MIRADA BARROCA DE LA MUERTE

El artista novo es hoy, un ser dotado de saberes extraordinarios que le permiten adentrarse en lo sagrado y lo sublime del alma humana porque al “viajar” por aquello desconocido al ojo humano ordinario, desentraña saberes acuñados por el tiempo y hoy, las posturas modernas del artista traducen la conexión que existe entre lo no visto, la muerte, y el mundo tangible, lo vida; este diálogo entre estos dos mundos es el tema de la exposición de Adriana Salazar, resultado de su trabajo en el Cementerio Central de Bogotá.

La presencia dominante de la muerte como figura importante ha estado presente en la vida del hombre desde mucho antes de la edad media –época que ha determinado muchos de los comportamientos del hombre moderno- y ha venido haciendo el recorrido con él, pasando por Europa y con el descubrimiento del Nuevo Mundo se instaló en Mesoamérica adquiriendo una dimensión barroca en la que la muerte es un ser que puede interceder frente a Dios, por la vida.

Pero la muerte no sólo actúa como mediadora sino que tiene poder propio y decide sobre la vida del hombre, y bajo estos parámetros, la muerte adquiere entonces, un poder inestimable que lo “obliga” a rendirle culto y veneración; y es así que esta visión barroca europea de la muerte se ha reinventado con todo el ornamento estrafalario del Nuevo Mundo adquiriendo rasgos propios pero a la vez, manteniendo la fidelidad europea sin entrar en contradicciones, es simplemente y como lo dice Echevarría, el resultado de una forma de estar en la vida.

El culto a la Santa Muerte es notable en México que se lo debe a Mexicas para quienes la muerte no era un símbolo de miedo o acabamiento, era simplemente parte del ciclo vital, es decir, la vida y la muerte en partes iguales para el sostenimiento del equilibrio natural, pero con la llegada de los europeos, esta mirada trastocó en un esqueleto, en una calavera como emblema del triunfo sobre la vida, y se hace, entonces, fundamental entender que esta nueva concepción es el resultado del sincretismo que se evidenció en el Nuevo Mundo. Asumir una mezcla de culturas tan disímiles como la negra africana, con el espiritismo del indígena mesoamericano, unido al pragmatismo y temor a Dios del europeo tendría que dar como resultado esta concepción barroca de La Santa Muerte, y así como lo expresa Claudia Reyes “Con el tiempo surgen nuevos rituales mexicanos como una mezcla de tradiciones indígenas y europeas que se traducen en festividades religiosas, como la que conmemora a los fieles difuntos con ofrendas de alimentos, bebidas y otros presentes al muerto, en un sincretismo de costumbres prehispánicas rodeadas de elementos católicos como los rezos y las velas”.

El culto a la Santa Muerte se fue arraigando con fuerza a pesar de la oposición de la iglesia católica, el pueblo considera a la muerte como su par, en ningún momento ha adquirido rasgos de venganza, dolor o maldad, pues a la “flaquita” se le venera igual que a cualquier santo, a ella de manera única y singular se le implora por el amor, salud, -la Santa Muerte goza de salud plena- trabajo, dinero, placer o cualquier deseo que esté cercano a la mente febril del hombre. La muerte hace presencia viva en el alma del hombre, la “niña blanca” permite una mejor vida, pues ella no hace milagros, concede favores, y al tener la condición de favor, la Santa Muerte se humaniza, se acerca mucho más al hombre que cualquier otro santo que esté ocupando el sitial preferencial de los que se encuentran en el cielo, un lugar muy alejado y poco accesible a las necesidades del hombre.

Desde esta mirada barroca, la Santa Muerte ha ido “evolucionando” y “entendiendo” las necesidades del hombre moderno y se ha instalado a su lado para comprenderlo desde una perspectiva real, es decir, mundana, y atenderlo con la misma libertad que él ha tenido para creer en ella; libre de dogmas, de líderes, de preceptos que seguir y de imágenes que evocan figuras alejadas de su realidad y que le puedan marcar pautas y leyes que seguir.

