«LA FARMACIA*
A finales de marzo de 1997, la señora Parga era consciente de los cambios que se
avecinaban. Durante los dos años que llevaba como propietaria de una farmacia habían
pasado muchas cosas y la situación se complicaba. La idea de seguir con los planes de
su marido la asustaba cada vez más, y todavía no sabía si valía la pena continuar
apostando por el traslado de su farmacia, o mejor se quedaba tal cual estaba.
«¿Qué puede pasar si se enteran los vecinos de que me llevo la farmacia del barrio
antes de que se pueda realizar el traslado? La reacción puede ser de total
disconformidad, y los vecinos pueden tomar ciertas represalias. Además, tal y como
están las cosas, y la delicada situación de la empresa de mi marido, no creo que
podamos permitirnos cerrar la farmacia a la espera del permiso de traslado. Ni
siquiera podremos soportar el alquiler del nuevo local por mucho tiempo sin que se le
pueda sacar un rendimiento. Todo dependerá de las intenciones que tengan las otras
farmacias de alrededor. ¿Recurrirán o no? Y dependiendo de esto, ¿cuánto tiempo
pasará? ¿Qué podemos hacer? ¿Vale la pena tanto lío? Tal vez fuera mejor intentar
vender la actual farmacia tal cual está y olvidarse».
La farmacia actual
Durante dos años, la señora Parga se había ganado la simpatía y confianza de los
vecinos de un modesto barrio de Madrid. La misma farmacia llevaba en el barrio cerca de
40 años, habiendo cambiado un par de veces de titular. Cuando la familia Parga decidió
comprarla, la instalación se encontraba muy descuidada. No se había realizado ninguna
inversión en acondicionarla en los últimos 30 años, y el servicio y confianza que ofrecía
su titular dejaba mucho que desear. Sin embargo, existía una clientela fija que, de vez en
cuando, acudía a la farmacia por proximidad, comodidad e incluso pensando en
«colaborar» para su mantenimiento. Para ellos era muy cómodo contar con farmacias en
el barrio. En 300 metros a la redonda, había un par de farmacias más, con las cuales
compartía clientes; o mejor dicho, bastantes vecinos, que por proximidad eran clientes
potenciales de la farmacia, preferían evitar entrar en ella, porque andando un poco más
tenían otra un poco más aseada y moderna y con mejor atención.
La familia Parga pagó 138.000 euros por el traspaso de la farmacia, e invirtió otros
30.000 más en acondicionarla. La aventura exigió invertir patrimonio familiar, e incluso
endeudarse de forma considerable. Se contaba también con algún flujo de dinero por
parte del señor Parga, que era propietario de una empresa del sector inmobiliario. Sin
embargo, dicha empresa estaba entrando en situación delicada y no sabía si podría
contar con tales ingresos durante demasiado tiempo. La deuda contraída para adquirir la
farmacia se elevó a 72.000 euros, de los que 24.000 aún estaban pendientes de pago en
marzo de 1997.
Este caso ha sido preparado por Eduardo Recoder bajo la supervisón de la Profesora Africa Ariño, como base de discusión en clase y no como ilustración de la gestión, adecuada o inadecuada, de una situación determinada. Julio de 1997.
La inversión en obras y en stocks para asegurar el servicio a los clientes, junto con la
simpatía y profesionalidad de la señora Parga, hicieron que la farmacia fuera uno de los
establecimientos mejor considerados por los vecinos del barrio. Recuperó a la mayoría
de su clientela potencial, y los vecinos mayores quedaron encantados por la mejoría de
«su farmacia».
