llama Gnoseología o Teoría del conocimiento, la última le importa a la Antropología filosófica.

Escritor: Oscar Rios D’Ascenzo