Fútbol: de la génesis al consumo

A lo largo de la Historia, el proceso de creación de lo que hoy conocemos como fútbol ha tenido un carácter con cierto peso cultural. Desde que los comerciantes ingleses comenzaran a practicar “su” deporte allende los mares, cuando llegaban a cualquier puerto de cualquier ciudad, y sacaban ese objeto cuasi-ovalado, mientras los nativos que contemplaban aquel juego de los ingleses, con algo de incredulidad, hasta el espectáculo que se ha convertido en nuestros días, ha pasado mucho tiempo. Hoy en día, el fútbol es un deporte global, al menos en su más alta profesionalización, puesto que también hay millones de personas que lo practican cotidianamente en la más absoluta intimidad.

Pero el fútbol no nació con los ingleses. Al menos, no lo hizo en los albores del siglo XVIII. El deporte, y el fútbol, se ha practicado a lo largo de la Historia de distintas maneras y con distintas percepciones o apreciaciones. Así, las referencias nos llegan desde la Cultura Helénica, con el florecimiento del deporte, que tenía tintes meritocráticos y educativos, o incluso los egipcios, cuya actividad física “de los faraones tuvo que tener gran trascendencia, debido a la cantidad de ejemplos de su práctica” (Alcoba, 2001).

Por supuesto, el deporte también ha tenido su presencia en los romanos, en donde la base era la competencia y ya se daban los primeros síntomas de monetarización. En la Edad Media comenzó a tornarse la situación para darle al deporte el aire de competiciones profanas. En este sentido, las competiciones que tenían lugar en aquella época tenían el carácter de “oposición a los rituales sagrados” (Damo y Oliven, 2001) y lo habitual era encontrar disputas colectivas y violencia. Si avanzamos más en el tiempo, y nos plantamos en el comienzo de siglo XX, podemos contemplar cómo el deporte comenzó teniendo tintes elitistas.

Así, por ejemplo, cuando los ingleses llegaron a Brasil, el fútbol comenzaron a practicarlo las élites, pero poco a poco fue cogiendo ese carácter que tiene hoy en día de clases pobres y populares, por lo que los nobles, ricos y gente de bien que se decantó en un primer momento por el balompié, pronto declinó este deporte, con el único pretexto de no mezclar su status social con el de las clases bajas. Esto pasó en el país sudamericana en las dos primeras décadas del siglo XX.

Con ello, el fútbol fue cogiendo peso y ganando terreno entre las clases más desfavorecidas de cada sociedad, por lo que “la extensión del juego a todas las capas sociales originó un sentimiento de pertenencia común entre los sectores desarraigados de las modernas urbes surgidas tras la revolución industrial” (Llopis, 2009). El sentimiento de lucha y de reivindicación social fraguó como la espuma entre la clase trabajadora, y la sindicalización laboral, que llevaba consigo la idea de combatividad, se instauró en el fútbol para sintetizar los posos que a lo largo de todo el siglo había estado dejando este deporte entre las clases con menos recursos.

El siguiente paso histórico del fútbol sería el de la inversión por parte de los grandes empresarios en el fútbol, un nicho con un jugoso mercado de trasfondo que fomentaba la creación de los clubes-empresa, por lo que podría comenzar lo que Oliven y Damo denominan democratización funcional: “migración desde la práctica hacia la administración del fútbol” (2001). Se trata de algo que llevaban a cabo las élites a comienzos del siglo XX, y que ha sido una práctica que ha desembocado en las grandes compras de clubes de fútbol por parte de importantes hombres de negocios.

Al margen de la evolución del fútbol en su aspecto más genérico, cada país o cada cultura ha tenido sus propios dimes y diretes con este deporte. En este sentido, es interesante la labor antroposocial que hace Llopis (2009) sobre el devenir futbolístico en algunos de los países con más tradición futbolera. Pero lo cierto es que cada país ha ido gestando su propia iconografía, su propio simbolismo y su manera y estilo de juego, el cual ha estado (y está) ligado al propio país, a la propia naturaleza del país que representa, puesto que el alma de un país o región se traduciría en el modo de jugar al fútbol.

Escritor: Alejandro Castellón