EL JARDÍN ZEN

El jardín zen formaría parte de uno de los tres grandes grupos en que se dividen los jardines japoneses. Así, tenemos los delicados jardines de té, los grandes jardines verdes y los jardines secos o también llamados de piedra, a los que pertenecería el jardín zen. En la primera categoría estaría el que rodea la casa de té y consiste en un sendero de piedra que nos lleva hasta ésta, serpenteando entre plantas, piedras y agua. El segundo grupo englobaría los jardines verdes que rodean a grandes mansiones y palacios. Éstos llegan a tener el tamaño de bosques.

El jardín zen formaría parte de uno de los tres grandes grupos en que se dividen los jardines japoneses. Así, tenemos los delicados jardines de té, los grandes jardines verdes y los jardines secos o también llamados de piedra, a los que pertenecería el jardín zenemociones, donde las piedras se convierten en montañas o donde la grava rastrillada nos evoca un mar meciéndose en calma. Así, a diferencia de los occidentales, los jardines japoneses no están diseñados para pasear y deben admirarse y sentirse como lo haríamos con una pintura, una pieza musical, una composición floral de ikebana o un diseño caligráfico.

Dicha tradición surgió hace trece siglos, en la era Heian, como arte importado de China y se desarrolló durante las eras Kamakura, Muromachi, Momoyama y el periodo Edo. Actualmente, el jardín japonés lo encontramos tanto en viviendas japonesas, en parques urbanos como en templos budistas y sintoístas. De hecho, el budismo y otras doctrinas, que llegaron al país nipón provenientes de China y Corea fueron fundamentales en la inspiración y desarrollo de estos espacios.

Así, el sintoísmo, el confucionismo y el zen nos enseñan que el hombre no estaría completo sin la naturaleza y que necesita sentirse hermanado con las plantas, las rocas y el agua. De hecho, están concebidos para percibir una imagen integral de la realidad, asimétrica e imperfecta, donde la belleza de un jardín no reside solamente en la exuberante floración sino también en las hojas marchitas, el musgo salpicando las piedras o un tronco asomando bajo un seto.

Pero el jardín que ahora nos ocupa, quizás el que estaría más alejado de los cánones occidentales, sería el jardín seco, un espacio sin vegetación en el que se articulan grava y rocas diseminadas. Dichos elementos pretenden simbolizar, según la interpretación, un mar salpicado de islas o las cimas de distintas montañas asomando por encima de la niebla. Desde una visión sintoísta del universo, podemos convertir la grava en un gran mar de vacío salpicado de objetos o islas de materia.  Así, las rocas son, sin duda, el elemento clave del jardín. Shima es el término que se usa para designar las piedras, al recinto que las contiene, y finalmente por extensión a todo el jardín. Usualmente, las que se usan son de origen volcánico, como el basalto.

Por otra parte, el lugar que ocupan las rocas se denomina Iwakura. Mientras en el jardín chino se usan piedras bastante redondeadas, en Japón, son irregulares y abruptas. Estas, una vez escogidas, se trasladan y colocan tal cual fueron encontradas en la naturaleza.

Otro elemento angular el monte Shumi, o montaña del eje del mundo para los budistas que, obviamente, se representa como una roca. En la confección de un jardín seco, se colocan primero las rocas principales, entre ellas, la que representa al monte Sumí. Estas son las de mayor tamaño y más escarpadas. Luego, las demás, más bajas, se sitúan aparentemente al azar, como si hubieran sido abandonadas. Dicho efecto no es fácil de conseguir y sigue unas reglas estrictas. Así, por ejemplo, una roca inclinada debe tener a otra para sostenerse o una piedra aislada debe dejarse a un lado. De la misma forma, no se pueden apoyar en la casa.

En la búsqueda de la belleza de lo imperfecto, del ‘caos ordenado’, nada se deja al azar y la extensión de grava debe representar un mar entre islas o un lago que se extienda entre montañas. De la misma manera, el rastrillado de la grava alrededor de las piedras simbolizaría tanto las olas del mar y como las ondas que se producirían en la superficie de un lago si cayera una gota de agua. En este sentido, los monjes zen, que introdujeron dicho jardín en el templo como instrumento de meditación, entienden que, ‘de la misma manera que la gota altera la superficie lisa, el pensamiento acude a la mente para interpretar esa realidad. Es entonces cuando la modifica’.

Los jardines secos más impresionantes que se pueden visitar están en los templos de Kyoto. El más conocido es el jardín del templo Ryoan-ji, creado en 1473, donde, de unos pocos metros cuadrados de grava rastrillada emergen quince rocas dispuestas en tres grupos de siete, cinco y tres. El espacio ha sido creado para ser contemplado desde una pequeña tarima y solo lo pisan los encargados del mantenimiento. Así, recibe el trato de una obra de arte y hace también la misma función que un mandala, una composición geométrica usada por los monjes budistas en la meditación.

Curiosamente, en muchas tiendas de complementos para la casa, tanto en oriente como en occidente, se comercializan jardines zen en miniatura. El gracioso ‘kit de meditación’ se suele componer de una plataforma de madera, una bolsa de fina arena blanquecina, unas cuantas piedrecitas y un pequeño rastrillo de madera con el que modelar la arena. Independientemente del tamaño y las modas, el jardín zen es, en esencia, un lago, un mar, un universo de piedra y arena contenido en un espacio diseñado para la meditación, para perderse de uno mismo y fundirse con el cosmos.

Escritor: David Puig Ferrer

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