Si nos preguntamos qué es el lenguaje, sin duda encontraremos una serie de definiciones y explicaciones, ya que la temática referida al estudio de este fenómeno ha sido una constante preocupación para el hombre. Por lo general, se entiende el lenguaje como una estructura que sustenta la articulación de signos que el hombre utiliza para poder comunicarse y, a través de los cuales, expresar lo que piensa y siente. Dicha articulación se basa en un sistema de códigos semióticos que conoce tanto el emisor como el receptor, inmersos en un contexto determinado, en un tránsito comunicativo y que se materializa en un mensaje mediante ciertos principios formales de combinación.

Esta situación comunicativa, con todos sus elementos, se concretiza en el diálogo como base de la comunicación. Lo anterior se desprende del estudio estructural del lenguaje que se sintetiza en la lingüística como ciencia, de gran desarrollo durante el siglo XX. Consecuentemente con su avance, la ciencia del lenguaje establece relaciones con la antropología, la psicología y la sociología, entre otras disciplinas de las ciencias sociales, ya que como facultad humana, el lenguaje en su estructura nos capacita para abstraer, conceptualizar y comunicar, además de pertenecer tanto a un dominio individual como social.

Pero, ¿será la referencia anterior suficiente para lograr comprender un fenómeno que acompaña al hombre desde sus orígenes? Es una definición correcta y usual, sin embargo existe la posibilidad de ir más allá de las convenciones antes citadas. Frente a la interrogante de especificar cuál es la verdadera naturaleza del lenguaje; de ubicar dónde se encuentra su esencia, y cuál es su función primaria y original, nos encontramos con la necesidad de recurrir a una perspectiva filosófica. Tal vez la visión más original, y que escapa del sentido cientificista que encontramos en la mayoría de las teorías y estudios acerca del lenguaje que se han suscitado en los últimos años, es la que nos entrega el filósofo alemán Martin Heidegger, quien nos da un atisbo de respuesta a estas preguntas, partiendo de la base de intentar entender al lenguaje como un fenómeno constitutivo de la existencia humana. El pensamiento heideggeriano, en general, se puede interpretar como un camino hermenéutico, que remite a la constante búsqueda de la verdad del ser, como problema fundamental de la filosofía, y de determinar las raíces y la esencia de éste, superando la concepción metafísica común acuñada por siglos de tradición y que, según lo expresado en su obra, nunca ha logrado resolver este problema fundamental, por lo que el pensamiento no ha llegado a sus raíces.

En esta búsqueda constante de la esencia y las raíces del pensamiento, es preciso encontrar un campo que ha sido ignorado, en que se debe basar la tarea de descubrir al ser en su esencia y, en este ámbito, éste debe ser escuchado, oído y revelado por la palabra oral y escrita. Así, el lenguaje, experimentado por un pensamiento meditativo y no representativo, y manifestándose en valor ontológico, se puede determinar como el lugar en donde el ser encuentra su esencia y sus raíces. Podemos entender, de esta manera, que la verdad del ser es en esencia palabra y que esta palabra encuentra, a su vez, su esencia en la verdad del ser, ya que ésta es la que realiza al hombre en cuanto posee prioridad ontológica. El ser se despliega en el ámbito del hombre, y este ámbito es el lenguaje, estableciéndose una clara relación de reciprocidad.

Comprendemos, entonces, desde la perspectiva ya expuesta, que el lenguaje es el ámbito o lugar en donde el ser puede encontrar su esencia y raíces, pero la problemática surge cuando el lenguaje es considerado, de manera predominante en el actuar humano, mediante la concepción instrumental que impone el dominio de la ciencia, como teoría de lo real, sobre las acciones del hombre y que queda de manifiesto en la actualidad, la que Heidegger denomina como “la época técnica”. El desarrollo de las ciencias y la tecnología en nuestros tiempos (considerando esta denominación desde la Revolución Industrial y alcanzando su apogeo, según Heidegger, con el desarrollo de la era atómica) ha estructurado el concepto de técnica moderna de acuerdo a su denominación usual, es decir, como un medio que utiliza el hombre para intervenir la naturaleza y así obtener productos de ella. El lenguaje, como ámbito del hacer humano, no escapa a esta concepción instrumental, que, pese a no ser incorrecta ya que se determina por su utilización masiva y proviene de la ciencia lingüística, a luz de lo planteado no es plenamente verdadera, porque al considerar al lenguaje como un mero instrumento de comunicación e información de manera excluyente y extrema, como se observa cotidianamente en la ciencias naturales y los medios de comunicación (como instrumento de intercambio de noticias), éste se impone en su caracterización técnica por su univocidad y sentido absoluto, pasando a ser una forma de imposición y no de relación recíproca.

Con todo y de acuerdo con lo anterior, podemos concluir que al existir una concepción instrumental del lenguaje, también debe existir una concepción, en efecto, no instrumental, que Heidegger denomina como originaria o materna, y que tiene relación con el lenguaje recibido y adquirido, en la que la esencia de éste se establecería desde la correspondencia y reciprocidad con respecto al ser, y a partir de esta consideración se conservaría la función primera y original del lenguaje como instancia creativa y no instrumental ni impositiva, en la que el hombre se definiría como tal. Es en esta concepción del lenguaje en la que el ser encontraría su lugar esencial, pero que se ve avasallada por el concepto de lenguaje técnico como instrumento.

Escritor: Jorge Martínez Silva