Para introducir el tema, debemos saber que la función capital de la escuela es la que ésta ejerce en las sociedades desarrolladas y dentro del conjunto básico de instituciones. En ella se prepara a los adultos y se proporcionan las disposiciones útiles tanto para la vida social como para la económica. Hoy en día existe una mediatización tanto de la enseñanza como del aprendizaje y ello contribuye a considerar al conocimiento en educación como una forma de la distribución más amplia de bienes y servicios dentro de la sociedad. Así, se plantea un gran desafío, el de cambiar la manera de pensar el conocimiento de forma individual a colectiva y generar investigar para poder aprender a través de la búsqueda.

La manera en que se nos presenta la información, sin tiempo para poder procesarla e incorporarla, atenta contra el ejercicio que implica el pensar. El conjunto de conocimientos que condicionan las formas de entender e interpretar el mundo en esta, nuestra época, tiene que ver con la tecnología, su rapidez e inmediatez para llegar a la gente. Y si bien es cierto que la tecnología contribuyó de manera positiva para que la información no sea patrimonio de algunos, también produjo que ese material del que pueden disponer todos no sea seleccionado y procesado por la mayoría que lo recibe, dificultando, en consecuencia, el pensar colectivo.

Para poder alcanzar ese pensamiento colectivo es necesario cuestionar la realidad y es ahí donde aparece el sentido, cuyo concepto es una de las cuestiones centrales de la reflexión actual. Desde la perspectiva derrideana, la producción de sentido se realiza en nuestras cabezas, mientras leemos. Este mismo punto de vista desconstructivista plantea la revisión del currículo para repensar la escuela y la docencia. Es fundamental como docentes introducir la pregunta sobre el “sentido de los saberes”, porque es a partir de allí que los alumnos comienzan a descubrir otro mundo posible. El ejercicio de pensar debe atravesar la currícula escolar en su totalidad para erigirse como la base misma del aprendizaje.

Por su parte, el profesor estadounidense Michael W. Apple señala que el campo del currículo no solamente representa un interés intelectual sino que también simboliza compromisos sociales e ideológicos que han sido dominados por una visión tecnológica en la que lo que guía el desarrollo del trabajo es encontrar “el único y mejor conjunto de medios para conseguir los objetivos escolares previamente elegidos”. Mientras que en el mundo medieval, el currículo apareció para reglamentar y controlar las experiencias educativas que se consideraban menos problemáticas, el currículo hoy –y más allá de la pluralidad de definiciones- se presenta como un concepto multifacético que, hasta en algunos casos, incluye el conjunto de las prácticas educativas.

Es justamente desde esas prácticas educativas que debe incentivarse el pensar y para eso es necesario crear ámbitos adecuados que favorezcan este ejercicio mental que permita a los alumnos detenerse en medio de la vorágine para poder imaginar, reflexionar, examinar y considerar. Por otro lado, no siempre es fácil, dentro de los esquemas educativos ya instaurados, introducir innovaciones. Hoy existe –por distintos motivos- cierta imposibilidad de generar espacios desafiantes, espacios que a partir de la curiosidad induzcan a la investigación por parte del alumno, tarea que no es fácil dado el contexto actual. La escuela se encuentra hoy en día “desadaptada” a las necesidades de la sociedad: cuenta con un tradición enciclopedista en la que el aprendizaje dejó de ser significativo para el que aprende y las condiciones para combinar innovación con esta tradición no son las adecuadas para que la educación se de como práctica de la libertad.

Según el sociólogo francés Émile Durkheim, la educación es el “lenguaje propio de la sociología” y a partir de esta definición se puede inferir la función socializadora que debe cumplir la escuela. Sin embargo, y como dice José Tamarit, “en una sociedad desigual, la escuela más que proporcionar a las clases populares herramientas socialmente válidas, lo que hace es otorgar competencias individuales que preparan para la lucha por la vida”. La escuela sufre –y lo ha hecho durante mucho tiempo- la descalificación implícita y explícita en los planteos reproductivistas y desescolarizantes. Eso generó una corriente contraria que tiende, según Tamarit, a “revalorizarla como un instrumento indispensable e irremplazable para la educación del pueblo”, la sociedad no deja de ser un conjunto conflictivo en el que las distintas clases sociales pugnan por sus propios intereses, en consecuencia, por el poder.

El sistema educativo, público y privado, es un centro de poder ideológico muy importante pero aunque la palabra “sistema” conduzca a la idea de un todo articulado, las ideas no se reflejan articuladas y muchas veces aparecen las luchas ideológicas por la hegemonía, como sucede con los aparatos de acción masiva y sistemática que son los responsables de conformación de la conciencia.

Por estos días se muestra una clara resistencia al cambio y se hace evidente la falta de atención que se le presta a la relación entre los conocimientos escolares y los fenómenos extraescolares. Si bien la familia cumple una función relevante porque es “la institución social en cuyo seno el individuo toma contacto con la realidad”, según la describe el psicoanalista alemán Erich Fromm, ésta no comparte las características de “aparato hegemónico” que tienen la escuela y otros, como pueden ser los medios de comunicación. La resistencia al cambio, a mi entender, tiene que ver con la idiosincrasia cultural, es decir, con los rasgos distintivos y propios de la colectividad. Entonces, los cambios no deberían darse solamente a nivel institucional sino también en otros niveles tales como el económico y el social, ya que la escuela es el espejo de la sociedad que la sostiene.

Escritor: Bibiana Ruiz