Reseña de Miau, de Benito Pérez Galdós

Novela realista acerca de una familia víctima de apuros económicos en Madrid, cuna del reino y fuente de injusticias y estrecheces para la mayoría de sus habitantes. Don Ramón Villaamil, cabeza de familia y empleado cesante de la administración tributaria del Estado, vive en la pobreza por no tener ingresos con que sostener a su familia y con la frustración de haber sido cesado de su empleo cuando le faltaban tan sólo dos meses para alcanzar la jubilación. Se trata de un hombre íntegro, un conocedor de su materia de trabajo, que espera con ansiedad y desesperación que sea reintegrado a un cargo público que le permita contar con medios para vivir y jubilarse decorosamente.

En un día, de los muchos que se suceden angustiosamente para la familia, Luisito, un niño de entre ocho y diez años, nieto de don Ramón, sale de la escuela. Llega a casa en la que es recibido afectuosamente por su abuela, doña Pura, su tía abuela Milagros –cantante de ópera que vio frustrada su carrera antes de iniciar– y Abelarda, su tía y hermana de su fallecida madre Luisa. El infante es enviado con una solicitud de préstamo de dinero a casa de Cucúrbitas. El destinatario no le presta, sólo le regala una golosina al muchacho. En ocasiones, Luisito perdía el conocimiento, era un mal que le acometía con frecuencia, sólo se acomodaba y dejaba que se presentara. Duraba unos minutos en los que, dentro de su ensoñación, el niño tenía oportunidad de platicar con un anciano bondadoso que identifica como Dios. Probablemente se trataba de ataques de epilepsia.

Al pasar algunos días, llega de improviso Víctor Cadalso, padre del chiquitín y viudo de Luisa, la aprehensiva esposa fallecida por su carácter débil, propensa al drama, la desolación y la depresión. Víctor se hospeda en casa de don Ramón, pese al disgusto del dueño de la casa. La familia lo considera responsable de la suerte desdichada de la hija ausente. Pero es el padre del niño y ofrece, para allanar un poco el ábrego camino, pagar su estancia. Es tal la desesperación de los Villaamil, que acceden a que se quede y aprovechan para subsistir con el dinero aportado por el oportuno huésped. Víctor se encuentra en la capital del reino para arreglar asuntos que amenazan arruinarlo, pero el hombre es astuto y tiene medios para asegurar su permanencia en el gobierno. Se insinúa que lo logra mediante corrupción y por sus ligas con una mujer influyente. El hombre viste impecablemente, dedica parte de su dinero a su persona, en tanto la familia con la que vive se ve en tantos aprietos para sobrevivir.

Luisito tiene que lidiar día a día con los compañeros de la escuela que habían apodado a su familia las “miaus”, en alusión a que ponían cara de felino cuando asistían al teatro invitados por Ponce, novio eterno de Abelarda. El niño es el encargado de llevar y traer los recados que su abuelo le encomienda. Su amigo “Posturitas”, también burlón, se enferma de tabardillo y unos días después muere, como mucha gente moría seguramente por enfermedades hoy bajo controladas merced a los antibióticos y medidas higiénicas actuales.

Don Ramón acudía al Ministerio de Hacienda casi diario para hablar con su amigo Pantoja –un severísimo Catón de la administración– y de paso averiguar si había aparecido en la ‘combinación’ (lista de colocados en la administración del Estado). Aunque el anciano trataba de no hacerse ilusiones y de esperar lo peor, consciente de que cuando se espera lo peor, esto no sucede; y que cuando se espera algo con ilusión, se frustra; el hombre en su desesperación trataba de hacerse a la idea de nada aguardar, pero en su fuero interno brillaba aún la chispa de la esperanza. En Hacienda, a la par de que encontraba amigos con quienes platicar y desahogar su pena, a veces las bromas burlonas de Guillén hacían mella en el ánimo ya decaído del ex empleado. Se entera allí que su yerno ha sido colocado de nuevo.

Víctor, en tanto, cuando encontraba sola a Abelarda comenzaba a hablarle, primero de admiración por la mujer y más tarde de amor. La soltera escuchaba, dentro de sí iba creciendo una pasión que, cuando el bribón se dio cuenta, apagó de un solo golpe dándose golpes de pecho de no estar a la altura de ella, ni merecerla. Abelarda recibió el golpe certero casi sin inmutarse, pero destrozada por dentro. Soñaba con irse con Víctor. Su frustración se mostró como ira hacia el hombre, pero incapaz de externarlo con él, lo descargó en contra de Luisito, a quien había imaginado estrangular y en una ocasión, exasperada por los caprichos del niño, se abalanzó contra éste y lo arañó. El chiquillo fue salvado por sus otras tías y su abuelo. El padre del niño resolvió llevarlo con su hermana Quintina, quien había ofrecido al niño dejarle jugar con su nacimiento y las figuras que tenía de santos.

El niño, que entre sus ensoñaciones mórbidas en las que hablaba con Dios, había ofrecido ser sacerdote, se emocionaba con esta idea, pero no quería dejar a sus abuelos. Víctor aprovechaba el incidente para dar un golpe que ya esperaba, pues había acordado con su hermana y cuñado resolver cierto problema familiar con la entrega del niño para que lo criara ese matrimonio sin hijos. Sin embargo, no pudo Víctor sacar al niño por la oposición de Pura y Milagros. Fue su suegro, don Ramón, quien ofreció llevarlo al día siguiente. El viejo cumplió: salió con el niño en una de las situaciones más difíciles que se haya enfrentado. El niño obedeció porque así lo había ordenado Dios en su último desmayo. Platicó al abuelo que el Todopoderoso le dijo que su abuelo no obtendría colocación y que estaría mejor en el Paraíso. Don Ramón se sorprendió de la noticia, que coincidía con su propio plan de dejar este cruel mundo. Después de un largo paseo por la ciudad, el hombre terminó su vida con un disparo en la sien.

Escritor: Julio César Urbina