Variaciones de género

Esta ley normalizadora de lo que implica ser masculino y femenino, según Butler (2002), se evidencia en restricciones crueles y fatales ante la desnaturalización del género. En este escenario, “… el “género” solo existe al servicio del heterosexismo…” (Butler, 2002: 182) Estas normas de autenticidad actúan en la constitución del sujeto y condenan toda incertidumbre de género, “…es una ley normalizadora que prevalece sobre los seres humanos obligándolos al suicidio, al sacrificio del erotismo homosexual o al encubrimiento de la homosexualidad” (Butller, 2002: 203).

El “género en disputa” representado por el travestismo que subvierte esas normas dominantes de género y desafía la pretensión a la naturalidad y originalidad de la heterosexualidad” nos da la oportunidad de revestir nuestra existencia con otros matices, en ocasiones heroicos. La existencia de una flexibilidad de género que se rebelan ante esa rigidez determinada por la imposición de roles (Butller, 2002: 185).

Matices determinados por feminidades masculinas y masculinidades femeninas acompañadas con etiquetas como: bollera, motera, marimacho, machorra, perrico, chicazo, butch femme, drag kings, drag queen, butch male, transgénero, transfemenina, transmasculino, andrógina, hermafrodita,  invertidos, pseudo-homosexuales, transexual, travesti, queer etc. “… la tiranía del lenguaje es una estructura que mantiene a las personas y las cosas en un lugar artificial pero seguro” (Halberstam, 2008: 30).

El deseo, la sexualidad y el género son las áreas más reculadas por el control social: “… se supone que demos desear sólo determinadas personas y solo ciertas formas” (Halberstam, 2008: 30). Pero el deseo no funciona de forma convencional, y los seres humanos que no se sujetan a ese molde intentan rehacerse a sí mismos, de pertenecer, reconocer y percibir formas diferentes a las convenciones del género binario pero fracasan porque la violencia social y el oprobio verbal determinado por los modelos hegemónicos del género les marca como una alteridad sexual, como una patología que en ocasiones los empuja al closet o la negación absoluta del deseo con el suicidio, estas diversidades o variaciones de género  demuestran (Halberstam, 2008).

Sobre estas “ambigüedades” de género no existen muchas investigaciones que le den orgullo, es un tema que ha sido ignorado incluso por la academia por influencia del patriarcado que vincula la masculinidad con virilidad, con poder de heredar, con el  control del intercambio de mujeres, con el poder en el Estado, con el privilegio social por la desigual distribución de riqueza y la dominación; sumiendo este tema en un espacio de vergüenza, marginalidad y aislamiento. En otras palabras, las feminidades alternativas y las masculinidades femeninas se consideran las sobras despreciables de la masculinidad dominante en una sociedad dominada por los hombres (Halberstam, 2008).  Está realidad hace que un tercer género permanezca sujeto a parámetros de estigma en nombre de un prejuicio que determina que la feminidad es de uso exclusivo de mujeres y que la masculinidad es de uso exclusivo de hombres (Halberstam, 2008).

“El género ambiguo, aparezca donde aparezca, se transforma inevitablemente en desviación, en algo inferior, o una versión borrosa del hombre o de la mujer” (Halberstam, 2008: 43).  Por ejemplo en los baños de mujeres, si una usuaria no alcanza los parámetros de feminidad y presenta ciertos niveles de “ambigüedad” puede ser acusada de estar en los servicios “equivocados”. Si una transfemenina utiliza el baño de mujeres se verá sujeta a burlas e incluso alguna usuaria puede llamar a la policía porque una “no-mujer” esta irrumpiendo su espacio. Aquí surge otra figura, la “policía de género”, esta policía se encarga de vigilar, observar y limitar el uso de espacios públicos a personas de género “ambiguo” porque se considera una “desviación del género” que debe ser penalizada con el no acceso o imposición de limitaciones (Halberstam, 2008).

Los riesgos que corren los transmasculinos en el servicio de caballeros (una arquitectura de vigilancia, un espacio de interacción homosocial y de interacción homoerótica) son distintos a los peligros que corre una transfemenina en baño de mujeres (un estadio en el que se refuerza la adecuación de género). Si un transmasculino es descubierto en el servicio de varones es probable que haya una reacción violenta ante tal descubrimiento, pero una transfemenina descubierta en el baño de señoras será menos probable que la castiguen. Las señales de los servicios “señoras” y caballeros”, “mujeres” y “hombres” para Lacan es la “ley de segregación urinaria” (Halberstam, 2008).

 “…Esta segregación urinaria sirve para describir los procesos de binarismo cultural dentro de la producción de género. […] Garder utiliza las figuras del travesti y del transexual para demostrar los obvios errores y huecos que hay en un sistema de género binario; el travesti, como intruso, crea un tercer espacio de posibilidad, donde cualquier binarismo se convierte en inestable. […] Mientras que para Garder es el travestido quien determina la inestabilidad de los marcadores “señoras” y “caballeros”, para Edelman esto no lo hace el travesti que pasa por ser una mujer, sino el homosexual que pasa por ser hetero” (Halberstam, 2008: 49).

La feminidad en los hombres supone una amenaza a la estabilidad social, y la masculinidad femenina puede ser considerada una amenaza en la medida que está esté vinculada con el lesbianismo (Halberstam, 2008).  Cabe resaltar que no todas las sociedades demarcan estas fronteras rígidas determinadas por el género y la heteronormatividad, tampoco comparten la visión binaria de género.

Autor: Jadira Martinez

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