LA NOCHE ANTERIOR HABIA BEBIDO MUCHO

La noche anterior había bebido mucho, y sólo cuando vio las copas de vino vacías y su ropa tirada en el suelo, entendió que se había vuelto a acostar con quien sabía que no debía hacerlo. Porque Carlos Mario, su amante y compañero de trabajo desde hacía años, casado y de quien se había enamorado hacía ya mucho tiempo, sólo podía hacerla sufrir. Ya era de día y él, como cada vez que el encuentro se daba, se había marchado sin decir adiós. Tenía sentido, pronto se saludarían en el despacho, María Jose con vergüenza, Carlos Mario con indiferencia.

La vida de María José, lánguida y con una expresión de tristeza que viniera de hace muchos años, era rutinaria y gris. Su médico la insistía en que no estaba deprimida, que tan solo era una mala época; pero ella sabía que algo más profundo le ocurría, que era ésta una mala época ya demasiado larga, y que los días de risas y alegrías quedaban demasiado lejos, atrás, y desde hacía mucho tiempo le había invadido una pena  muy en el fondo de su alma que sólo podía apaciguar en forma de llanto y pastillas para dormir.

Esa mañana de octubre, soleada, María José se detuvo en una fotografía colocada en una mesita de la sala, donde ella sonreía al lado de quien fuera su exmarido años atrás, Enrique de Zabala, quien la quiso mucho tiempo y que abandonó al conocer a Carlos Mario, quien más bien fue la excusa para dejarle.  La foto seguía allí porque María Jose era de familia muy tradicional y conservadora, y por nada del mundo hubiera querido desilusionar a su madre, señora de maneras y abolengo quien consideraba la fotografía necesaria para preservar la unión matrimonial de entonces, ahora rota, pero viva para sus padres quienes nunca aceptaron el fracaso que supuso aquel desencuentro.

Esbozó una sonrisa de amargura y de alguna manera pensó en recuperarle. Se sintió estúpida añorando a quien en su día no quiso, pero de alguna manera Enrique de Zabala representaba tiempos mejores y días de juventud pasados que nada tenían que ver con los desencantos de su presente. De pronto, sin saber porqué, su corazón empezó a latir de tal manera que le provocó un ataque de ansiedad, repentino y que no pudo controlar, y que acabó con ella en el hospital, donde la sedaron y tranquilizaron en una habitación contigua a una de las salas de espera del tercer piso. Esto no le había ocurrido nunca. Pensó y supo que esta vez era distinto, que se iba a morir de tristeza si no cambiaba algo, que no soportaba más su vida, que vivía lastrada y envenenada de unos miedos que la ahogaban cada día, esos mismos que la mandaron directamente al hospital, esos que ahora la decían que o cambiaba o se acababa la vida para ella.

Fue capaz. Nadie sabe cómo pero fue capaz. Supo encontrar en lo más profundo de sus entrañas la fuerza para romper con todo. Algunos aún piensan que fue su instinto por sobrevivir lo que la salvó, como un animal al borde del abismo. Salió del hospital y llamó al trabajo, pero no para justificar su ausencia de la mañana, sino para comunicar que no volvería. Arreglarían las cosas, pero más adelante, ahora se marchaba. Se acordó de Enrique de Zabala, a quien agradeció en silencio. Camino de su casa Carlos Mario la llamó. Descolgó el teléfono en silencio, y le escucho llamarla por su nombre, preguntándole cómo estaba.

Era paradójico que, sin interesarse por cómo estaba ella esta mañana cuando aún estaban juntos, se interesara por ella ahora. Ahora que no volvería a verla nunca más.  Le colgó el teléfono y no contestó ninguna llamada más de las muchas que él hizo los días siguientes, lo días antes de su partida. Porque María Jose se fue, muy lejos, dicen que a España porque tenía un pariente allí. Rompió con todo. Qué más da. Se fue para no volver, porque allá donde fue se sintió menos desdichada. Algunos dicen que encontró el amor en Europa, que encontró al fin paz, lo cierto es que  se sabe que fue feliz, al menos un tiempo,  pues escribió a Enrique de Zabala una carta, que no reproduciré completa para preservar su intimidad, sólo su breve y significativo comienzo.

“Querido Enrique,

Desde la lejanía te escribo para decirte que vivo entre sonrisas y amapolas”.

 Autor: María Teresa Espeso Renedo