Ayudar a crecer una flor a su manera

No puede negarse que la familia es una pieza clave en la educación entendiendo ésta de un persona. Resulta entonces lógico pensar que una de las funciones de la familia consista en enseñar al hijo/a a desarrollar ciertas actitudes y aptitudes, que sirvan de base para el posterior desarrollo de la personalidad, tales como la capacidad de comunicación, de emitir juicios prácticos, evaluarlos y modificarlos, diferenciar entre el deber y el querer, sin olvidarse de tener la habilidad de valorar dichas capacidades. No obstante, si existen discrepancias sobre hasta dónde ha de llegar la familia en su labor educativa.

En un principio, no debería existir conflicto en todo aquello que no conlleve un contenido ideológico pero, cuando nos referimos a lo contrario, nos encontramos con un conflicto natural: la ideología de un padre o una madre no tiene por qué coincidir con la ideología de su hijo/a. Atendiendo a la obra de MacIntyre (filósofo escocés), se puede separar la etapa educativa en do fases, la primera fundamentada en la dependencia y otra posterior fundamentada en la capacidad para tomar decisiones. La primera se asienta en que el ser humano, al nacer, es como cualquier otro animal, siendo a lo largo del proceso educativo donde se desarrolla la capacidad propia del razonador práctico independiente. Una vez que el educando llegue a este nivel podríamos afirmar que está en la segunda fase. Este desarrollo necesita de los demás, los cuales son, especialmente durante los primeros años, nada más que la familia y, debido a ello, ésta es una pieza clave. Ahora bien, planteándose hasta donde debe llegar la familia, MacIntyre señala la necesidad de adquirir unas virtudes morales e intelectuales pero que, sobre todo en las primeras, la concepción de las mismas varía según la familia que observemos. Se ha de tener en cuenta que es imposible que una familia no influencie a sus hijos/as (yo y mis circunstancias, decía de forma mucho más completa Ortega y Gasset, filósofo español), pero lo que sí es posible es que ésta utilice esa influencia fomentando la libertad de decisión, para que algún día éstos se conviertan en razonadores prácticos independientes. Como dice Noam Chomsky (lingüista y filósofo estadounidense), la educación no debe parecerse a llenar una botella de agua sino más bien a ayudar a crecer una flor a su manera.

Por otro lado, no puede esperarse que una familia, por ejemplo una racista y/u homófoba, enseñe a sus hijos/as unos valores de tolerancia y respeto, por lo que entonces que se eduque a los estudiantes en dichos valores básicos. Es en este momento en el que cobra especial importancia la educación en un centro escolar. En este punto, hay que señalar también que existe una diferencia entre y en las que Ésta radica en que si uno abandona las primeras, podrá rechazarlas, pensar que son inútiles, o incluso que perdió el tiempo con ellas; puede creer muchas cosas, pero nunca sentirá lo que sí podría sentir alguien si abandona las segundas: haber sido engañado pensando que le han contado mentiras. Dicho de otro modo, el estudiante que escoge una carrera de letras no pensará que le han engañado con las matemáticas, pero la persona que toma una dirección ideológica distinta a la de sus educadores sí podría llegar a pensarlo. Siendo capaces de discernir entre ambas se puede advertir cuando se desarrolla el acto educativo y cuando el acto adoctrinador.

Expuesto lo anterior, no se puede menos que remarcar la importancia que el personal docente y orientador tiene en dicho contexto donde, como es lógico, debe aplicarse el mismo baremo: la ideología de un docente no tiene por qué coincidir con la ideología de sus estudiantes o sus familias. Uno de los objetivos de la educación es enseñar a pensar y razonar con un espíritu crítico (según se extrae de la actual ley educativa española). Para ello existen diversas herramientas metodológicas idóneas para el desarrollo educativo, como los coloquios, actividades de índole participativa; que ayudan al aprendizaje de criticarse, aprehender, etc. las cuales deben ir dirigidas a todos los agentes relacionados con la
educación: estudiantes, familias y docentes.

No debe entenderse lo anteriormente expuesto como la intención de poner en duda la bondad o calidad de la labor educativa de familias y docentes, cuando ésta pueda estar marcada por un carácter ideológico (pues se entiende que éstas actuarán bajo la idea de estar haciendo lo correcto según su propio juicio); sino a la necesidad de reflexionar sobre la idoneidad de los criterios elegidos para la educación de una persona y para la sociedad en la que ésta vive. Todas las personas consideran que están en lo cierto y que su forma de pensar  es la correcta independientemente de si ciertamente es así o no (de no ser así, pensarían de otro modo), por lo cual es imprescindible desarrollar una actitud empática hacia las demás personas, que ayude a respetar las decisiones ideológicas del resto. La progresiva educación de estudiantes, familias y docentes es, posiblemente, la única vía que puede extraer dichas acciones adoctrinadoras de la labor educativa, permitiendo así a la flor crecer a su manera.

Escritor: Francisco Javier Menéndez Diaz

Los comentarios están cerrados.