La hija de delfina

La joven emprendió un largo, silencioso y dúctil camino hacia el siniestro; a su edad no comprendía la esencia del duelo y mucho menos imaginaba ser víctima de la muerte sorpresiva; la noche anterior al desprevenido suceso sintió como el inframundo se acercó a ella y le susurró al oído que la deseaba, cuando despertó asustada no recordó nada y simplemente se dirigió al baño y orino, volvió a la cama y tuvo su última y más profunda siesta; nunca la atracaron para robarla, nunca fue herida en su corazón por un beso y jamás conocerá el divorcio;mami ya está el desayuno? si quiere que le sirva, báñese primero, no olvide lavar los cucos y cambiarse las medias segundo, haga el favor y me apaga el televisor que no me deja escuchar la emisora (en la dial sonaba música guasca) y vea ayúdele a la abuelita que se está babeando.Msi era la mejor del salón.

Tiernamente salió de la cocina, entre saltando, tarareando una canción infantil de su único CD, con una sonrisa dibujada por el anhelo de llegar a tener aquel apreciado juguete de vitrina y así, con su espíritu libre de maldad y de envidia se dirigió donde la cansada, agotada y desgastada anciana que tan solo emitía sonidos que trataban ser palabras; la acaricio, peino dulcemente y le dijo al oído: abuelita, cuando sea grande voy a trabajar muy duro para darte todas las medicinas que necesitas sin que tengamos que hacer esas aburridoras filas.- la anciana Judid se retorció lentamente en signo de entendimiento y complacencia.

 Mami, chao, te amo, gracias por las cositas (mecato) y mi Dios le page. Su madre, Delfina la abrazo, persigno, le deseo lo mejor y le pego una cariñosa palmada en la nalga, mientras ambas observaban como se acercaba el bus que la llevaría a la escuela. Esa fue la última despedida que se dieron madre e hija, bajo la encrucijada máscara del destino. señor por aquí! Por aquí! Aquí!. El bus tenía la puerta a la calle abierta, en la curva de su propia casa la niña cayó al suelo sin oportunidad de sujetarse a alguien o algo, con tal gravedad el impacto que no dio lugar al llanto pues inmediatamente murió, el bus siguió unos cien metros más hasta que paro después de que las personas allí reclamaran y se alarmaran profundamente; ella dulce, tierna e inocente quedo tendida al pie de su casa sin signos vitales, sin su muñeca de vitrina y con una excelente hoja de vida.

La joven emprendió un largo, silencioso y dúctil camino hacia el siniestro; a su edad no comprendía la esencia del duelo y mucho menos imaginaba ser víctima de la muerte sorpresiva; la noche anterior al desprevenido suceso sintió como el inframundo se acercó a ella y le susurró al oído que la deseaba.

Escritor: HERNAN DARIO ALVAREZ ARBOLEDA