A PROPOSITO DE LAS DESERCIONES EN LA ESCUELA:

El conflicto que subyace en toda nueva adquisición de herramientas, que preparan o colocan al alcance de un maestro el logro de propósitos renovados, en todo cuanto atañe a la instrucción de las nuevas generaciones, es decir, que le adiestran para oponer nuevas estrategias al fatigoso quehacer cotidiano de la trasmisión de saberes y haceres en los recintos escolares, emerge restablecido y dispuesto al enfrentamiento cada vez que uno de ellos ofrece su presencia y su rol, dispuesto a barrer con sus prejuicios ante los niños y los jóvenes.

Las paradojas que inundan el escenario de la educación escolar son variadas, y satisfacen los gustos más sibaritas, si se trata de dudar sobre la obtención de los propósitos que supone el ejercicio natural de la pedagogia, ante las generaciones que crecen. Esa nueva obtención que nos alegra en una primera instancia, y que se refiere a la generación de experticias y nuevos lenguajes para la consecusión de los intenciones docentes, no puede enfrentarse y vencer cuando analizamos los progresos, los cambios y las deconstrucciones suscitados en el ambiente escolar por toda la interacción natural y artificial, que construyen los educandos en las nuevas representaciones sociales, a las cuales desafortunadamente solo en ocasiones nosotros asistimos como verdaderos agentes en cuerpo y alma, dada nuestra condicion filosófica que fija lo estructural, a lo propio, asi sea en asuntos de naturaleza volátil.

El estudio de los nuevos mecanismos del fenómeno educativo y la aproximación a los procesos culturales que han establecido diferencias con los modelos de décadas pasadas, dejan ver las necesidades y las dudas promovidas por las condiciones cambiantes, que parten del hecho continente de que ya no es la escuela el lugar único de las primeras fundaciones, y que no es la familia el interlocutor prevalente y responsable del establecimiento de la conducta en los niños, que además llevan unidos a su condición de infantes, múltiples adjetivos por su filiación con otros quehaceres, con otros roles y otras actividades propias de la infancia posmoderna.

La constatación, a veces insoportable, de que el ritmo de las transformaciones en la vida cotidiana, en la comunicación, en las relaciones humanas y de los humanos con las cosas, supera nuestros esfuerzos por la comprensión y debilita la ejecución de los procesos de transmisión del conocimiento, asunto este que siempre hemos pensado como la plataforma de la civilización humana, coloca una sobrecarga dificil de equlilibrar, en medio del movimiento que implica el desarrollo de los procesos educativos con niños y jóvenes.

Y el compromiso aumenta, cuando dicho ejercicio debe probar una y otra vez, ya no su factibilidad sino su operatividad, frente a eventos evaluatorios que otorgan el permiso de la acción: institutores y programas, más sus metodologías y currículos, quedan expuestos a cualificaciones desvertebradas, cuyo origen inocente ha salido de intenciones técnicas trasnochadas que no tienen las suficientes horas de vuelo en las nuevas naves de la información, que no entablan la comunicación y hacen puentes en los mediadores masivos, artilugios que ya los aprendices dominan como si fuera un juego (en tanto que es el juego el escenario real donde se construyen sus representaciones). Así, el fenómeno de las deserciones escolares amerita nuevas lecturas, por las explicaciones sobre su origen y las condiciones circundantes que problematizan su tratamiento. Además, porque a mi modo de ver, la escuela puede estar desertando de la educación y de los niños, y no como se asegura, que son ellos quienes desertan de la institución, culpándolos de toda la atávica carga de desórdenes que moran al interior de la escuela.

Si logramos que con las líneas precedentes, y con todas aquellas otras que indagan para bien sobre el asunto, puedan hacerse reflexiones creativas y novedosas que expliquen el porqué del extravío de los métodos de trasmisión del conocimiento, haciendo énfasis sobre las causas de la terquedad voluntariosa de los paradigmas positivistas que por tanto tiempo han determinado los procesos, acaso podríamos comenzar a entender el origen de los impedimentos pedagógicos, que actuados en la comunicación no solo se experimentan tristemente en la escuela, sino tambien en la familia. Tal vez, asombrados, comenzaríamos a confrontar nuestras explicaciones acerca de los problemas educativos, confirmando las voces de muchos que hace tiempo estan diciendo que nacen de la escuela misma, puesto que sus estructuras están dispuestas no a favor sino en contra del conocimiento.

De aproximarnos en esa dirección y en pos de una nueva valoración, una nueva simbólica, no positivista ni calculista del conocimiento, podríamos eventualmente participar de los movimientos aún recién nacidos que defienden la existencia de la educación por fuera de la escuela y la familia. Entonces, podríamos convertirnos en paladines iconoclastas, cuyo trabajo realmente sería la gestación y defensa de pequeñas verdades rebeladas, principalmente a partir del quehacer cotidianamente compartido con los pequeños y los adolescentes, en busca de la defensa de los conocimientos y sus rutinas inesperadas y móviles, tan ajenas a los derroteros curriculares y a las tercas mentes de los planificadores adoctrinados, por el moho agripado de los textos que han precindido del hombre, pretendiendo ahogar el conflicto de su naturaleza perennemente inquisitiva.

En fin. Quizás asistimos a la defensa ética del conocimiento cada vez que un párvulo escapa del aula, y se refugia con otros rebeldes como él en algún parque. No hemos advertido que sofocar el deseo de preguntar con repuestas prefabricadas a preguntas no formuladas, eso que a veces pensamos es la educación, puede lograr alguna vez que todos olvidemos como amar el deseo de conocer, de saber, de dudar por encima de todo…

Escritor: JOSÉ IGNACIO RESTREPO