La facturación actual de unos 168.000 euros se podía considerar el máximo rendimiento
de la farmacia. Teniendo en cuenta que el estándar de facturación por persona, según el
Colegio de Farmacéuticos, se situaba entre 120.000 y 150.000 euros, y que todavía le
quedaban varios años para devolver todo el dinero prestado, parecía evidente que la
farmacia sólo era rentable con un único trabajador, es decir, la señora Parga. Además, la
progresiva despoblación del barrio hacía inviable la contratación de personal, por lo que
todo el peso de la farmacia recaía sobre su titular, la cual empezaba a sentirse cansada
viendo que su situación en la farmacia actual no presentaba posibilidades de mejorar. La
única ayuda con la que contaba puntualmente era la colaboración de su hijo mayor, de
24 años, farmacéutico también, pero sin intenciones de ejercer como tal; los otros dos
hijos, de 16 y 20 años, estaban estudiando BUP y Derecho, respectivamente, y no había
ningún miembro más de la familia relacionado con el mundo farmacéutico, de modo que
la señora Parga pasaba el mayor tiempo sola. Esta situación de soledad condujo a que la
propietaria sufriera algunos atracos. Esta se encontraba totalmente indefensa en su
farmacia, y corría el riesgo de convertirse en un claro objetivo para los maleantes del
barrio. La preocupación del señor Parga, que veía cómo pasaban los días sin que
pudiera evitar esta inseguridad de su mujer, iba en aumento. Por estos motivos se
planteó en familia la necesidad de acabar con esta situación, bien traspasando de nuevo
la farmacia, o bien procurando un traslado a algún lugar de la ciudad que garantizase la
mejora en todos los aspectos.
Solicitud de traslado
El señor Parga, que conocía bien el sector inmobiliario, vio la oportunidad de traslado a
un importante centro comercial que se proyectaba construir en pleno centro urbano de la
ciudad de Madrid y al que se esperaba una afluencia masiva de gente de clase
mediamedia y media-baja. Se reservó un local concreto, estratégicamente situado de
forma que cumpliera todos los requisitos legales exigidos, para que el traslado pudiera
ser aprobado por el Colegio de Farmacéuticos de Madrid. En Madrid no se conocía
ninguna farmacia que estuviera en un centro comercial. La legislación farmacéutica era
muy exigente con las nuevas aperturas y traslados de farmacias. Los locales, accesos y
distancias respecto a otras farmacias tenían que cumplir una serie de requisitos, que
eran comprobados y valorados por peritos especializados del Colegio de Farmacéuticos,
lo que había dificultado la posibilidad de concesión de permisos para la apertura de
farmacias en centros comerciales.
Siguiendo el procedimiento administrativo establecido, el Colegio comunicó la solicitud de
traslado a las farmacias más próximas al nuevo centro, abriendo un plazo de alegaciones
de 30 días. Las dos farmacias más próximas hicieron uso de este derecho. El Colegio de
Farmacéuticos las hizo llegar a la señora Parga para que pudiera contestarlas. El tema
se complicaba, aparecieron las primeras dudas y no hubo más remedio que contratar a
un abogado con cierta experiencia en estos temas.
El 28 de marzo de 1997, el Colegio, tras estudiar el expediente, aprobó el traslado por
considerar que las alegaciones presentadas no poseían suficiente peso específico. De
nuevo las farmacias vecinas tenían la oportunidad de recurrir el traslado en el plazo de 30
días, pero esta vez vía Ministerio de Sanidad.
Las farmacias que recurrieron la primera vez lo hicieron conjuntamente y, por
consiguiente, era de esperar que si procedían de nuevo, sería a la par. Pero el abogado
que asesoraba a la familia Parga afirmó que, tal y como habían transcurrido los
acontecimientos, los abogados de las partes contrarias aconsejarían no continuar el
proceso, pues se presumía una resolución definitiva a favor del traslado, por lo que
supondría un gasto inútil para sus clientes y no favorecería la reputación de los abogados
por enfrentarse a un caso prácticamente perdido. Además, una de las farmacias en
contra del traslado era de una compañera y amiga del hijo mayor de la señora Parga,
que, en conversaciones, aseguró que lo único que pretendía era cerciorarse de que el
traslado cumplía con todos los requisitos legales. De no ser recurrido, el traslado sería
inmediato.
