La motivación para el estudio, la motivación para la vida.

Luego de veintiséis años, que son trescientos doce meses, que equivalen aproximadamente a nueve mil trescientos sesenta días, los cuales representan un total de doscientas veinticuatro mil seiscientas cuarenta horas de estar atravesado por la dinámica de las instituciones educativas en las cuales he estado inscripto por voluntad propia o ajena, me detengo a pensar en la dirección que quiero darle a mi vida. Tengo treinta años y no es la primera vez que lo hago, pero nunca he sido tan consciente como ahora de la necesidad de pararme frente a, en y desde la vida para asumir mi destino. Eso que quiero que pase conmigo.

Miro hacia atrás y agradezco los esfuerzos amorosos de mis prójimos, que me ayudaron a recibirme de docente del nivel primario. Desde mis viejos hasta mis amigos, mis novias, mis compañeros de camino. El primer paso para maniobrar y tomar el timón del barco es ser agradecido. Toda la crítica que hoy puede emerger de mi persona es posible porque hubo una sistematicidad de pensamiento que fue creciendo, gracias a la vida, gracias a ciertas condiciones estructurales que me lo permitieron. Pero al mismo tiempo, descubro en mí una gran dificultad para definir qué es lo que quiero para mi vida y, sobre todo, cuáles son los caminos que me pueden llevar a concretar mis proyectos, en el caso de que los tuviera ya delineados. ¿Qué me motiva realmente? ¿Qué es aquello que me gusta hacer y que le hace bien a otros también?.

Como docente, reconozco que mi profesión se caracteriza por una gran capacidad de influir en la subjetividad de las personas. Desde ahí es que pienso en un lugar común de la docencia, que es el tema de la motivación. Ocurre que en mis pocos años de experiencia docente (aunque no de experiencia escolar, ya que ingresé al sistema educativo formal a los cuatro años) vengo escuchando repetidamente el problema de la “falta de disciplina”, de “esfuerzo”, de “dedicación” que vienen mostrando lxs chicos, lxs alumnxs, frente a la propuesta de lxs docentes. En algo podrían ponerse de acuerdo la mayoría de lxs profesionales con los que he compartido la labor, y es en que lxs chicxs “están vagos”, “no se ponen las pilas”, “no son responsables”. La falla está casi siempre en lxs chicxs y la propuesta docente rara vez cae en autocrítica, lo que genera que sean ellxs (que hemos sido nosotrxs, durante tanto tiempo) lxs culpables de los “malos resultados”, del “bajo rendimiento”, y tantos otros calificativos.

Por un tal Jean Piaget, oímos decir que “toda actividad es impulsada por una necesidad (biológica, psicológica y/o social)” y que “la necesidad produce un desequilibrio, por lo tanto toda actividad tiene como finalidad principal recuperar el equilibrio. De este modo la inteligencia puede definirse como un proceso de equilibración para lograr la adaptación y la organización mental de las experiencias” (…).

¿Cuáles han sido, a lo largo de nuestro proceso formativo, aquellas necesidades que nos impulsaron a aprender? ¿Cuáles han sido aquellos desequilibrios que nos permitían crecer, que nos hacían darle sentido a nuestras experiencias? ¿Cuál ha sido el lugar que tuvieron nuestras experiencias más profundas en nuestro camino de escuela? ¿Cuánto pudimos hacerlas hablar, ponerles palabra, y cuánto debimos silenciarlas porque no era eso lo que se nos pedía?.

Pienso, a mis treinta años, que lxs encargadxs de nuestra educación formal no nos han podido ayudar, salvo benditas excepciones, a sondear dentro de nuestro ser cuáles son aquellas motivaciones intrínsecas que pueden orientarnos a construir un proyecto personal de vida que nos permita realizarnos, que nos haga plenxs. Hemos sido educadxs con otros fines. Nos hemos movido por lineamientos que pasaban por otro lado. Hemos transcurrido, en el mejor de los casos, un período prolongado de tiempo (del cual conservamos huellas imborrables) que nos acreditó, a lxs que llegamos a terminarlo, para insertarnos en ese grupo de lxs trabajadores formales.

Y éste es el punto en el que me permito la catarata de preguntas: ¿por qué a algunos nos cuesta tanto ser felices, estar bien con lo que somos, optar claramente por lo que queremos? ¿Será que nuestras motivaciones no pasaron siempre por oír nuestra conciencia, nuestras pulsiones, nuestro corazón y nos dejamos llevar por otras cosas? ¿Cuáles son las necesidades personales y sociales que deben guiar nuestras opciones, nuestra carrera, nuestros estudios? ¿Queremos seguir consumiendo ideas masticadas por otrxs o queremos ensuciarnos para generarlas nosotrxs mismxs? ¿Quiénes pueden, de lxs que tenemos cerca, ayudarnos a delinear nuestro proyecto? ¿Qué podemos aportar cada unx, desde lo que sentimos que nos hace vibrar, para que nuestra sociedad, nuestro barrio, nuestra ciudad estén más abiertos a cambiar, a ser más y mejores? Pregunto mucho porque me cansé de responder preguntas que nadie me hace.

Tal vez sea el momento de elegir nuestra propia educación, nuestro propio programa de estudios, nuestra propia carrera. Poner en práctica aquellas herramientas y estrategias que sí nos sirven, de todo aquello que hemos aprendido, pero para reinventarnos. O tal vez sea un buen momento para darle nuevo sentido a las viejas opciones. Pasa el tiempo… Aclaraciones del autor: incluye a aquellas personas que hayan definido su identidad sexual de otras formas, o que lo estén haciendo. Y no excluye al resto.

Cada uno puede leerse como prefiera, dentro de esa “x”. Es una forma de escribir que trato de usar cuando puedo, y que me he apropiado desde hace poco. Me genera un esfuerzo importante y se que al lector puede resultarle, en principio, molesto. Pero me deja tranquilo de estar dirigiéndome a los lectores con un modo más igualitario. La cita de Piaget fue extraída de una tesis que hallé en Internet. “Jean Piaget. Concepto de la inteligencia. Tesina Tamayo Silva.”

Escritor: Emanuel Berro

Los comentarios están cerrados.