¿CÓMO LLEGA DESCARTES A LA FORMULACIÓN DEL COGITO?

En las Meditaciones, Descartes llega a la formulación del cogito a partir de un riguroso método que comporta expresamente tres aspectos consecutivos: la duda de los contenidos, la duda de las formas del conocimiento y la duda del acto mismo del pensar. Pero para entender mejor esta secuencia que nos lleva a descubrir la existencia del yo, no como esencia, sino como acto constatable por el propio pensamiento, cabe señalar que el propósito cartesiano está dirigido a “establecer algo firme y constante en las ciencias”, algo que sea cierto y verdadero, y sobre lo cual no exista ni el más mínimo rastro de duda.

En efecto, un propósito semejante exige un método riguroso que, así como permita deshacerse de los muchos prejuicios adquiridos de la tradición, permita mantener una firmeza en el espíritu, de modo que, por un lado, se mantenga incólume a la seducción de las costumbres, pues, dice Descartes, “hay más razón para creer en ellas que para negarlas” (Meditaciones I, 20); sobre todo cuando, a pesar de ser dudosas, son al mismo tiempo probables. Y por otro, se equilibre el peso de los prejuicios, de modo que la opinión no se incline ni de un lado ni del otro, mas bien, desvinculado de ellas, el juicio se encamine por el recto sendero que promete el conocimiento de la verdad.

Sin embargo, no siendo tarea fácil llevar a completud dicho propósito, sobre todo, como ya lo hemos señalado, por los prejuicios que tienen mayor capacidad de seducción en nuestro espíritu, Descartes procede de la manera más rigurosa en el planteamiento de la duda; extremista, quizá, pero bastante útil para llegar a una verdad firme e indudable. Hablamos de lo que más tarde llamarán sus críticos como “duda hiperbólica”, la cual no se define como una duda ordinaria, sino como una duda exagerada que sobrepasa los límites de la experiencia y que, por tanto, su valor no se estima en lo práctico, sino en lo teórico. Podría decirse que su función obedece a un mero “procedimiento mental”, que no busca caer en el escepticismo, sino mas bien afirmar algo como verdadero y cierto: en el caso del cogito, por ejemplo, la duda hiperbólica es usada para verificar tal verdad subjetiva que no puede contrastarse con la realidad objetiva.

Quizá su particularidad se entienda en las mismas afirmaciones de Descartes, en especial cuando dice: “me bastará con rechazar todas las opiniones que tengan el más mínimo motivo de duda”, o, “emplearé todas mis fuerzas en engañarme a mí mismo, fingiendo que todas esas opiniones son falsas e imaginarias”, pero, nuevamente, con el firme propósito de encontrar algo seguro y constante en las ciencias.

Tal vez esta duda hiperbólica adquiera mayor calidad en la consideración siguiente de los tres pasos que dan cuenta de la manera cómo Descartes llega a la formulación del cogito. Pues bien, ya habiendo definido esquemáticamente el propósito cartesiano y el mecanismo por el cual quiere dar cuenta de ello, diremos, en primer lugar, que Descartes dirige su duda hacia los contenidos mentales que dependen de la relación del sujeto cognoscente con el mundo empírico (objeto de conocimiento); de ese sujeto que, dotado de sensibilidad, es afectado de diversas maneras por la multiplicidad de objetos y que, bajo sus formas particulares de conocimiento, la interpreta.

El motivo sobre la duda de los contenidos mentales sigue apoyado en esa duda hiperbólica que no acepta como fundamento de verdad aquello que tenga el más mínimo rastro de duda; y los sentidos, en efecto, caen bajo el rigor de la misma, pues, dice Descartes, así como he admitido que por ellos creo conocer lo seguro y verdadero, admito ahora que alguna vez me han engañado.

