Colombia y su fragmentada democracia electoral

Se acostumbra decir de forma lapidaria que cada pueblo tiene el gobierno que se merece, frase tomada del pensador antirreformista Jhosep de Maistre, la cual es útil al propósito de éste artículo si la despojamos de su eminente contenido ideológico y ubicación histórica. Partamos de una verdad local como que la política Colombiana está contaminada, esa es una verdad incontrastable ya que es denunciada tanto por el ciudadano desempoderado como por los propios sostenedores del poder; ante esa verdad insoslayable buscamos constantemente las causas y sus posibles soluciones en cada oportunidad que dialogamos con alguien sobre ésta materia así seamos neófitos en el tema.

A renglón seguido, se suele hacer una crítica fulminante a la clase política lo cual me hace diagnosticar que los ciudadanos en general no suelen pensar en el sistema político sino en el sujeto político, con lo que su esperanza se renueva indefinidamente con el surgimiento de un nuevo gamonal. Nótese que para los efectos de lo que aquí interesa, a saber, conocer el por qué de la fragmentación o desorden democrático, no nos interesan las teorías del poder, tan extensas y ampliamente explicadas por los ilustrados en el tema, no, lo que vale la pena reflexionar en términos más prácticos es el por qué la marcada tendencia a repetir los mismos errores en el trajinar democrático.

En éste punto, deberíamos preguntarnos qué factores influyen en la conciencia colectiva y sí es ella quién nos conduce al error, además preguntarnos sí tenemos la capacidad de autodeterminación o sí fatalmente necesitamos que unos pocos individuos dirijan nuestro devenir de forma tan irresponsable. Sobre la conciencia colectiva bastaría decir que la tradición se ha impuesto a la razón a lo largo del curso de la humanidad, por lo tanto es la fuerza y no los buenos propósitos la que gobierna gran parte del mundo. En materia política esto se traduce en coacción electoral y en Colombia funciona a través del miedo, la intimidación o la compra directa del ciudadano.

El miedo se difunde fácilmente poniendo a los ciudadanos casi siempre a elegir entre dos candidatos o corrientes extremas previamente elegidos por los círculos del poder propagandístico, en ese proceso coaptan la mitad del electorado, luego la intimidación y la compra directa de la conciencia se llevan otra parte de la tajada electoral y lo restante es el voto responsable, así vemos como el sistema está viciado.

Ahora bien, ¿tenemos los ciudadanos la capacidad de autodeterminarnos? Mi respuesta es que sí, muestra de ello nos han dado varias comunidades como las campesinas, las indígenas, los colectivos y demás movimientos representativos que exigen del poder mejores oportunidades educativas, laborales, competitivas y garantías constitucionales de agremiación, asociación, solidaridad, inclusión, movilización, deliberación, tolerancia, reconocimiento y formación ciudadana. De la consolidación de la autodeterminación ciudadana, se generarían partidos políticos fuertes con programas altamente incluyentes, las empresas electorales le darían su paso a las estrategias de militancia aperturista y la baja capacidad de raciocinio de muchos de los votantes se traduciría en compromiso y defensa de los intereses generales.

Como sí se tratara de un descubrimiento interior que sólo puede efectuar cada individuo en sí mismo, a cada nación del planeta le corresponde identificar la forma de sanear su democracia, pero una vez el despertar comience, se denotarán identidad de causas entre ellas de la misma forma como la semilla de la democracia se diseminó por el mundo dando un fruto distinto en cada país, así mismo su regeneración tendrá matices distintos.

En Colombia, país heterogéneo por naturaleza, hemos asistido a la evolución de una República en permanente división, nos hemos naturalizado con el conflicto, lo cual ha agudizado la fragmentación democrática, es decir, no es sólo una cuestión de conciencia colectiva inducida al error, es también una rivalidad “con el otro” que nos hace irreconocibles.

Estoy convencido de que los Colombianos buscamos izar una misma bandera pese a las tensiones entre los ostentadores del poder y la masa social, que el modelo institucional es una construcción permanente, que sí hay espacio para la participación ciudadana, que existen alternativas a la máquina electoral que sólo cuenta votos y no personas, que es permitido soñar porque tanto Colombia como el mundo sólo tienen dos opciones en éste siglo, funciona la democracia o la razón fracasa de nuevo. Por supuesto que no estoy afirmando que el sistema democrático es único y suficiente, me refiero a él porque es el punto de referencia para un ejercicio político amplio y participativo, mal haría en agotar las formas de gobierno en éste sistema. El consenso al que se podría llegar es que sin las garantías constitucionales de la libertad individual no hay posibilidad de un accionar político saludable.

Mucho es esperar en estos tiempos tecnócratas un gobierno de sabios pero sí es deseable tener sujetos políticos que no cedan fácilmente ante las presiones de las corporaciones, que promuevan la libre iniciativa empresarial acorde con el desarrollo sostenible y que velen por los intereses generales de la nación. Bajo las condiciones y garantías señaladas antes, donde los representantes políticos busquen el mayor bienestar posible de la población podríamos hablar de una democracia compacta, en donde no sean los jueces los principales actores políticos quienes con sus decisiones entren a defender el estado social de derecho.

El voto popular es el principal derecho político ya que encarna la voluntad ciudadana para elegir a sus líderes, éste ejercicio democrático ha sufrido distorsiones en Colombia mucho antes de que la globalización dictará la agenda interna de los países del tercer mundo y propusiera sus propios líderes, antes de esa era el sectarismo y la exclusión de las minorías ha sido tradición en éste país. La institucionalidad existe formalmente en Colombia y es tarea de la sociedad civil a través de los mecanismos participativos, verbigracia las acciones constitucionales, apropiarse legítimamente de las herramientas que promueven y garantizan la coexistencia pacífica y con ella la consolidación de la democracia.

Escritor: Juan Diego Palacio Mesa