Un nuevo nombre, un viejo problema

“Ya me empezó a doler el estómago y apenas es domingo. ¡No quiero que sea mañana! ¡No quiero ir a la escuela! El viernes Alfredo me rompió la mochila y me dijo que si lo acusaba con la maestra lo que me iba a romper iba a ser la cara. Cuando vio la mochila rota, mi mamá me regañó por ser tan descuidado. Ni para qué contarle lo que había pasado, nunca me cree. Y la única vez que sí, porque tenía un golpazo que no podía esconder, le dijo a mi papá y la respuesta de él fue: “¡Pues defiéndete, estúpido!; ¿o qué?, ¿no eres hombrecito?”. Luego se puso a regañarme por mis bajas calificaciones y me castigó dejándome sin tele. En los otros años, Alfredo se burlaba de mí y a veces me quitaba el lunch, pero desde que empecé a usar lentes le dio por pegarme también a cada rato. Ya no quiero ir a la escuela, lo único que quiero es que esto se termine”.

En los últimos tiempos, una palabra ha comenzado a formar parte del vocabulario de todos aquellos preocupados por la violencia entre menores de edad: el bullying, que en español podemos llamar acoso escolar o violencia entre iguales. Es un nuevo término para un problema que ha existido siempre: esa desagradable situación que muchos de nosotros conocemos en donde alguien que se siente superior, más fuerte o más listo, se dedica a molestar a algún compañero que por alguna razón se encuentra en desventaja. Otros sinónimos de acoso son hostigamiento e intimidación.

Hasta hace poco tiempo, se consideraba que el bully, el típico matón o bravucón, era un personaje clásico de la secundaria. Sin embargo, en la actualidad el aumento del acoso escolar entre alumnos de primaria es alarmante. Desde primero a sexto, los niños sufren de este problema, del que no saben cómo salir. El niño agredido vive con miedo, no se siente seguro en un lugar en el que permanece durante varias horas todos los días, un lugar al que va a aprender, a convivir, a desarrollarse como persona. Porque todo, los estudios, la familia, los demás compañeros, pasa a segundo término, dominado por ese temor constante de ser víctima de una violencia sin sentido.

Y el problema no se termina con el tiempo, sino que deja marcas en la autoestima de quienes la viven, que se verán reflejadas en su vida como adultos. La baja autoestima les impedirá desarrollar al máximo sus capacidades, triunfar en la vida; es posible que a su vez se conviertan en agresores, para desquitarse del daño sufrido.

Muchas veces los adultos no comprendemos lo grave que es esta situación para los que la viven. Ese mundo de miedo, soledad y silencio del que no saben cómo salir. El agredido puede llegar a sentirse tan mal, convencido de que no hay quien le ayude, que es capaz de llegar a recursos tan extremos como el quitarse la vida. Tanto en México como en otros países han ocurrido tragedias así, de niños que no encontraron otra solución para su problema más que el suicidio.  Debemos entender que la violencia no es algo normal, con lo que tenemos que vivir irremediablemente. De nosotros depende aprender a construir un mundo distinto, de paz y armonía, para nosotros y para nuestros hijos. Qué es y qué no es el bullyin No todas las situaciones de violencia o agresión entre compañeros de escuela pueden considerarse bullying. Para que éste ocurra, se tienen que reunir ciertas características (Olewus, 1991):

• Es un comportamiento agresivo, que busca hacer daño intencionalmente. Más adelante veremos las características de los agresores, pero es indudable que, de alguna manera, disfrutan causando daño, sintiéndose superiores a sus víctimas. No son agresiones que pudieran calificarse de accidentales; quien las ejecuta está consciente de lo que hace y de lo que está provocando. Incluso tratándose de niños muy pequeños, que molestan a propósito a otros, sabiendo que los van a hacer llorar.

• Se produce de forma repetida, durante días, semanas, meses o incluso años. Para que se considere acoso debe tratarse de una conducta repetida en determinado periodo de tiempo. Una sola agresión, por grave que sea, no es bullying. Una de las razones por las que los agredidos experimentan tanto miedo de manera constante es justamente porque saben que no se trata de algo ocasional, sino que en cualquier momento van a ser víctimas de la violencia. Por eso empiezan a desarrollar el temor a ir a la escuela y les cuesta trabajo concentrarse en los estudios.

• Ocurre en una relación entre iguales pero donde existe un desequilibrio de fuerzas. Este fenómeno se da entre compañeros de escuela, es decir, entre niños que son más o menos de la misma edad y condición social. Sin embargo, no hay equilibrio de fuerzas entre ellos, uno se siente superior al otro o a los otros. El agresor es más fuerte, domina la situación; en cambio, el agredido es más débil, más pequeño, no sabe defenderse. A lo mejor es muy tímido, llora con facilidad o tiene alguna característica de la que los demás se burlan, como usar lentes o ser gordito.

• Generalmente, se produce sin que la víctima lo haya provocado. La única razón por la que alguien comienza a ser agredido es el solo hecho de existir y estar ahí. No se mete con nadie, pero por alguna razón, lo molestan constantemente. Lo grave es que a veces, tanto el agresor como la víctima, están convencidos de que merecen esa violencia, que ellos se lo buscaron. ¿Por qué? Por el “delito” de ser débiles o diferentes, por eso deben ser castigados.

Escritor: Paty Ibarra Pardo

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