LA IRRUPCIÓN DE LA MARCA EN EL ESPACIO PÚBLICO

El presente texto constituye un esfuerzo por pensar la confluencia entre una serie de hechos y una serie de argumentaciones. Los hechos a los que atenderemos se inscriben dentro de una serie de dinámicas específicas, que intervienen en la configuración de espacios en la ciudad contemporánea. Las argumentaciones, por su parte, parecen arrojar luces sobre la naturaleza y el alcance de estos hechos, sobre las potencias que despliegan, así como sobre los problemas y preguntas que suscitan. Podríamos afirmar, en consecuencia, que lo sucesivo es un esfuerzo por pensar una serie de relaciones que configuran el mundo que habitamos.

La configuración del espacio por medio de la redistribución y la resignificación de los lugares urbanos, es uno de los aspectos fundamentales de ciertas prácticas artísticas contemporáneas. En cuanto que se caracterizan por la transgresión de la experiencia sensible normativa en la ciudad, abren un campo de duda y escrutinio sobre la legitimidad de los espacios destinados a la comunicación y a la expresión e, incluso, sobre la noción misma de espacio público. En consecuencia, la importancia de considerar tales prácticas y el efecto que tienen sobre el espacio urbano radica en el hecho de que circunscriben una esfera particular de experiencia, que cuestiona el tejido mismo de las relaciones que se establecen entre los ciudadanos, los espacios que habitan y la manera en que lo hacen.

Podríamos afirmar que nuestra relación con el espacio está determinada por una serie de disposiciones materiales y psicológicas que definen el ordenamiento de los cuerpos y sus actividades al interior del mismo, y que esta distribución establece hasta cierto punto las desigualdades de las inteligencias –en cuanto que determina de antemano qué puede hacer quién, cuando y donde, pero también y sobre todo qué no puede hacer cierto tipo de personas en espacios y tiempos determinados- y, de esta manera, puede implicar también el establecimiento y el fomento de ciertas desigualdades sociales, pues se le atribuyen a cierto tipo de individuos las capacidades de comunicación y creación que a otros se les niegan.

En otras palabras, podemos afirmar que hay un ordenamiento de los imaginarios colectivos –de los cuerpos y las imágenes; un ensamblaje perceptivo fuertemente determinado por las instituciones y las costumbres, cuya desestabilización o perforación puede encerrar el potencial político y plástico de las prácticas artísticas que nos ocupan. Esto nos pone ante la necesidad de pensar ciertos mecanismos concretos, tanto de ordenamiento como de subversión de este orden.

Teniendo en cuenta la experiencia y las reflexiones propias de artistas urbanos contemporáneos, conviene examinar la manera en que las relaciones de proximidad entre los diversos elementos que componen la urbe, pueden verse trastocadas cuando los espacios comunes devienen heterotopías o espacios otros.

Atendiendo a las múltiples intervenciones plásticas que mutan incesantemente los muros de la ciudad, cabría entonces preguntarse: ¿Cómo se configuran estos espacios? ¿Por qué revisten un carácter distinto de las formas ordinarias de la experiencia sensible? ¿De qué manera estas prácticas artísticas pueden construir una forma inédita de reparto del mundo común? ¿Hasta qué punto se las puede concebir como lugar de resistencia a la hegemonía de las instituciones y a la distribución normativa de los espacios, así como a los usos que se les asignan a éstos?

Pensar tales prácticas en sus resonancias estéticas y políticas –sin desatender a su dimensión poiética y creativa- parece apremiante en un momento histórico en el que el control del espacio y la omnipresencia de la imagen, tienen cada vez mayor incidencia sobre nuestro entorno y nuestro comportamiento.

Es posible afirmar que las prácticas artísticas que nos ocupan –aquellas asociadas a la imagen, bien sea por medio del sténcil (plantilla), del muralismo, del graffiti, de los carteles, de los stickers, etc- pueden generar espacios de ruptura e interrupción frente a las habituales distribuciones institucionales del espacio. Si el ordenamiento y control de los espacios supone también cierto ordenamiento de la imagen –entendida como un complejo juego de relaciones entre lo visible y lo decible que afecta a los cuerpos de cierta manera- este tipo de intervenciones, al efectuarse en lugares que no están destinados para la comunicación, ni para la expresión ni, en general, para ser soporte de ninguna creación plástica, se configuran como verdaderas irrupciones reconfiguradoras en lugares donde, según el reparto de lo sensible tradicional, no debería haber intervenciones de ningún tipo.

Es este hecho el que nos permite vislumbrar la politicidad de tales prácticas; la posibilidad de que operen una reconfiguración del tejido sensible mismo dentro del cual se inscriben –y que determina en buena medida la forma de hacer –poiesis- pero también la forma de percibir y resignificar lo percibido a partir de la propia experiencia –aisthesis. Según estas consideraciones, las prácticas artísticas urbanas tendrían la posibilidad de operar transformaciones importantes sobre el reparto de lo sensible tradicional, pues darían lugar a ciertas reconfiguraciones en el tejido de percepciones y espacios que hacen emerger un mundo común.

Es esta la razón fundamental por la cual consideramos que son un fenómeno digno de ser pensado e investigado, y en torno del cual se entretejen un sinnúmero de cuestiones cuya consideración ofrece aportes importantes a los estudios del arte contemporáneo, a la luz de ciertas líneas de reflexión propias de las ciencias humanas.

DIEGO MARTÍNEZ