Bipolaridad: La loca manía de deprimirse

Nunca supe con sinceridad lo que significaba a bipolaridad. Nunca conocí a alguien bipolar. Nunca pensé hacerlo. Hoy pasé uno de los más particulares días que uno jamás imagina llegar. Acompañé a Sergio, un hombre de 27 años en la maniaca rutina de deprimirse. Sergio es un hombre de mediana estatura, cabello profundamente negro, ojos marrones y algo rasgados, dice tener procedencia asiática. Se levanta, cuando su mente se lo permite, diariamente a las seis de la mañana, cuando aún esta oscuro. Dice que le ayuda a concentrarse. Él adora los deportes así que sale a correr durante una hora cada mañana y, mientras lo hace, programa todas las actividades que pretende hacer en el día.

Su familia lo espera en la mesa, tiene tres hermanas entre los veinte años, su madre trabaja desde que despierta. Tiene una empresa familiar. El padre está ausente. Nadie nota su ausencia. Sergio llega con el pan y ellas preparan el desayuno. Él come dependiendo del estado que se haya apoderado de su mente en ese momento. Cuenta que hay días en que no pararía de comer, y otros en los que nadie sabe de él hasta la cena. La bipolaridad es un desorden mental producido, genéticamente, por la escasez de litio en el sistema nervioso. Esta divide notoriamente dos estados de ánimo: el maniaco y el depresivo. Es una enfermedad incurable. Sergio dice estar pasando por un buen momento, siente que tiene mucha energía y ganas de culminar aquellos proyectos que emprendió a los veinte. Dobla su ropa detalladamente y la separa por cajones. Tiende su cama y se sienta a jugar en su computadora entre 3 y 4 horas.

. Al terminar, se baña mientras canta en voz alta canciones de Il volo y rock de los ochentas. Pronuncia el nombre de su enamorada mientras lo hace. Cuando es hora de partir al psiquiatra, el semblante que antes reflejaba juventud y picardía refleja ahora dolor, ansias y miedo. Su madre lo llama cada veinte minutos para cerciorarse de que está en camino a su cita. Sergio no quiere ir y quiere postergar la cita, dice que hace mucho calor para salir. Luego de una larga lucha interna, salimos de su casa y tomamos un taxi. Sergio odia estar rodeado de gente, dice que suelen mirarlo diferente y no le gusta sentir los ojos de la gente clavados en los suyos. Viste casual, jeans moderno más no ajustados, un polo amarillo o blanco ya que le encantan esos colores, zapatillas y una mochila azul en la que lleva de todo. Carga sus libros, cables, perfume, una polera, caramelos, Zoloft, Sertralina, Lamictal y Quetapina. Dice que a veces lleva la mochila vacía pero que no se da cuenta. Es un sujeto despistado.

Llegamos a un consultorio en el centro de lima, paralelo a la avenida Wilson. Era un edificio de los años setenta. Tuvimos que subir cuatro pisos de escaleras incompletas y ambiente tenue, escuchando entre voces y emisoras extrañas, para llegar al piso donde estaría la oficina del doctor Freddy Vásquez, un reconocido y mil veces entrevistado psiquiatra experto en temas de trastorno de personalidad y bipolaridad. Al entrar, Sergio estaba muy nervioso, en realidad no le gustaba estar ahí. Me dijo que sólo va una vez cada semana por que su madre se lo pide. Nos abrió una muy atenta señora, era muy blanca, tenía el cabello corto con una vincha muy tierna. Pesaba alrededor de 150 kilos. Sergio se sentó a la espera de que el doctor Freddy lo llamara. Abrió unas cuantas revistas pero no las leía. En vez de eso conversaba conmigo y me contaba lo que, para él, era el origen de su enfermedad.

Sergio tenía dieciséis años cuando aún vivía con su padre. Sus hermanas eran pequeñas y su madre más trabajadora aún. Él nunca tuvo una buena relación con su papá, y siempre había sido maltratado por este. Una noche, no sabe precisamente si fue la víspera de navidad o el mismo 25 de diciembre, sus hermanas estaban durmiendo y uno de sus primos vino de visita a su casa. De pronto escuchó gritos de su madre, él pensó que estaba peleando con su padre como de costumbre. Sergio se adjudica todas las peleas de sus padres desde ese día en adelante. Hasta que, sorpresivamente, escuchó platos rompiéndose. Se preocupó, y temeroso bajó desde su cuarto aislado en el tercer piso de su casa, hasta la cocina. Vio a su padre estrangulando a su madre con sus propias manos y ella tratando, inútilmente, de defenderse. Cuenta que esa imagen está congelada en su mente y no puede olvidarla. Como era lógico, se abalanzó contra su padre con una fuerza sobrehumana y lo golpeó hasta el punto de no recordar por qué sus puños sangraban desmedidamente.

Según él, un segundo de vacío en su mente pasó para que viera a su madre jalarlo histéricamente y sus hermanas pequeñas llorar a su alrededor. Ella le dijo que era un demonio. Él no entendía qué pasaba. Su padre estaba inconsciente en el suelo. La madre lo botó de la casa. Su primo se fue con él. No se llevaron nada. Pasaron la noche en la calle, durmiendo en un parque y tapándose del frío de la madrugada con periódicos. Sergio lloró toda la noche. No paró de recordar lo miserable que había sido su vida hasta el momento y lo débil que fue al aprovechar la primera oportunidad para golpear a su padre.

Escritor: Marjorie Carpio

Los comentarios están cerrados.