Artistas y educadores: Estrategias para la reinvención de una realidad diversa

La naturaleza del arte, al igual que el juego, no se encuentra dentro del sujeto –en la realidad psíquica- ni fuera –no forma parte del mundo repudiado, del no-yo que el sujeto a decidido reconocer verdaderamente como exterior, fuera del alcance mágico-. Se encuentra en ese espacio potencial que se expande entre estos dos puntos y que nace por la necesidad de dominar ese afuera. Y para esto ya no alcanza con pensar o desear, es necesario hacer cosas. Jugar es hacer, crear es hacer. En este ejercicio, también se crea y se recrea el hombre a sí mismo. Allí es donde se establece la relación de parentesco entre una rama específica del arte –el cine, en particular el género documental, cuya materia prima es el propio Mundo Histórico habitado- y la educación, considerando ambas disciplinas como tecnologías de representación del hombre, la Historia y la sociedad.

Durante el esplendor de la modernidad, en tiempos en que el Estado-nación se erigía como institución fundacional (signo que se ha modificado en la actualidad posmoderna), la escuela, y consecuentemente la educación, encontraban su sentido ulterior en la formación de ciudadanos. Fue entonces cuando el Estado necesitó definir a su ser nacional y lo hizo a través de la historia, construyendo una ficción ideológica homogeneizada que aseveraba un pasado en común y tendía un puente hacia el presente. Ya entrando en la era postindustrial (o desindustrializada, en el caso de los países subdesarrollados) y en el ámbito de la posmodernidad –como lógica cultural del capitalismo tardío, utilizando los términos de Frederick Jameson- el Estado comienza a perder soberanía, y aquel viejo objetivo de la tecnología escolar parece anacrónico y carente de sentido. Sin embargo, cada vez más alejada de la realidad socio-cultural, la educación formal continúa transfiriendo un discurso sobre el ideal del ciudadano, que ya no puede producir (debido al debilitamiento del Estado-nación como generador del discurso) ni reproducir (por la ausencia de modelos de representación a causa del mismo debilitamiento que no puede sostener la ficción histórica).

Con procedimientos análogos y objetivos contrapuestos, una reciente corriente del cine documental pretende fundar una nueva historia no sesgada por la necesidad de la unificación en el ser nacional, sino erigida sobre la base de la diversidad cultural, a partir de la cual se pueda acceder a la representación -como reproducción subjetiva de la realidad observada- de las particularidades étnicas y culturales de aquellos que quedaron relegados en el esfuerzo por la construcción del ser nacional. De esta manera, a través de la revalorización de la diversidad cultural de la nación mediante la representación de los valores de cada cultura, éstos pueden ser reproducidos y promover la producción de un nuevo ciudadano con conciencia social, cultural y de clase, donde el Estado-nación no promueva ya aquella homogeneización, sino que se conciba a sí mismo como espacio pluricultural. Siguiendo esta corriente, el arte –al igual que la escuela- estará educando, pero no ya con el objetivo de la reproducción de un ciudadano apócrifo en un Estado de carácter ficcional, sino con el fin de aportar a la construcción colectiva de la Historia.

El arte, como la educación, puede construir o reproducir un tipo de hombre y una realidad, a la vez que tiene la capacidad de revivir lo extinto, y es este potencial el que le permite convertirse en soporte de la mitología de los pueblos mitigados por el deseo homogeneizador del Estado-nación de los últimos siglos. Entonces aquí reaparece la idea del arte como instrumento para la autorepresentación del hombre y medio para la apropiación del mundo, el arte como elemento indisoluble del juego. Y se entiende el rechazo de Platón a la permanencia de los artistas en su República Ideal: ¿cómo permitir en una estructura perfectamente organizada la sombra del artista que amenaza la estabilidad ideal con el mismo potencial educador que los educadores mismos y con la promesa de la construcción continua del hombre y la Historia por sí mismo

Ecritor: Ximena González