LAS PATALETAS

Soy educadora hace 25 años y desde hace 8 años se han generado en mí una serie de interrogantes que cuestionan los procesos de crianza actuales. Preguntas como: ¿Qué está pasando con la educación actual? ¿Qué valores se están propiciando en los hogares para ser mejores personas? ¿Por qué los niños no hacen caso a sus padres? ¿Se ha perdido la autoridad en el hogar?.

Claro está que cada uno de estos interrogantes tienen un trasfondo que tocaría desmenuzar para darle un sentido y poder acertar al menos en algunas respuestas, pero en este momento no es lo que quiero hacer pues hay un tema que me llama todavía más la atención y que aunque está relacionado con los cuestionamientos anteriores quiero darle una mayor relevancia: “las pataletas”.
Según algunos autores, las pataletas se les tienen otros nombres como el berrinche, el arrebato o rabieta y la definen como “una expresión conductual intensa, y caracterizada por llantos, gritos, y comportamientos “primitivos”. Según la Dra. Francisca Figueroa L. Médico Familiar (1998), las pataletas son un fenómeno normal durante la edad preescolar en niños y niñas. Aparecen entre los 12 meses y los 5 años de edad. Pese a su normalidad, existe una gran variabilidad en la forma en la cual las pataletas se presentan; “hasta un 15% de los niños de 1 año muestran pataletas a diario, mientras que otro grupo nunca llegará a desarrollarlas” (pág. 53).
Muchos de nosotros nos ha tocado vivir o ver este tipo de experiencia, es decir, la pataleta, ya sea en la calle, en el hogar, en un supermercado con nuestros hijos, sobrinos, primos u otros allegados. Cuando se les responde con frases como “Ahora no, me quedé sin plata, mañana te lo compro, otro día con más tiempo vendremos “, y muchas otras respuestas que a la hora de la verdad deberían ser claras para los niños y aceptarlas sin ningún inconveniente, pero lastimosamente no es así.

Hacemos gestos con la cara, jalamos al niño disimuladamente, abrimos nuestros ojos casi saliéndose de nuestras cuencas en señal de “me entiendes”, pero no, nada funciona y nuestro retoño termina arrojándose al piso como si en ese momento sufriese de un ataque de epilepsia. Ante esta situación la madre o padre que le está tocando vivir esta situación y ante los gritos desesperados termina cediendo ante tal capricho, porque solo sería eso, un simple capricho y el pequeño malcriado, porque no encuentro otro sinónimo para catalogarlo, termina ganando la batalla y saliendo airoso por su logro.

Los que nos encontramos alrededor viendo este show, dividen las opiniones. Habrán unos que pensarán o comentarán algo como: “Pero qué tanta cosa por un juguete, que se lo compre y evita ese espectáculo”. Otros más tradicionalistas, dirían algo como: “qué le de tres correazos y verá que más nunca le hace una pataleta”.
Ante estas opiniones encontradas, cabría preguntar: ¿Y dónde está la autoridad de los padres? No es el grito, no es el regaño, tampoco es la permisividad para evitar crear un ambiente hostil con sus hijos, pero sí es la claridad con la que le has hablado a ellos y de mantenerte en tu decisión. La ambigüedad en lo que haces y dices puede desencadenar angustias creando confusiones.

Según la Pediatra-Profesora Olga Francisca Salazar Blanco (1998) opina que las rabietas, que son tan desagradables para los padres, quienes se culpan muchas veces, resultan tanto o más incómodas para el niño, porque no las puede controlar, pero si se maneja adecuadamente la situación suelen ser suprimidas dentro de su proceso normal de desarrollo, y contribuirán a determinar la actitud del niño en el futuro hacia la frustración. Las pataletas son una forma de comunicación del niño, que a su tierna edad no maneja un lenguaje verbal fluido; así “expresan en forma dramática, intensa y explosiva esa incapacidad de hacer o lograr algo que desean” (pág. 24).

Por ello, se hace necesario conocer estrategias que permitan establecer pautas o normas para que el niño las identifique sin ningún problema, entre esas están conocer sus gustos en cuanto a que le agrada o que le desagrada. Siempre les he hecho la recomendación a los papitos de ser asertivos a la hora de premiar o castigar y les recuerdo ese adagio popular que dice “los micos saben en qué palo trepan” cambiándolo por “los niños saben en qué palo trepan”.

Para evidenciar mejor lo anterior, comentaré el siguiente ejemplo que me tocó vivir hace unos meses.
Sara es madre soltera que presenta una situación bastante difícil ante su hija que tiene 3 años y medio, debido a que ha perdido autoridad y credibilidad. Las pataletas que le hace a la hora de comer, bañarse, vestirse se han convertido en el pan diario. Se le ha explicado a esta mamita que debe ser más clara en las órdenes que le da a la niña, sin embargo, es sorprendente, como la hija trabaja a la mamá de tal manera que logra su cometido: desesperarla y acceder a sus pretensiones. Pero cuando la niña está en el colegio o con sus padrinos es una niña obediente, juiciosa y calmada. Hace gran parte de lo que se le pide. Come bien, se deja bañar tranquilamente, se viste sin ningún inconveniente.

Este es el claro ejemplo de cómo la niña a tan pequeña edad, manipula a su madre para conseguir lo que quiere.
Finalmente solo me queda recordarles lo siguiente:
a. Al llamar la atención a tu hijo debes hacerlo por su actitud más no a él como personita.
b. Evitar dar sermones cuando él está haciendo su pataleta porque más grita, más llora y pierdes todo lo que le has dicho.
c. El golpearlo, gritarlo o sacudirlo no va ayudar tampoco a que se calme.
d. No es conveniente ridiculizarlo ante los demás o burlarse de lo que está haciendo.
e. Espera a que se calme y te acercas para conversar sobre la situación. Es importante no acceder a sus caprichos. Así se dará cuenta que no todo se consigue a los gritos.
f. Reforzar las conductas positivas halagándolo con palabras que lo hagan sentir bien.

Marulanda, A. (1998). Creciendo con nuestros hijos. Cali, Cargraphics S.A.
Posada Á, Gómez JF, Ramírez H. (1998). El niño sano, 2ª ed., Medellín.
Schaefer CH, Digerónimo T. (1993). Enseñe a su hijo a comportarse. Buenos Aires.

Escritor: Janett Quintero