La percepción del paisaje por parte del turista no está determinada exclusivamente por su mirada sino que ésta se halla muy influenciada por el grupo social y económico al que pertenece y es además sensible a las miradas colectivas. Por ejemplo, la cultura influye fuertemente en la forma de entender el espacio. Cada sociedad y cada momento histórico crea sus propios sentimientos hacia diferentes paisajes, tiene predilección por unos, rechaza otros y carga de simbolismo ciertos elementos. Por ejemplo, hasta hace tan sólo unas décadas los humedales eran percibidos de forma negativa por la sociedad; eran lugares improductivos, focos de enfermedades e insalubres, pero en unos años se han revalorizado por sus características ecológicas y son apreciados, se protegen e incluso se visitan como lugar de esparcimiento, recreo y destino destacado para el turismo ornitológico.
Sin embargo, los mayores cambios perceptivos se sitúan prácticamente en el origen del propio turismo. Durante el itinerario por Europa conocido como Grand Tour, que realizaban los jóvenes de clase alta de los siglos XVII y XVIII con el objetivo de aprender in situ en los lugares más importantes de la historia del continente, se visitaban lugares de belleza paisajística por el mero afán contemplativo. Pero es en el siglo XVIII cuando se produce el “descubrimiento” de dos espacios, que por diferentes motivos habían permanecido en el imaginario colectivo como lugares en los que la naturaleza se presenta en su estado más enérgico.
Hablamos de la montaña y del mar. Durante muchos siglos, el primero fue considerado un lugar sagrado y terrorífico a la vez. Las montañas eran sitios en los que las condiciones físicas y naturales aparecían en su máximo esplendor. La truncada orografía, las condiciones climatológicas, la exuberante vegetación hacían de él un medio hostil en el que sólo los hombres que eran dignos de Dios, como ermitaños podían sobrevivir. Vigorosidad natural y espiritualidad se confundían en estas áreas que hasta hoy en día han permanecido como lugares sagrados y mágicos en los que son abundantes las ermitas y las leyendas como Monsterrat en Cataluña, el Teide en Canarias o el Anboto en el País Vasco. La subida de Petrarca al Mont Ventoux, y sobre todo el desarrollo de las ciencias naturales que tenía en la montaña un excelente laboratorio, cambiaron la percepción de estos lugares que poco a poco fueron atrayendo a los primeros “turistas” como exploradores, montañeros y artistas románticos que representaban la montaña con sus valores estéticos y bajo el concepto de sublimidad.
Años más tarde las corrientes conservacionistas de la naturaleza comienzan a ver la necesidad de proteger el medio natural y en 1872 se crea el primer parque natural en Yellowstone, una extensa zona de montaña. Todos estos hechos han cambiado la percepción social de la montaña y en la actualidad sus paisajes se han convertido en un atractivo turístico apreciado. hasta convertirlo en la mayor modalidad turística.
Todos estos cambios que acabamos de ver no serían compresibles sin una valoración colectiva de la percepción de estas áreas, es decir la interpretación que hace la sociedad sobre sus paisajes y que, en gran medida, se hallan supeditados a modas culturales. Muy relacionado con esto, la publicidad y los medios de comunicación a menudo transmiten estereotipos sobre ciertos lugares que sin duda alguna influyen en la percepción del sitio. El turista realiza un consumo previo de la zona que visitará a través de la información que le llega, más allá de la experiencia contada por un familiar, un amigo o un bloguero que describe su propia vivencia turística en la web. Imágenes simples, a menudo controladas por la televisión, las agencias de publicidad o los propios destinos, que ven en ellas un nuevo filón con el fin de desarrollar económicamente su turismo en base a esa imagen distorsionada y a menudo falsa de su propia realidad, influyen en la experiencia que el turista tiene sobre un lugar. Los parques temáticos son claros ejemplos de esta realidad distorsionada y paralela que los convierte, como señala Muñoz (2006) en “paisajes aterritoriales” que no traducen sus características sobre el territorio ni son resultado de sus contenidos físicos, sociales o culturalesi.
en destinos caribeños o las ciudades de vacaciones que se pueden encontrar en el litoral español, muchas veces desconectadas de sus originarios núcleos de población. La publicidad a través de sus imágenes, juega un papel dominante en la elección del destino por parte del turista. En la actualidad, las redes sociales están transformando por completo el modelo tradicional de transmisión de la información turística.
Mediante estos nuevos canales los destinos tienen la oportunidad de promocionarse con constantes actualizaciones en tiempo real que adquieren una enorme difusión entre sus usuarios,proporcionando imágenes a futuros turistas. Pero, por otro lado, estas tecnologías también permiten conocer la mirada general que tienen los viajeros sobre un determinado lugar observando los sitios que han visitado y cómo lo han hecho gracias a fotografías en distintas redes como Flickr o Panoramio. 164.
Escritor: Adrian Díez Angulo