La antinomia esencia – apariencia, ha sido una cuestión que ha atravesado toda la filosofía de Occidente. La perspectiva de Nietzsche, aunque no muy apreciada para los más ortodoxos, ha dado fuertes golpes a aquello que por mucho tiempo parecía inamovible. Intentaremos comprender algunas de sus consideraciones acerca del tema, y con ello, un poco de su pensamiento. “Af. 256. La epidermidad. Todo hombre de las profundidades encuentra la felicidad igualando a los peces voladores y jugando en las crestas más altas de las olas. Así, considera que lo mejor que tiene el contacto de las cosas es que éstas tengan una superficie, su epidermidad, valga la expresión.”
Este aforismo es una metáfora que refleja la concepción nietzscheana de la conciencia de apariencia. Es necesario tener en cuenta inicialmente que, lo que la tradición siempre ha buscado en su intento por explicar el origen ha sido precisamente la profundidad, la esencia, lo que no se nos aparece inmediatamente. Esta retrospectiva nos permitirá comprender lo que es la apariencia para Nietzsche y, por consiguiente, reconocer que es en la epidermis en donde se halla lo mejor.
El término Ursprung (origen) caracteriza el principio atemporal que los hombres de la tradición han querido colocar como base de todo; en uno el Bien, en otros la verdad, luego ambas personificadas en el Dios eterno e inmortal. Nietzsche va a definir este Ursprung como un manojo de invenciones y artificios; y además, va a considerar un “origen” en dirección no de la existencia misma sino como procedencia, haciendo una arqueología del saber, identificando cómo ocurrió que los hombres fueron creando unos conceptos que marcaron la “esencia” misma de la existencia en Occidente. Dios es un ejemplo de principio atemporal que fundamenta todos los valores, lo bueno y lo malo, la concepción de verdad, la piedad, entre muchos otros ejemplos. Podemos ver que de principios como este se desprendió directamente Occidente, y sin embargo son para Nietzsche los intentos de la metafísica por conocer la base, por hallar un sentido, en otras palabras, prejuicios morales.
Si damos un recorrido por la historia es evidente que la encontramos heterogénea, marcada por la guerra y los fuertes, donde cada época es una ocasión para reestablecer las verdades a partir de los que tienen el poder. Hemos experimentado, de igual forma, que no tenemos posibilidad de un conocimiento positivo de las cosas, al cual pudiésemos llegar a considerar como verdadero en nuestra existencia; contrario a ello, reconocemos que solo está frente a nosotros la mera apariencia – Irónicamente, a la que tanto le huyeron por largos años- donde lo único que podemos conocer es el devenir. Vemos así, lo que aflora en la piel, lo que tenemos, aquello que se nos muestra, en lo que se deleita el espíritu libre, por no estar ligado a nada, a ninguna norma, ninguna regla ni moralidad: “Los humanos profundos no son quienes se atan a cualquier cosa, persona, teoría, valor, ciencia, patria. El humano profundo es el espíritu libre.”
La noción del “más allá” del “mundo verdadero” fue inventada para despreciar el único mundo que existe, para que nuestra existencia no tenga ningún objeto; a la manera como para despreciar el cuerpo se crearon “espíritu” y “alma”. Los humanos “profundos” son los conocedores, se dan cuenta de que la apariencia no es lo opuesto a una esencia (una esencia es la esencia de su apariencia, el predicado de ella), la apariencia es lo esencial por todas las partes de nuestra vida.
Esa búsqueda de la verdad (o de algo fijo, sea lo que fuere) se puede evidenciar de forma subjetiva cuando el hombre busca el sentido de la vida en un “algo”; pero el problema no es buscarlo, lo complicado se da cuando no se encuentra. Antes todo estaba fundamentado en los grandes conceptos filosóficos de verdad, eterno, bueno, contrario, y ahora el hombre comienza a asistir a al ocaso de todos los valores apoyados antes en un “algo” externo y absoluto, asiste al reconocimiento de la apariencia incapaz de justificar su propia vida.
“Af. 54. La conciencia de la apariencia. ¡Qué maravillosa y nueva, y a la vez qué horrible e irónica es la postura que me hace adoptar mi conocimiento frente a la existencia! Por mí mismo descubrí que la antigua animalidad del hombre, incluyendo la totalidad de la época originaria y del pasado de todo ser sensible, continuaba dentro de mí poetizando, amando, odiando, extrayendo conclusiones. Me desperté de pronto en medio de mi sueño, pero sólo para tomar conciencia de que estaba soñando y de que necesitaba seguir haciéndolo para no morir, de la misma forma que el sonámbulo precisa seguir soñando para no caerse.
¿Qué es para mí la «apariencia»? Por supuesto que nada distinto a cualquier ser; entonces, ¿qué puedo decir de cualquier ser excepto enunciar los atributos de su apariencia? ¡Ésta no es, ciertamente, una máscara inerte que se pueda poner y también quitar a cualquier desconocido! Para mí, la apariencia es la viva realidad misma actuando que, irónica consigo misma, había llegado a hacerme creer que aquí no hay más que apariencia, fuegos fatuos, danzas de duendes y nada más, así como que entre todos esos soñadores también yo, atravesando un «trance de conocer», bailo mi propia danza. El que está «en trance de conocer» no es sino un medio para prolongar la danza terrenal y, en este sentido, figura entre los maestros de ceremonia de las fiestas de la existencia, ya que la consecuencia y el vínculo primordiales de todos los conocimientos constituyen y constituirán, tal vez, el medio supremo de asegurar la universalidad del sueño y la comprensión mutua de todos estos soñadores y, por consiguiente, de prolongar la duración del sueño.”
