Voy a contarles una parte de la vida de alguien a quien llamaré Andrés nacido en el seno de una familia típica Antioqueña de 8 hijos de los cuales fue el último en nacer. El padre fue una persona de carácter fuerte y recio quien se desempeñaba como administrador del estanco de las poblaciones cercanas a Medellín y que era donde se distribuía el licor para la región a donde fuera asignado.

En esos ires y venires del padre nacieron unos hijos en una población y otros en otra tocándole a Andrés nacer en un lejano pueblo del suroeste Antioqueño, aunque solo vivió allí hasta sus dos años de edad, fue cuando la familia completa se radicó en la ciudad de Medellín. Empezaría entonces Andrés a formar su personalidad en las calles extrañas y desafiantes de esta gran ciudad en medio de vivencias de todos los tipos que de una u otra forma ayudarían a moldear la gran persona que es en la actualidad en el sentido que Andrés tiene un corazón enorme con mucha capacidad de comprender y amar a las demás personas, de ponerse siempre en el lugar de ellos y tratar de saber y sentir lo que los demás sienten.

Andrés vivía su propio mundo aislado y fantaseando de lo que podría ser la vida, de lo que le podía esperar cuando fuera “grande”. Así transcurrió su infancia, estudiando en la escuela del barrio donde comenzó como un estudiante más, uno del montón, pero poco a poco se fue yendo por el camino de ser mejor estudiante y mejor que los demás. Esto dio sus frutos rápidamente llegando a ser siempre el primero o segundo académicamente en su clase.

Andrés siguió en la misma tónica en el bachillerato y logro pasar a la universidad donde también sobresalió con méritos. Obtuvo su diploma de profesional y conoció a la mujer que más adelante sería su esposa, una mujer proveniente de la costa atlántica Colombiana y con la que al cabo de unos pocos años formaría una familia compuesta por un niño y una niña que serían la adoración y razón porque vivir de Andrés.

Y es que fueron esos niños los que despertarían y le mostrarían a Andrés la gran capacidad que tenía el amar; él mismo le decía a todo el que pudiera: “quieres saber cuánto puede uno llegar a amar a alguien? Entonces tenga un hijo para que lo sepas”. Y es que Andrés fue la clase de padre que no dormía por ponerles cuidado a sus bebés que tenían su cuna al frente de su cama para poder estar pendiente de cualquier movimiento de ellos en la noche y no les fuera a pasar nada, no se fueran a ahogar bocarriba y cosas por el estilo.

Andrés procuró darles lo mejor a ellos y a su esposa, no les falto el alimento y la educación en buenos colegios, pero después de nueve años de convivencia la relación de Andrés con su esposa se fue deteriorando, hasta llegar al punto de la separación tomando Andrés la decisión de irse de la casa para que sus hijos no vivieran el ambiente hostil que se había generado en este hogar. Pero Andrés seguía siendo el padre ejemplar que siempre fue, siguió viendo por sus hijos de modo que nunca les faltase nada, siguió encontrándose con ellos llevándoselos para el apartamento que tomó en alquiler y donde los niños pasaban los mejores fines de semana de sus vidas.

Ahora la vida ha vuelto a cambiar para Andrés y podría decirse que está volviendo a construir la vida que antes había forjado con tanto esmero basada en el amor por los demás porque los hijos ahora son adolescentes, ya casi ni se acuerdan de llamarlo sino cuando tienen necesidades sobre todo económicas, y ahora se pasa la vida esperando que llegue una persona que lo valore y le demuestre un afecto que él cree necesario y primordial para la felicidad de cualquier ser humano.

Autor: Carlos Uribe

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