Las leyes del mercado

La Revolución Industrial acaecida en el siglo XIX y el crecimiento económico propiciado por el desarrollo del comercio conllevaron una serie de cambios económicos y sociales que transformaron unas sociedades de base agraria y rural en sociedades industriales y urbanas. No sólo se modificaron las formas de producción, sino también las relaciones de poder y las relaciones sociales. Los últimos rescoldos del sistema feudal dieron paso a un nuevo modelo social en el que las clases ya no se distinguían entre la nobleza y sus súbditos, sino entre burgueses y proletarios. Entre aquellos que ofrecían trabajo y se enriquecían mediante la oferta de productos para la venta y aquellos que vendían su fuerza de trabajo, su capacidad o su habilidad para llevar a cabo una tarea.

En ese nuevo paisaje, el mercado se convirtió en la principal fuerza reguladora, tanto en lo económico como en lo social. Desde entonces, en el mercado convergen proveedores y consumidores para fijar un precio e intercambiar productos por un valor establecido.  su trabajo a cambio de un precio. La ley de la oferta y la demanda presente en todos los ámbitos de la sociedad y que, a la postre, establece cuáles son las relaciones sociales.

Esta perspectiva, desde el punto de vista de la economía política clásica, se puede encontrar en las ideas centrales de Marx, cuya filosofía moral planteó la lucha permanente entre el objetivo de reconocer el valor individual y social en el trabajo humano y la fuerza para reducir el trabajo a una mercancía comercializable.

Para Marx, en el modo de producción capitalista, la fuerza de trabajo, entendida como la capacidad de realizar alguna actividad laboral ya sea física o intelectual, es la única propiedad de los trabajadores asalariados. Propiedad que considera una mercancía especial y que sólo pueden desempeñar los seres humanos. En la teoría marxista, tanto el valor de cualquier mercancía como el valor de la fuerza de trabajo está determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla.

Igualmente, Adam Smith se centró en el estudio del individuo como unidad primaria de análisis y en el mercado como principal estructura, ambos puestos en relación a través de la decisión del individuo de dar a conocer sus deseos o demandas en el mercado. Para el economista escocés, el trabajo era la calidad de medida exacta para cuantificar el valor entendiendo como tal la cantidad de trabajo que uno podía recibir a cambio de su mercancía.

Dentro de su concepción económica, Smith entendía que los bienes podían aumentar de valor, pero lo que siempre permanecía invariable es el trabajo igualando éste al desgaste de energía que requiere la producción de los bienes. Por ello, el trabajo es el patrón definitivo e invariable del valor (teoría del valor comandado o adquirido), pero en ningún caso definir el valor de los bienes es el factor determinante que permite definir los precios que varían en función de la oferta y la demanda. De esta forma, el trabajo directo o indirecto que conlleva producir un producto se tasa mediante un precio que, a la hora de comercializar dicho producto, permite obtener ganancias que, a su vez, se emplean en remunerar a todo aquel que intervino en la producción de dicho objeto. .

No obstante, Smith, que se basa exclusivamente en los costes de producción, ignora la influencia que tiene la demanda sobre la conformación de los precios. Debido a ello, Adam Smith tuvo que desarrollar una segunda teoría sobre los costes de producción que complementara la anterior con la idea de explicar correctamente los conceptos de beneficio y renta, pues a la hora de cuantificar el valor de las mercancías según la cantidad de trabajo incorporado en ellas se encontró con el problema de que, en el mercado, no se puede saber cuánto trabajo incorporado tiene una mercancía.

Escritor: Víctor M. García