Sin embargo, el abogado de la familia Parga también dijo que, en caso de que
recurrieran, no lo harían hasta el final del plazo concedido, con el objetivo de ganar
tiempo y retrasar el traslado. El Ministerio de Sanidad se vería obligado a estudiar el
expediente completo, cuya resolución tardaría de 6 a 8 meses desde la fecha de hoy, y
siempre cabía el riesgo de que el Ministerio de Sanidad no concediera el traslado y
hubiera que recurrir al Tribunal Superior de Justicia, lo que significaba un plazo de otros
tres años.
A pesar de todo, el local fue definitivamente contratado, lo que exigió pagar 6 meses de
alquiler por adelantado y todavía debían presentar un aval bancario por tres años de
arrendamiento.
El centro comercial
A la familia Parga se le plantearon algunas otras dudas. El centro comercial, tal y como
estaba proyectado, esperaba una afluencia de gente anual de unos 18 millones de
personas, gracias a una situación geográfica de fácil acceso para el público del centro de
Madrid y la gran cantidad de barrios periféricos circundantes y establecimientos
comerciales con que contaría: un hipermercado, salas de cine, restaurantes, tiendas de
moda, tiendas de alimentación, tiendas de electrodomésticos, cosmética, etc., hasta un
total de 210 establecimientos. El horario comercial de las tiendas sería de 10:00 a 22:00
horas, y los restaurantes podrían abrir hasta las 2 de la madrugada. Pero las farmacias
tenían los horarios sujetos a las disposiciones del Colegio de Farmacéuticos.
Los promotores del centro pedían unos alquileres desorbitados. Por un local de 80 m2 se
pedía un alquiler de 3.750 euros mensuales, más 750 euros en concepto de gasto de
comunidad para el mantenimiento del centro, seguridad, limpieza y publicidad, revisable
según el IPC anual. El contrato de arrendamiento era de 8 años, y no existía la
posibilidad de comprar el local. De esta forma el centro podía exigir a los comerciantes el
cumplimiento de las normas internas, que si no, al vencimiento del contrato, podía no
renovarse.
El señor Parga presupuestó unas necesidades de inversión para acondicionar el local de
unos 51.000 euros hasta su puesta en marcha definitiva. Además consideraba necesario
contar con el equivalente a dos meses de alquileres y de gastos de comunidad.
Finalmente consideró que la inversión en stocks ascendería a unos 54.000 euros, 30.000
euros más que en la farmacia actual.
De todas formas, la señora Parga no acababa de ver la viabilidad de la farmacia en estas
nuevas condiciones. Actualmente estaba pagando un alquiler de 300 euros al mes y
1.320 euros al mes de devoluciones de la deuda. Los productos farmacéuticos se
vendían, al público, con un margen del 40% sobre el PVP, mientras que si eran ventas
con receta de la Seguridad Social dicho margen era del 30%. Con estos márgenes se
debían cubrir todos los costes de explotación, y la señora Parga sabía que en la nueva
farmacia debería contratar a dos personas, dado que la afluencia de público a los centros
comerciales solía variar durante las horas, el día y la semana. Un licenciado en farmacia
tendría un coste de unos 1.620 euros al mes brutos, y un mancebo rondaba los 840
euros brutos, ambos por catorce pagas. La señora Parga siempre había considerado que
en una farmacia sólo deben atender al público personal licenciado en farmacia. Además,
según la legislación farmacéutica, en la farmacia siempre debía haber un farmacéutico
como mínimo.
Otra diferencia con la farmacia actual era la composición de las ventas con receta de la
Seguridad Social. Actualmente facturaba un 45% mediante recetas de la misma. La
señora Parga era consciente de que en la nueva farmacia la venta con recetas
descendería considerablemente, pero ¿sería la venta al contado suficientemente alta
como para compensar la disminución de recetas? Las ventas con receta de la Seguridad
Social se cobraban dos veces al mes, con un mes y medio de retraso.
El señor Parga estaba preocupado porque el banco había denegado el aval bancario que
exigía el centro comercial. Tal vez dicho banco no veía demasiado futuro en el centro
comercial o en una farmacia ubicada en un centro comercial, o tal vez no vieran claro que
se les fuera a conceder el permiso de traslado. La farmacia de la señora Parga era un
buen cliente de este banco.
