Cine y literatura

Si bien el cine y la literatura comparten la semejanza fundamental de contar historias, cada uno tiene una forma distinta de abordar la ficción con recursos y herramientas propios. Incluso si comparten una misma trama o anécdota (como es el caso de las adaptaciones cinematográficas) un libro y una película son obras independientes de naturaleza diferente y su valoración, por tanto, no debería hacerse desde un mismo parámetro. Sin embargo, si el espectador de la película ha leído previamente el libro en que está basada, su apreciación se torna más exigente; difícilmente escapa a la comparación de ambas obras y casi siempre existe la emisión de un veredicto final que evalúa qué es mejor: el libro o la película.

Numerosos libros han sido adaptados al cine. El Perfume, de Patrick Suskind; El Nombre de la Rosa, de Humberto Eco; La Naranja Mecánica, de Anthony Burguess; El Señor de los Anillos, de J.R.R. Tolkien; La Historia sin fin, de Michael Ende; Lolita, de Vladimir Nabokov; El Resplandor y Carrie, de Stephen King, son tan sólo algunos casos en los que un libro es antecedente directo de la creación cinematográfica. La adaptación es, quizá, la forma más obvia de la relación entre el cine y la literatura. No es mi intención ahondar en este aspecto, sino tomarlo como punto de partida para un par reflexiones fundamentales entre el quehacer literario y el cinematográfico. ¿Cómo es la narración en ambos casos? O dicho de otro modo, ¿De qué recursos disponen la literatura y el cine para contar historias?

La palabra escrita es la materia prima de la narración literaria. El universo narrativo se construye a partir de figuras retóricas, diálogos y descripciones. El guión cinematográfico también trabaja con palabras, pero su sentido es muy distinto. Mientras que en literatura las palabras son el componente necesario y esencial de un texto, el guión de cine es una instancia previa a la realización de la película; una base de trabajo que finalmente culminará en una narración audiovisual. El texto literario apunta a un nivel retórico: contar algo de manera bella. El texto cinematográfico (el guión) se mantiene –debe mantenerse- en un nivel meramente descriptivo, es decir enunciar, de la manera más puntual posible, qué es lo que se verá en la pantalla. La poética cinematográfica surgirá, idealmente, con la creación y manipulación de imágenes audiovisuales, no con palabras.

El manejo del tiempo es, quizá, el fundamento principal tanto en el cine como en la literatura. La dimensión temporal de la narración puede ser entendida en dos sentidos: el tiempo inherente a la ficción (la línea temporal en la que se traza la acción) y el tiempo de tratamiento, es decir, el ritmo que surge de las distensiones y aceleraciones que el director o escritor otorga a la narración. En un texto, la descripción de un chico bebiendo agua, por ejemplo, puede realizarse en un par de frases o en una cuartilla entera; en cine, esta misma acción (chico que bebe agua) puede durar dos segundos o cinco minutos. El ritmo, esto es, el manejo del tiempo en la narración, sostiene la identidad formal de la obra.

Tanto el cine como la literatura tienen una gramática. La redacción requiere una sintaxis, un orden en la formación de las oraciones para constituir el sentido de lo escrito. En el cine, igualmente, las imágenes tienen –deben tener- un orden sintáctico. ¿Qué vemos primero y qué vemos después? ¿Qué imagen debe anteceder a otra para construir una lógica narrativa e ir contando, audiovisualmente, una historia? Así como en literatura lo signos de puntuación estructuran el texto y disponen las ideas según su nivel de importancia, el cine manipula la duración de las imágenes: en cine también hay puntos seguidos, comas, punto y aparte, paréntesis. Volvamos al ejemplo del chico que bebe agua: el director debe filmar a un chico bebiendo agua su habitación. Esa es la premisa. Las formas de abordar esta acción son muchas, y la decisión depende de él.

Puede filmar al chico bebiendo un trago de un vaso lleno de agua, cortar a un plano de un póster pegado en el cuarto, regresar al chico y mostrarlo con el vaso vacío. En este caso, el tiempo ha sido acelerado por elipsis, es decir, el director se ha “saltado” acciones (ver al chico bebiendo toda el agua que hay en el vaso) para conseguir un ritmo narrativo rápido. Pero el director también puede manejar la misma acción de una forma muy diferente. Por ejemplo, podemos ver al chico bebiendo agua en tiempo real, esto es, sin corte: el chico bebe agua y el espectador ve cómo se termina el vaso trago a trago. Con esto se logra un ritmo más lento y una homogeneidad visual: cuando el chico bebe agua no hay interrupciones, no hay paréntesis ni punto y aparte, por decirlo gramaticalmente.

Las relaciones entre cine y literatura son amplias y complejas, por lo que merecerían un tratamiento más profundo y extenso. Lo que he querido abordar aquí son elementos formales de la narración que encierran el contenido, esto es, el sentido y el significado de un libro o de una película. El escritor y el realizador cinematográfico son, en el mejor de los casos, autores: con los recursos y herramientas propios de su labor, expresan una idea, hacen escuchar su voz. Un libro y una película deberían ser, entonces, una creación artística.

Escritor: : Daniela Armijo