Al otro lado del mundo la muerte es protagonista también, pero no con la veneración mexicana sino con un claro propósito mercantilista pero sin perder la emoción barroca que produce la presencia de la muerte en una mujer que permite que el espectador vea cómo la muerte va tomando “posesión” de la vida, Jade Goody le da acceso al “otro” para invadir un espacio que en la cultura moderna es privado, es ajeno a los ojos de los demás, es solemne, es personal.

La muerte en Europa a diferencia de la cultura mesoamericana es abandono, es angustia pero también es carnavalesca, aquí la muerte es el final, es la constatación de la mortalidad, es el acabamiento de una vida útil y el advenimiento de la muerte como símbolo de maldad. “She is the first reality television star to die as she lived, riding high atop the nation´s most pungent newspaper headlines, dominating television bulletines and new programmes. For many millions of people, whether they liked or not, her bald head, deep dimples and increasingly became as familiar as their own thumbs”. distressed expression

La muerte del “otro” permite que se convierta en show porque quien se acaba, es el “otro”, el espectador puede sentirse satisfecho al poder presenciar a la “horrenda muerte” con la tranquilidad del que continúa, del que aún tiene tiempo y puede entonces, sentarse frente al televisor, a un periódico, a una revista y ver o leer fingiendo pena y angustia, pero en realidad se está sintiendo feliz porque la muerte no se acercó a su vida; y es a partir de este goce que han proliferado los realities shows para que haya quienes puedan disfrutar de las bajezas humanas, de las relaciones llamadas “íntimas” como íntima es la muerte para la cultura europea.

Esta idea de la muerte alcanzó el delirio en el imaginario colectivo como una expresión de arrebato, como un juego de paradojas en el que se opone la sensibilidad a la razón como principio de placer, y el principio de placer al principio de realidad, pues el barroco estaría al lado de la sensibilidad-barbarie pero también puede estar al lado de la cultura, caso mesoamericano, como expresión del pueblo, y de la civilización como razón.

Ahora bien, al ver la muerte a la luz de la literatura o de las diferentes concepciones como el hombre la asume, se puede ver que desde la novela escuchamos el seductor comienzo de una nueva vida, alternativa a la nuestra. Leer una novela, sin embargo, es también sentir que la autenticidad es sistemáticamente traicionada. El personaje quiere ser otro distinto del que es; el lector quiere encontrar en el personaje ese alguien distinto que quisiera ser o, por lo menos, ese modelo de quien distanciarse para ser diferente, es tener la ilusión de contemplar cómo se forja un destino, cómo se hace un individuo, al contrario de lo que sucede con la nuestra, que sólo la podemos contemplar a retazos pero sin ignorar el final, la muerte.

En la literatura existe una idea de libertad para descubrir, finalmente, que no se es dueño de la vida, que una fuerza moldeadora, más propiamente deformadora del individuo está siempre presente, y cuya materia es la necesidad de una búsqueda de la esencia y la imposibilidad de encontrarla porque se escinden vida y sentido y, por consiguiente, también lo esencial y lo temporal; la muerte y la vida. Todo en la acción interna del relato novelesco es una lucha contra el poder del tiempo, contra el poder de la muerte, que se cuenta, es siempre una de las modalidades de esa vana lucha en la cual los ideales resultan implacablemente demolidos y las ilusiones derrumbadas.

Y en oposición a esta realidad hay una mirada barroca carnavalesca, no significa de menor importancia, que hacen los sentidos, en la literatura, y de manera jerarquizada hay pugna entre ellos dado que a pesar de la importancia que posee cada uno, la nariz sobresale, está sobrevalorada por la virtud de olfatear, de catear, de estimar, de sopesar para que la información llegue de manera directa al cerebro con quien el contacto es de primacía, pues a través de los nervios que van vienen de ella a él, ella es libre, independiente y con esta independencia envía información que determina el olor del sexo, el tamaño del pene, lo atractivo y “delicioso” de los pezones, o por el contrario, la determinación que la nariz hace frente a lo que el hombre moderno le ha dado por llamar amor, y que este amor, lo percibe la nariz del pene.