Pero la duda tiene que seguir su curso hasta encontrar algo firme y verdadero, de modo que Descartes presenta un argumento de mayor envergadura que compromete aún más los contenidos mentales, como es el argumento del sueño. Y es que a pesar de que en éste las cosas no suceden por lo general con la misma concordancia y duración que en la vigilia, o, como dice Descartes, “lo que acaece en el sueño no me resulta tan claro y distinto como todo esto” (Meditaciones, I, 18), resulta también posible engañarme algunas veces mientras duermo, razón por la cual, dice Descartes, “no hay indicios concluyentes que distingan con claridad el sueño de la vigilia” (ibid).

Recordemos que, para Descartes, el más notable principio de su método es rechazar todas las opiniones que admitan el más mínimo motivo de duda y, además, la condición de probable. Y en el caso de los contenidos mentales, el sueño introduce ese carácter dubitable que, al mismo tiempo, compromete todas las cosas compuestas sobre las que trabaja, en general la ciencia y, en particular, nuestro entendimiento.

En segundo lugar, Descartes, luego de dudar de los contenidos, pasará a dudar de las formas de conocimiento, manifestándose aquí con mayor claridad la función de la duda hiperbólica. El objetivo es, como ya lo habíamos dicho, llevar la duda hasta sus últimas consecuencias para determinar si existe algo verdadero y cierto. Por ello, las formas de conocimiento pasan también a cubrirse con el mismo manto de duda: la aritmética y todas las formas de conocimiento se ven enajenadas de su veracidad, como la suma de que dos mas tres es igual a cinco e, incluso, la misma razón que razona sobre ello y sobre el mismo proceder de la duda, se ve seriamente cuestionada.

Mas nótese, en este caso, que la duda sigue jugando su papel en lo teórico, pues sólo allí es posible plantear una hipótesis de tal envergadura como es la de un genio maligno, esto es, una hipótesis artificiosa sobre un dios engañador que pone en duda todas las formas de conocimiento; un dios engañador que ha querido que toda la vida “sea burlado”, “que me engañe cuantas veces sumo dos más tres, o cuando enumero los lados de un cuadrado (Meditaciones, I, 20).

Sin embargo, de la duda de los contenidos y de las formas de conocimiento, llevada hasta sus últimas consecuencias, resulta una formulación positiva: la existencia del cogito como algo cierto e indubitable que, según Descartes, es más fácil de conocer que el cuerpo, precisamente porque a él se llega por un acto voluntario del pensar, el cogito, en efecto, no es más que el resultado de esa duda hiperbólica que, al traspasar los límites de la experiencia, deja como dudables e inciertos los contenidos del pensamiento, y al acudir a una ficción epistemológica (dios engañador), compromete las formas de conocimiento.

Y que, sin embargo, al quererse plantear con la misma intensidad en el acto mismo del pensar, esta duda descubre sus limitaciones, pues por más que quiera dudar de mi existencia, esto es, que soy y que pienso, cualquier mecanismo de duda que se emplee reafirmará aún más mi existencia. Así por ejemplo, en el caso del dios engañador, dice Descartes, “no cabe duda que, si me engaña, es que soy; y, engáñame cuanto quiera, nunca podrá hacer que yo sea nada, mientras que yo esté pensando que yo soy algo” De ahí que, dirá Descartes, “la proposición yo soy, yo pienso, es necesariamente verdadera, cuantas veces la pronuncio o la concibo en mi espíritu” (Meditaciones, II, 24).

Claro está que tal formulación lleva consigo el problema de hacer verdadero el cogito mientras se lo piensa, pero dudoso cuando deja de pensarse. A ello súmese además la imprecisión del gran descubrimiento cartesiano “el yo como una cosa que piensa”, pues en realidad no se ha llegado a una cosa, sino más bien a un acto de pensamiento que se constata por el mismo pensamiento.

BIBLIOGRAFÍA
DESCARTES, Renato (1997). Meditaciones Metafísicas con Objeciones y Respuestas. Madrid: Ediciones Alfaguara

Escritor por: EDILSON ARGOTTY REVELO