En la novela 1984 de George Orwell (1995), Winston, el protagonista, trabajaba en el Departamento de Registro para El Partido. En ese lugar, y bajo el peso de una monotonía que se ha vuelto demasiado eficiente, su principal tarea consistía en alterar el material escrito de diarios, libros y revistas. En su cubículo, sentado frente a una pantalla con la imagen del Gran Hermano, Winston recibía el material a trabajar por un conducto acoplado a la pared, lo revisaba, y luego de corregirlo lo depositaba en otro ubicado a su derecha. Los restos de esta operación, los papeles, las líneas escritas e incluso la consigna que le había señalado específicamente qué se debía cambiar, eran luego arrojados a un orificio distinto. Habiendo uno en cada cubículo de ese departamento, estos orificios eran llamados “agujeros de la memoria”, y cada vez que eran ocupados “una corriente de aire caliente se llevaba el papel en seguida hasta los enormes hornos ocultos en algún lugar desconocido de los sótanos del edificio” (p. 45). En el cubículo de Winston habían por tanto tres orificios: uno por donde llegaba el material antiguo, uno por donde salía lo nuevo y otro por donde los restos sobrantes se abandonaban al olvido.
Me sirvo de esta imagen para introducir un problema relacionado a las múltiples formas de concebir psicológicamente la memoria. En la novela, más allá del material específico a cambiar, de su fecha y de su contenido, la operación que lo transformaba aparece provista de una finalidad y de un propósito. El Partido falseaba la historia que lo precedía para justificar sus propias prácticas y creencias, y así cada detalle de lo registrado terminaba por legitimar de forma generalizada un emblema. En una primera lectura, este proceso no deja rastros. La modificación de la historia se articula según lo que el Partido requiera, y la suplantación de su contenido enuncia, de ahí en adelante, una realidad política que siempre ha sido lo que debía ser. Desde esta lectura, la memoria se vuelve un relato inofensivo y manipulable. Si el pasado podía reescribirse era precisamente porque ya era ficción, y la realidad que señalaba ya era una construcción que potencialmente podía desmantelarse y cambiar nuevamente. Para esta primera lectura el proceso y el ejercicio de esa modificación no tiene importancia: luego de que las cenizas se arrojan al olvido ya no quedarían indicios ni señales del relato anterior.
Ahora bien, una segunda lectura sobre este falseamiento histórico, que problematiza la anterior, no se limita a la imagen de Winston en ese cubículo. Luego de su jornada de trabajo este llegaba agotado a su departamento. Vivía sólo, y en un rincón de su pieza, a veces, desesperado y con urgencia, se ponía a escribir en un diario. En este escribía sus propios cuestionamientos sobre la ideología del Partido, además de algunos recuerdos y sueños. Si sometemos este diario a la idea de que la modificación de la historia aun así no dejaría rastros, de que Winston trabajaría automáticamente sin padecer el falseamiento de sus propios recuerdos, la novela misma perdería trama y conflicto. Ese diario escrito se vuelve la antítesis de su trabajo en el Departamento de Registro. Del mismo modo en que los restos escritos eran arrojados a los “agujeros de la memoria”, la escritura de ese diario, como reflejo de un “libre pensamiento”, se volvía la pieza que no calzaba en la utopía socialista del Partido. Y por mucho que los “agujeros de la memoria” destruyeran los rastros que dejaba la modificación de la historia, ese diario señalaba que estos seguían reapareciendo, pero en otro lugar y de otra manera. Winston, a fin de cuentas, se volvía el cuarto orificio en ese cubículo: en él se inscribía el ejercicio mismo de esa modificación. Y mientras esto se produjese el falseamiento histórico nunca sería total en la trama de 1984; Winston luego sufrirá constantemente las huellas de su pasado, y ya El Partido no podrá reconstruir de manera impune, ni a su antojo, la historia de aquellos a los que ha intentado doblegar.
Ejemplificado en esta imagen, el problema del falseamiento histórico se encuentra directamente relacionado a la idea de una inscripción mnémica en el psiquismo. Los recuerdos y su emergencia, aun cuando sean reconstruidos y falseados desde el presente, nos hablan de un pasado en suspenso que sigue pujando desde un lugar distante en el tiempo, y que muchas veces llega incluso a parecernos extraño y ajeno. Por ello, las huellas de nuestra historia no pueden esfumarse en el olvido sin dejar rastros en nuestro psiquismo, por mucho que se escriban y sigan reapareciendo de manera insólita en el despliegue de nuestra propia subjetividad.
Referencias bibliográficas (según normas APA)
Orwell, G. (1995). 1984 (17a ed.). Barcelona: Ediciones Destino.
Escritor: Andrés Rojas Verdugo