En las sociedades siempre han existido códigos culturales respecto de la regulación de la sexualidad. En nuestra civilización occidental, basada en la tradición Judeo-Cristiana con el agregado de la herencia Greco-Romana se han instalado formas de organización social, familia, normas de convivencia, que incluyen muchas veces restricciones y prohibiciones respecto de la sexualidad. Tales tradiciones han ido formando nuestra cultura, ha establecido valores, principios, modos de percibir y apreciar los afectos. La distinción entre género y sexo sólo en las últimas décadas ha cobrado mayor relevancia, poniendo de manifiesto que muchos de los comportamientos distintivos entre hombres y mujeres tienen su base en el proceso de socialización.
Hoy vivimos en un mundo para jóvenes, pero no de jóvenes, los temas ligados a la juventud aparecen a diario en la prensa, a veces, en forma entusiasta e ilusionada, con una visión idealizada de lo que es ser joven en la actualidad y otras aparecen como chivos expiatorios de múltiples males sociales como la droga, promiscuidad sexual, despreocupación, irresponsabilidad entre otros.
Podemos decir que el cambio social ha sido rápido no sólo en Chile, sino también en toda América latina, llevando a una crisis en la inserción de los sectores juveniles. La transición adolescente con sus cambios físicos y psicosociales se da en un sistema donde la familia, la escuela y los pares juegan un papel central. El mundo social externo llega hoy a los jóvenes a través de los medios masivos de comunicación, televisión, internet, redes sociales. Hacen que el contexto social de los adolescentes sea más amplio y complejo que en décadas anteriores. La adolescencia constituye el periodo de la vida en que el niño deviene del adulto.
Etimológicamente, el término adolescere, significa crecer hacia la adultez. Se ha dicho que el comienzo de la adolescencia es biológico, ya que se produce por cambios endocrinos y sus respectivas consecuencias en el cuerpo, y que su fin es sicosocial, terminando cuando el joven es capaz de definir elecciones de pareja y vocacional. Esta definición aun siendo correcta abre una gama amplia de interpretaciones en cuando a los comienzos y fin de la misma. La Organización Mundial de la Salud, ha preferido evitar confusiones y utilizar criterios cuantitativos, definiendo adolescencia y juventud por grupos de edad.
“La adolescencia es la etapa que ocurre entre los diez y veinte años de edad, coincidiendo su inicio con los cambios puberales y finalizando al cumplirse gran parte del crecimiento y desarrollo morfológicos. La juventud, por otra parte, es el periodo entre los 15 y 20 años de edad. Constituye una categoría sociológica, caracterizada por asumir los jóvenes con plenitud sus derechos y responsabilidades sociales.”
La adolescencia también ha sido definida como el periodo durante el ciclo vital de la persona en la cual muchas de sus características cambian desde lo que típicamente infantil hacia lo que típicamente se considera adulto. Los cambios más evidentes a la observación son corporales. Sin embargo otros atributos menos definidos como los modos de pensamiento, conductas y relaciones sociales también se alteran definitivamente durante ese periodo. La velocidad de estos cambios varía de un individuo a otro. El ser humano entra en un período de descubrimiento de sí mismo y de autoafirmación ante los demás. Durante tres o cuatro años atraviesa una «crisis», que se refleja en los cambios con frecuencia convulsivos que experimenta.
Lo más significativo de este proceso en el orden psicológico es el desarrollo de la conciencia de originalidad. El preadolescente comienza a ser autónomo y a sentirse independiente, más en deseos y actitudes que en la realidad. Tiende a ser distinto. Lo consigue en parte, y no siempre pacíficamente, ante los demás y ante sí mismo.
La conciencia de las propias transformaciones es clara. El protagonista de ellas no pueden entender ni explicar sus cambios, pero sí sentirlos. Los asume con cierto agrado y es consciente de lo que implican de novedad en su vida.
Descubre el gozo de sentirse mayor. Reclama que los demás se acomoden a esa mayoría y, cuando se siente infantilizado por el trato de los adultos, reacciona con cierta agresividad. Sin embargo vive inseguro ante sí mismo. Mantiene rasgos infantiles y no le agrada reconocer que todavía no han superado la infancia. No tiene claras las ideas y osa discutir con los adultos, aunque luego acepta sus argumentos y admira su experiencia. Se sorprende por sus sentimientos, pero trata de que dominen en su entorno. Intuye la libertad en su vida, pero no es todavía dueño de administrarla. Cierto desconcierto, afán de búsqueda y perplejidad domina en sus reacciones.
Los desafíos que actualmente enfrenta la familia hacen más compleja la etapa adolescente, la primera interacción social que tiene el individuo es con su familia, luego con sus pares, la escuela y el medio social circundante. Las características que hacen del individuo una persona en el sentido cultural serán pues, determinadas por el equilibrio complejo que se desarrolla entre el adolescente y la familia. El aparato mental que ha desarrollado el adolescente durante la infancia lo ha hecho, por así decirlo, inmerso en la matriz familiar. Esta en mayor o menor medida, en un ambiente esperable promedio, ha sido capaz de satisfacer la mayoría de las necesidades del niño. Al llegar a la adolescencia, este tiene una representación mental de su familia. Con el desarrollo puberal aparece una nueva función, la sexual, cuyas necesidades ya no pueden ser satisfechas por la familia, entonces surgen impulsos que empujan al adolescente fuera de la familia.
La sexualidad, dicho de otra manera, plantea una frontera natural, por lo que el adolescente comienza con dolor y angustia a veces a desprenderse de sus figuras parentales infantiles. Se atraviesa la placenta familiar y comienza a buscar fuera, en forma autolimitada y retornando con frecuencia a los suyos para ir formando poco a poco su identidad y su camino.
Escritor: Claudia Silva Ipinza