¿Cómo educar a los niños y niñas en contextos de violencia?

“La educación es un derecho humano fundamental y una herramienta decisiva para el desarrollo de las personas y las sociedades”. Esta premisa de Unicef está más que clara y fija la educación como la piedra angular en la existencia de la sociedad como tal. Es por ello que lograr la enseñanza primaria universal es el segundo de los Objetivos de Desarrollo del Milenio propuestos por Naciones Unidas.

Sin embargo, al reflexionar acerca de la situación de los derechos humanos en el mundo, y específicamente el derecho a la educación, podemos darnos cuenta de que en la praxis este es uno de los más vulnerados, sobre todo en países donde se evidencian situaciones de inequidad social y económica y donde la violencia casi que se ha convertido en algo “natural”, lo que desarrolla un círculo vicioso en el que la falta de oportunidades es el argumento que se esgrime cada vez que se piensa en el porqué de la guerra: la falta de empleo, la pobreza, y una educación deficiente o inexistente en ocasiones, conducen a más violencia.

Colombia no está muy alejada de esta situación, y cada día los noticieros lo confirman: sube el nivel de desempleo, se incrementa la delincuencia, la situación en el campo es cada vez más difícil por causa de la violencia, los enfrentamientos entre diversos grupos armados dejan cifras alarmantes de víctimas civiles, destrozos en infraestructuras… Cabe aquí hacerse la pregunta por ¿cómo educar entonces a los niños y niñas en contextos de violencia? Y aunque la pregunta va dirigida a varios aspectos, nos centraremos en exponer uno solo de ellos, la educación en la ruralidad.

Existen varios factores que inciden en la educación de los niños y niñas en la ruralidad, entre los cuales destacamos tres: la presencia real y efectiva del estado en términos de recursos, espacios y profesores de calidad, el acceso en términos de distancias y vías, y el contexto. En el primer caso, no es extraño encontrarse con escuelas rurales cuyos salones están desprovistos del mobiliario adecuado para el aprendizaje, kioscos sin techo, sin paredes, sin tableros, los niños en el suelo por falta de sillas, profesores abandonados, desprovistos de recursos oficiales para sacar adelante las escuelas, y, además de preocuparse por el desarrollo académico de sus estudiantes, en muchos casos también deben conseguir mercado y cocinar por su cuenta para procurar la seguridad alimentaria de los mismos.

De otro lado está el acceso a las escuelas. Niños y niñas que deben caminar o cabalgar durante horas por vías destapadas o con obstáculos como ríos o peñascos, para llegar al centro educativo más cercano. Sin contar la creciente inseguridad que hace que muchos chicos desistan de ir a la escuela ya que corren el riesgo de ser víctimas de robos o violaciones. En muchos casos también la pobreza es un obstáculo para el cumplimiento del derecho a la educación, ya que la escasez de recursos impide la consecución de útiles escolares y alimentos.

El último de los factores es el contexto, y aquí nos centramos en un concepto específico dentro de ese contexto, la violencia. Existen en este caso dos tipos de violencia, una explícita y una implícita. niños que dadas las circunstancias se ven forzados a trabajar y a llevar a cuestas la responsabilidad de sostener el hogar, o niñas que desde pequeñas son comprometidas o deben irse a vivir con hombres mayores a cambio de dinero para sostener a sus familias.

Encontramos por ejemplo el caso de Devinson. Él tiene 14 años de edad. Estudia en un colegio rural en una vereda del Urabá antioqueño. Le encanta estudiar, sin embargo reconoce que en su situación el máximo nivel académico al que puede aspirar es el 9° grado que se ofrece en su vereda. Él es el mayor de 5 hermanos, su madre es cabeza de hogar y sostiene que con sus ingresos no puede sostener a todos sus hijos, así que se lleva a los dos mayores en el tiempo libre a una finca bananera donde trabaja. Este es solo uno de los muchos ejemplos que se dan en nuestro país, uno elemental en el que la reflexión nos puede llevar a preguntarnos ¿dónde queda el derecho de Devinson a acceder a una educación de calidad cuando sus necesidades básicas están insatisfechas y otros tantos derechos son vulnerados?.

La educación es indispensable para el desarrollo de la sociedad, pero para ello se precisa contar con las condiciones reales para llevarla a cabo de manera efectiva. Las cifras en materia de educación no pueden reducirse a la cantidad de escuelas en funcionamiento cuando lo hacen de manera deficiente o cuando no se garantizan entornos adecuados para el aprendizaje, y para ello es necesario evaluar mucho más allá de los estándares, tener en cuenta el contexto en el que viven muchos niños y niñas y dejar a un lado el deseo por homogenizar la educación y hacer oídos sordos a la situación que hace que miles de niños y niñas de la ruralidad de nuestro país aprendan de manera deficiente. Hay entonces mucho trabajo por hacer, y la pregunta cambia, ya no es si es posible educar en contextos de violencia, sino, ¿será posible transformar el contexto, con miras a lograr una educación de calidad en el campo?.

Escritor: Isabel Cristina Cardona Sarasty

Los comentarios están cerrados.