Es una mirada fría, indiferente, que se sitúa en un plano superior desde donde conoce y juzga la insignificancia de los actos del personaje. Ante la mirada irónica todo aparece en su dimensión relativa y ambigua como aislado y como vinculado, como lleno de sentido y como totalmente vacío, como fragmento abstracto y como vida autónoma concreta, como florecimiento y como decadencia, como agresión y como sufrimiento, como saber con exactitud que nariz es femenino y pene es masculino.

La relación es orgánica. Es la nariz la que ordena la confusión sin que intervenga el plan del hombre y le otorga organización floreciente sin otro sentido que el saber con certeza que la nariz, el apéndice visible más importante del cuerpo, tiene la importancia de la determinación de los actos humanos, entiéndase éstos como equivocados o correctos, correcto en el sentido no moral sino en el del beneficio. Sentido y vida siguen escindidos, es decir, muerte y vida, lo temporal y lo esencial siguen siendo dimensiones ajenas, la muerte puede aparecer en cualquier momento y con la misma fugacidad puede desaparecer.

La muerte que se alcanza a rozar con el cuerpo cuando el hombre eyacula y la vida que se instala en las trompas de Falopio que también puede tener temporalidad cuando la muerte hace presencia, y como lo decía tan bellamente Borges, la matriz llora en cualquier momento del mes cuando no anida a la vida.

Pero el cuerpo y la figura son grotescas, suponen reconocer la parte carnal como un factor esencial para la inmanencia del ser, y visto así es fácil implicar al cuerpo grotesco como el interruptor de la armonía, provoca una risa carnavalesca, como una masa vital pero leve, frágil, mediática, como alegría de la vida pero con aproximación a la animalidad. Sócrates desarrolló la idea del eros como un “daimon” y no como un dios, y las relaciones a una consideración del eros en términos de falta. Esta “animalidad del cuerpo humano” marcha en sentido inverso a las mitologías y las metáforas con las que el mundo del platonismo griego, e inclusive de la dramaturgia clásica, construyó su idea del placer y el erotismo.

El registro barroco de lo grotesco funciona como la afirmación del deseo y el goce desde la materialidad y la corporalidad, en este sentido las representaciones como las mexicanas tienen una inscripción pagana donde el goce y el carnaval funcionan de manera directa como fenómeno social que se suscribe en espacios públicos, como la plaza; en la televisión como el caso Jade que puede entenderse como la vida cotidiana y en ningún caso, está exento el lenguaje vulgar, el carnaval, la risa, el sentido primitivo porque el cuerpo no responde a la lógica ni a ningún sistema establecido ya que el carnaval no tiene fronteras, y por consiguiente, las manifestaciones de ordinariedad son manifestaciones de vida, de la alegría de la vida, o de la alegría de festejar a la muerte como el igual.

El carnaval es pura inmediatez, el espacio social del poder, no es un sistema simbólico, sino una colectividad vital subyacente a una sociedad que puede escapar a las lógicas de la representación y que no entiende la risa y el cuerpo como resistencias políticas del poder, sino como lugar originario de la vida que de vez en cuando irrumpe en el espacio público, llámese éste ciudad, plaza, pueblo, televisión. La distancia entre la carne y el cuerpo no significa otra cosa que el dualismo de la cultura cristiana medieval donde el cuerpo será negado hasta convertirse en carne y la carne será el lugar simbólico del pecado. Entender la función social del realismo grotesco en esa sociedad, supone, cuando menos, tener en cuenta un asunto primordial: la enorme separación existente entre los sistemas simbólicos del poder y la cotidianidad de la vida del hombre, y entender el cuerpo como el pueblo mismo que está inscrito en unas tradiciones tan fuertes como no controladas por ningún sistema de poder.

Escritor: ELVIRA MONTOYA PÁEZ