A 94 años del nacimiento de Eva Perón

El rescate frecuente de personajes del pasado al que somos tan proclives, pareciera que desnuda nuestra necesidad de reencontrarnos –y al mismo tiempo “confrontar” con la carga emotiva que contienen- con aquello que, tal vez, signó las existencia y devenir de un pueblo. Quizá sea menester situar la explicación en la posibilidad de reconocernos en “ellos”, en establecer, redescubrir o retomar la búsqueda de una “identidad”. Como marca indeleble del patrimonio político e histórico vernáculo, Eva Perón se prolonga hasta nuestros días y su controvertida impronta parece no estar dispuesta al olvido que traen los años.

Las diversas aproximaciones a su huella demuestran que la utopía que encarnó se mantiene incólume. No siempre es posible perdurar en la memoria social de un país y si lo pudo lograr es por su mácula de reconocimiento como símbolo de lo nacional-popular, profundamente enraizado como perteneciente a lo nuestro (luego de más de 50 años de su muerte), más allá de las conceptualizaciones políticas que se hagan. Retomar los enconos, admiraciones y discusiones que su derrotero despertó -concebida por el escritor Abel Posse como “la personalidad de caudillo más fascinante de la Argentina” del siglo 20-, es reconocer la significación de Evita en la afirmación de un proceso social como el que generó el peronismo que, por la dinámica que alcanzó, superó su mediación.

Un cáncer quebró las ilusiones de Evita pero también con su muerte empezó a desmoronarse un proyecto de país en el que los sectores populares decidían. El protagonismo de Evita avivó un sinfín de fuegos cruzados y desembocó en diferencias irreconciliables y el regocijo de la oligarquía por su caída sirvió para ratificar que fuerzas estaban en juego: un sector influyente que mascullaba bronca por el desplazamiento de que había sido objeto, y que preparaba su venganza, acometida luego con la Revolución Libertadora; y aquellos, como Evita, plenamente conscientes de que mantener la vigencia de un poder benefactor de las masas implicaba poseer un alerta constante frente a la acción de los enemigos.

Puesto que si los personaje encargados de provocar irrupciones decisivas exceden su propia intermediación y arrastran patrones de relaciones, entender a Evita es entender a los argentinos. Revela que existen símbolos a los que es imposible no recurrir porque retrotraernos a ellos permite retomar el hallazgo de nuestra esencia.

Escritor: Christian Blanco

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