Un farmacéutico de Barcelona
Ante tanta duda, la familia Parga contactó con un farmacéutico cuya farmacia se
encontraba en un importante centro comercial de Barcelona. Pensaron que hablando con
él podrían sacar alguna conclusión que les orientase. El farmacéutico de Barcelona
parecía satisfecho con la marcha de su farmacia, pero asustó a la familia Parga diciendo
que tardó más de tres años en conseguir el permiso definitivo para la apertura de la
farmacia en el centro comercial. El farmacéutico catalán también les informó que un 15%
de sus ingresos procedían de ventas con receta de la Seguridad Social.
Si bien era cierto que la apertura de una nueva farmacia era diferente de un traslado.
Pero a la vista del inminente cierre de la empresa del señor Parga, parecía imposible
afrontar tres años de espera pagando semejante alquiler.
Dicha empresa se dedicaba a los servicios inmobiliarios, y aprovechando el «boom» de la
economía y con afán de diversificar, empezaron a promocionar la construcción y venta de
viviendas. El inicio fue bueno, pero la crisis económica coincidió con la construcción de
varias promociones y no se vendieron como se esperaba. Las hipotecas estaban
consumiendo los recursos de la empresa y no parecía que hubiera vuelta atrás.
Apertura del centro comercial
El 19 de abril –en tres semanas– estaba prevista la inauguración del centro comercial; en
esa fecha exigían que las obras de acondicionamiento de cada local estuvieran
acabadas, y tras esa fecha únicamente estaría permitido trabajar de noche o los días
festivos, por lo que se disminuiría el ritmo de trabajo y se incrementaría
considerablemente el coste de las obras. El valor presupuestado de las obras, siempre y
cuando se acabaran a tiempo, era de 51.000 euros, para que, posteriormente, se pudiera
proceder al traslado definitivo. Esto significa cerrar una farmacia, aprovechar gran parte
de su mobiliario y abrir la nueva, para lo que se precisaban 10 días más.
Otras alternativas
En medio de tanta inquietud, el señor Parga estaba considerando la oportunidad de otras
alternativas que generasen ingresos para sobrevivir.
En primer lugar, cabía hacer la obra y dejar el local preparado y a la espera de la
concesión, hubiera o no, recurso por otros farmacéuticos. Preparando el local, era
posible su cesión a un tercero que pagase un alquiler y los gastos de comunidad durante
unos meses. Pero, ¿quién estaría en tal situación? Quizá cabría poner allí una guardería
o una máquina de realidad virtual o cosas por el estilo.
Una alternativa más factible era llegar a algún acuerdo de colaboración con una familia
que importaba artículos de China y Extremo Oriente y que tenía 240.000 euros en stocks
a liquidar, en vajillas, porcelanas, muebles de marquetería, etc. Necesitaban un local
hasta el 30 de julio, y cederían un 15% de las ventas a la familia Parga, sin asegurarles
mínimo alguno, poniendo el inquilino su propio personal. Estas personas tenían fama de
gente seria y conocedora de su negocio.
También, se podría montar una parafarmacia que explotaría el hijo mayor de la familia
Parga, aunque las tiendas de parafarmacia no estaban bien vistas por buena parte del
colectivo farmacéutico. El hijo mayor tenía previsto iniciar un Master en economía y
dirección de empresas el próximo mes de septiembre, lo que le impediría seguir
colaborando con su familia.
También podrían vender, en depósito, productos importados de India, principalmente
ropa femenina y complementos. Estos artículos darían un margen del 50% sobre el PVP.
El importador pasaría semanalmente a liquidar los estados de cuentas, que llevaría el
hijo mayor, y a reponer material. Pero ello requería contratar a alguien, puesto que el
horario comercial era de trece horas diarias por seis días a la semana. La mejor
estimación del importador era de unos 24.000 euros de facturación al mes.
Finalmente, el señor Parga comenzaba a considerar la posibilidad de vender la farmacia
actual, aunque todavía no sabía cuándo ni por cuánto. Así se acabarían los sustos y
disgustos de su esposa.
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