Ahora bien, la cuestión no es tan simple como parece. En efecto, en los hombres parece existir necesidad por encontrar justificación a sus vidas. Es claro que Nietzsche reclama a la filosofía el haber confiado siempre en valores perennes, pero también es cierto que reconoció la metafísica como la única capaz de dar sentido a nuestras vidas. La conciencia de la apariencia, no parece una obra filosófica, sino una anécdota de la ensoñación metafísica.
Primero hay un “sueño”: todo nuestro pasado no como algo extraño, sino como lo contenido e íntimo en nosotros, convirtiéndonos de cierto modo, en libros escritos por la historia, un libro que contiene la necesidad de verdad, de valores, de “por qué”. Posteriormente, aquel que sueña despierta, pero sólo a la conciencia “de que precisamente soñaba y de que tenía que continuar soñando para no perecer”. Despertar del sueño metafísico y no poder salir de él, descubrir una mentira y no poder dejar de confiar en ella para no morir, tal es la condición que debe encontrar quien descubre la apariencia, es la condición para todo espíritu libre, condición sin la cual el hombre perecería.
La existencia humana aparece sometida al devenir, a lo relativo, de donde no se puede extraer ningún fundamento. Por ello, para los hombres se ha hecho necesario, “soñar”, imaginar, darle la espalda al mundo cambiante y apoyarse en algo “sólido” e inmutable, eterno; así surge la metafísica en un desesperado intento por darle una justificación a nuestra existencia y a nuestros actos. No se vive de ningún otro modo que bajo la ilusión de que las cosas son y de que tienen un por qué; si renunciáramos a este ilusión rápidamente las acciones de los hombres perderían sentido, perderían una finalidad, y en consecuencia caeríamos en un nihilismo (en cuanto estado psicológico, la primera de sus formas, descrita como: “el conocimiento de un largo despilfarro de fuerzas” ). Nos dice Nietzsche acerca de la ilusión: “!no es una mascara que pueda colocársele a una X desconocida y que también pueda quitársele! La apariencia es para mi lo que actúa y lo viviente mismo, yendo tan lejos en su burla de sí misma como para hacerme sentir que aquí no hay más que apariencia, luces fatuas”.
Pero también el que “conoce”, no el que conoce las cosas en sí, y los hipokeímenon, sino el que conoce la realidad de la existencia humana, es decir, la ilusión radical sin la cual no sería humana (porque lo que nos define como humanos es precisamente nuestra posibilidad de actuar acorde a teleologías emanadas de nuestras propias ilusiones); el humanismo, sólo es posible a partir de una metafísica en la que el hombre se dé un papel y un sentido, afirma Gianni Vattimo en su lectura de Heidegger. El que “conoce” es un espíritu libre que no sólo ha alcanzado una metafísica negativa, o sea, ha reconocido toda la metafísica positiva como un error, además de esto es capaz de dar algunos pasos atrás, como es necesario hacerlo en el hipódromo .
¿Y cómo se da esta relación tan contradictoria entre esencia y apariencia? Para Nietzsche las esencias no son más que predicados, expresiones con las cuales afirmamos el poder ¿Poder de qué? De entender las apariencias del modo en que la vieja humanidad y animalidad continúan poetizando, “amando, odiando, sacando conclusiones” en el hombre; y continúan poetizando porque no hay más esencialidades que las que occidente ha buscado a través de toda la historia: verdad, bien, justicia, belleza; no hay nada que los humanos pueda hallar por fuera de ellas, sólo alrededor de ellas puede el espíritu bailar su baile, puede mantener en pie todas sus empresas humanas. Tenemos pues una apariencia en frente nuestro, una apariencia que ha sido descubierta, pero a pesar de eso, es imposible no quererla.
En este sentido, la relación que estamos tratando debe ser entendida como una actitud propia de los hombre; que en ningún caso pasa de ser alguna cosa más que una pretensión. Si bien una pretensión de sueños y de luces fatuas, es una pretensión que sólo la puede reconocer como falsa el espíritu libre, porque él no sabe meramente que la metafísica es un error y una ilusión, también sabe que esa es la única forma de seguir adelante con esta gran campaña llamada occidente; por eso también aviva el baile de los soñadores y mantiene en pie “la universalidad de las ensoñaciones” para garantizar “la duración del sueño”.
EL apego a la esencialidad y a la metafísica no debe ser entendido como un apego a la tradición o a un pensamiento filosófico especifico, no se debe decir que Nietzsche haya aceptado los pensamientos antitéticos de los filósofos o que realmente existen esencias. Más bien, la relación surgida entre esencia y apariencia pertenece a algo exclusivo de la humanidad, algo que los antropólogos del futuro podrían definir de la siguiente manera: “La ley originaria y general del sujeto cognoscente consiste en la interna necesidad de conocer todo objeto en sí, en su esencia propia (…)” .
Escritor: Ana Ayala