Sobre El almacén de las palabras terribles

El almacén de las palabras terribles es una novela infantojuvenil de la escritora española Elia Barceló . La historia tiene como protagonista a una niña —Talia, de doce años— que emprende un viaje de aprendizaje en el interior de un «almacén». A continuación, se realizarán algunos comentarios sobre el texto en relación con su estructura, el tema, su argumento, los personajes, el narrador y algunas apreciaciones finales.

La novela cuenta con seis capítulos y un epílogo. Cada capítulo se divide en partes, según «Allí» se relata el paso de Talia y Pablo por el almacén y todo lo que van aprendiendo— y un «Aquí» se narran los sucesos que tienen lugar en el hospital, mientras los personajes están en coma, y que involucran a los familiares y amigos de Talia y Pablo. El epílogo tiene «Aquí y Allí»: se narra el encuentro en un bar de un hombre, que está angustiado porque ha dicho cosas de las que se arrepiente, con un viejo, que le cuenta acerca de cierto almacén donde están las «palabras terribles».

Puede decirse que el tema de la novela es la capacidad performativa de la palabra/el lenguaje. En otros términos, la posibilidad que brinda el lenguaje de instaurar un nuevo estado de cosas en el mundo, de mutar las relaciones entre las personas; la imposibilidad de «desdecir» lo dicho y la responsabilidad que implica construir nuestro discurso.

La novela narra el encuentro de Talia y un viejo en un parque. Talia está angustiada porque le ha dicho a su madre que no la quería; su madre se ha ido de casa y sus padres están a punto de separarse. El viejo le cuenta que hay un lugar, un almacén, donde están todas las palabras, incluso las «terribles»; allí, según el viejo, podrán ayudarla. Le da las indicaciones y Talia comienza su viaje en tranvía. Tiene un grave accidente y queda en coma. Mientras tanto, su padre la busca y no puede encontrarla. Su hermano, que está casi todo el tiempo en casa de su amigo Pedro, tampoco sabe dónde está.

Cuando se enteran del accidente, sus padres —primero, Miguel y, luego, Ana— acuden a verla. Allí, Tere, la enfermera, y el doctor Guerrero velan por sus pacientes. Mientras ellos esperan su recuperación, Talia experimenta una realidad paralela. La niña llega al lugar indicado por el viejo y conoce a Pablo, un chico que se ha peleado con su mejor amigo porque este ha empezado a salir con Yolanda, su ex novia. Ambos ingresan al almacén. Allí comienza un recorrido en el que van aprendiendo más sobre sí mismos y sobre el potencial de las palabras: construir o destruir. Talia, que al comienzo se muestra insegura, pronto comprende cuál es su destino en ese lugar: aprender a usar las palabras como «flor» y no como «cuchillo». Pablo es más renuente a atravesar ese proceso, le cuesta admitir que se ha equivocado y que ha dicho cosas que han lastimado a un amigo tan preciado.

 Pablo también se encuentra en coma en el hospital, pero no puede ser identificado. Cuando Jaime, su amigo, ve su fotografía en la televisión acude al lugar y cuida incondicionalmente a su amigo. Ruega a los padres de Pablo —separados, y que han vuelto a formar familia, han descuidado a su hijo— que lo dejen allí con él. Yolanda, finalmente, no soporta esa situación y lo abandona.

Cuando Talia logra aprehender verdaderamente el significado y el valor de las palabras, gracias a la ayuda de ciertos seres luminosos que le muestran distintas imágenes de su pasado y las cosas que ha dicho para lastimar y para demostrar cariño, despierta en el hospital y se reúne con su familia. Antes de la partida de Talia al «otro lado», Pablo le ha prometido comprometerse a aprender y volver.

Mientras tanto, la situación familiar tiene una mejoría, aunque sus padres no saben si volverán a estar juntos. Talia sigue acompañando a Jaime y a Pablo, hasta que este recobra la conciencia. La novela finaliza con el relato del encuentro de un hombre en un bar con un viejo. El hombre está angustiado porque le ha dicho cosas terribles a alguien. El viejo le cuenta acerca de un almacén: el almacén de las palabras terribles.

El narrador es, en apariencia, omnisciente; es la voz que narra sabe lo que piensan y sienten los personajes, y habla en tercera persona. A medida que el relato va avanzando, el narrador oculta deliberadamente cierta información, por ejemplo, devela, ya bien avanzada la novela, que la visita al almacén es en realidad producto del estado de coma en el que la protagonista y Pablo caen luego de tener un accidente en el tranvía, o, mejor dicho, una realidad paralela. Sin embargo, hacia el final de la novela, el narrador deja planteada la posibilidad de la experiencia del viaje al almacén como perfectamente verosímil.

El almacén de las palabras terribles es una novela de aprendizaje. La historia narrada tiene lugar en un espacio «otro». Esa experiencia no se da en el tiempo y el espacio —en el almacén de las palabras terribles no existen como categorías— de una realidad material. Talia termina por comprender el valor de la palabra, el uso que puede hacerse de ella y la necesidad de saber poner en discurso lo que realmente se siente. Ese aprendizaje es posible a partir de la experiencia de una realidad desdoblada: una material y una fantástica —la del almacén—. En la novela, se plantea la posibilidad de coexistencia de ambas.

Además, dicho aprendizaje tiene que ver con la temporalidad de la historia del personaje: revé su pasado —con la valoración negativa y positiva que este hace—, para comprender su presente la mutación en las relaciones interpersonales producida por lo dicho— y cambiar el futuro —se abre la posibilidad de subsanar las faltas, haciendo un «uso responsable» de las palabras.

Escritor: María Elena Molina

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