Chiapas, sabores de mi infancia

Ayer fue quincena, el día tan esperado por todos los que de una u otra forma percibos un ingreso por el trabajo realizado; es sábado por la mañana y mi cuñada, mi hermano, mi mamá y yo vamos al supermercado a realizar las compras para los próximos días; mi cuñada, toma su carrito y se va a realizar sus compras, mi mamá saca de su bolsa, la lista de los artículos para comprar y nos hace una lectura rápida de la misma, de tal manera que ella se queda escogiendo las frutas y verduras, mi hermano va por los artículos de limpieza para el hogar, y yo me dirijo a “salchichonería” por un poco de jamón y salchichas de pavo, acordando que nos encontraríamos en el pasillo donde se encuentra el café.

Al acercarme a comprar el jamón, llamó mi atención un refrigerador con un queso Chihuahua redondo de un gran tamaño, a la derecha de éste, varios tipos de quesos, entre los cuales captaron mi interés, una serie de cubos de queso envueltos en papel aluminio recubiertos de celofán color amarillo; de inmediato tomé uno de ellos y no dudé en llevarlo; en ese instante vinieron a mi mente, como un torbellino, una serie de recuerdos de mi papá, que hace ya cuatro años y medio que nos dejó, y de mi infancia.

Mi papá, un señor alto, muy blanco, de ojos color azul, hijo de extranjero y de una “Comiteca” a quien le gustaba bromear con la gente y que por su trabajo, viajaba mucho y conocía gran parte de la República Mexicana, era de origen Chiapaneco, particularmente de San Cristóbal de las Casas. Recuerdo que cuando llegaba de viaje, traía consigo productos de los lugares que visitaba, y cuando iba a su tierra, llegaba con ese queso envuelto en celofán amarillo, que a mis hermanos y a mi nos encantaba disfrutar con unos frijoles negros de la olla, con su respectivo epazote, o con una sopa de fideo seco, en un huevo revuelto con ese sabor fuerte y saladito del queso e incluso muchas veces solo. Al evocar estos momentos, no pude evitar traer a mi mente otros productos que llevaba mi papá a casa, tales como el Taxcalate o Tazcalate, los chimbos, el jamón serrano o el café.

Había ocasiones que llevaba bolsas de Taxcalate o tazcalate, recuerdo que en ellas había un polvo color rojizo, y yo le preguntaba que si era polvo de ladrillo, y mi papá se reía y me decía que sí, y que había que prepararlo con agua o con leche bien frías. Ésta bebida proviene de la época prehispánica y la utilizaban los reyes y los nobles para combatir el calor de la región; está hecha de la mezcla de maíz cacahuazintle, granos de cacao con cáscara, tortilas de maíz fritas y troceadas, azúcar, achiote y canela; todo lo cual, la convierte en una bebida de alto contenido nutricional y de un sabor muy peculiar y algo “tierroso”.

En esa vorágine de recuerdos, aparecieron también los Chimbos, que son dulces elaborados a base de yema de huevo, mantequilla, canela y azúcar, y que en San Cristóbal de las Casas, durante las fiestas de Semana Santa, es común ver a los fieles, cargando chimbos, como parte de una antigua tradición, relacionada con alejar al demonio. Hace muchos años que no he vuelto a probar un dulce de éstos, pero aún recuerdo que su sabor me encantaba.

De todos los sabores que puedo recordar, de ese pedacito de la gastronomía de Chiapas al que tuve acceso en mi infancia, el que más ha halagado mi paladar, sin duda, es el jamón serrano. Recuerdo que mi papá ocasionalmente, llegaba con una gran pierna de jamón, la cual colgábamos en la cocina, cerca de una de las ventanas que daban al patio, y desde ahí, nos acercábamos con el cuchillo para ir cortando pedazos tan grandes como podíamos, según alcanzáramos por edad y estatura, y saboreábamos el sabor de esa deliciosa pierna.

Tantos recuerdos en un instante, crearon en mí un sentimiento de añoranza de aquellos años en que todos mis hermanos estábamos juntos, solteros, estudiantes o empezando a trabajar y la familia estaba completa. Así que después de estos momentos de regresión instantánea, tomé un par de trozos de ese maravilloso queso envueltos en celofán amarillo, un paquete de salchichas y uno de jamón de pavo, y me dirigí al pasillo donde acordamos encontrarnos con mi mamá y hermano, los coloqué en el carrito, al verlos, mi familia de inmediato pensó en mi papá, así que buscamos un café que fuera de origen Chiapaneco, y buscamos a mi cuñada para regresarnos en familia, como habíamos llegado. Al llegar a casa, preparé una rica taza de café de San Cristóbal de las Casas, y escribí esta experiencia, disfrutando una espléndida tarde, en compañía de mis memorias familiares, mis recuerdos de infancia.

Escritor: Maricarmen Rotter Aubanel

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