Compañeros ¿inseparables?

Hace un par de años, ante la convocatoria de un conocido concurso literario, decidí plasmar en un cuento breve algo que hace tiempo llamaba poderosamente mi atención: la dependencia y apego que generan ciertas relaciones. Fue así como escribí esto:

“Cada día me despierto gracias a ti, sin duda ya eres parte de mi vida.
¡Contigo siento el mundo en mis manos! No necesito hablarte; basta con tocarte suavemente para constatar conexión. A pesar del calor reinante en el metro, me encanta sentirte cerca, acortando cada viaje. Albergando este pensamiento noto que alguien te observa insistentemente. No puedo evitar preguntarme: ¿te desea?. Por supuesto, la primera impresión al leer el relato es asociar todo ese sentir a una persona. Sin embargo, es igualmente válido asociarlo a un objeto sobrevalorado en estos tiempos.

Tanto adultos como niños hemos caído en esta especie de “amor” por celulares y sus innumerables aplicaciones, considerándolos indispensables en el quehacer cotidiano, lo que ha originado numerosos cuestionamientos sobre la dicotomía que provoca en la comunicación una relación de estas características.

Sin duda el tema da para mucho; polemizar o debatir sobre el uso o abuso de la tecnología, a la cuál además de celulares podemos sumar notbooks, netbooks, tablets, playstations, wii, ipads, entre otros; la incapacidad de crear lazos con amistades presenciales por sobre las virtuales; aislamiento familiar en post de la ampliación del mundo a través de las redes sociales; emisión de opiniones y comentarios buenos o malos bajo el anonimato, eximiendo de culpas a quienes publican cosas indebidas e indagando o presenciando la exposición de vidas en el ciberespacio.

Las estadísticas indicaron que la navidad recién pasada, el juguete más vendido y que causó furor en el mercado a pesar de su alto valor monetario, fue una resucitada mascota “real-virtual”. Ahora renovada y presentada en una amplia gama de colores, ofrece un nuevo sistema electrónico-inteligente con funciones de diálogos cortos, expresión de frases cariñosas, manifestación de satisfacer necesidades básicas, reclamos, movimientos oculares, hasta ronquidos tal y como lo haría una mascota de carne y hueso.

Lamentablemente, hoy algunos niños han generado un nexo de dependencia con este objeto, convirtiéndolo en su «compañero inseparable», invierten tiempo y energía en mantenerlo, privilegian estar encerrados cuidándolo en vez de compartir con otros niños, minimizan el aprecio por los animales verdaderos dejando de lado a sus propias mascotas por encontrarlas aburridas.

Me causa asombro ver como este ser aparentemente vivo, pero no vivo, ha ocupado y cobrado un espacio importante en la vida de tantos niños. Antes, el lugar de esta mascota era llenado por algún juguete, peluche, muñeca o manta; inclusive nacía la necesidad de interacción con los llamados «amigos imaginarios». Jugar, ya fuese al aire libre o en una casa, era abrirse a un mundo de imaginación en el cual la creatividad afloraba naturalmente y la capacidad de asombro era un reflejo de la inocencia infantil reinante en aquellos tiempos.

Tomando en cuenta lo anterior, cabe reconocer la responsabilidad que como adultos tenemos al fomentar o no el temprano nexo que establecen los niños con estos aparatos. ¿Son los niños o los padres quienes caen en el consumo de algo que realmente no se necesita? ¿Tiene sentido desembolsar elevadas sumas de dinero en regalos tan costosos? Muchas veces, adquirir este tipo de elementos obedece a un capricho o a un deseo de dar a los hijos lo que no se tuvo en la niñez y creer malamente que es beneficioso e imprescindible para el desarrollo actual de los pequeños.

Debería darse una herencia natural de experiencias: contar y enseñar sobre juegos, apreciar el disfrute cotidiano con juguetes sencillos, transportarnos a lugares remotos a través de imaginerías, contar historias, disfrazarse y un sin número de actividades que alegraban hasta al más gruñón de un grupo. Afortunadamente, esta realidad no es extensiva a todos los niños. Aún hay un porcentaje que conserva vestigios de aquella bella simpleza de una época pasada. He de esperar que el próximo cuento breve que se me ocurra escribir trate sobre la relación entre un niño y su gato, perro, tortuga o conejo y que verdaderamente se establezca entre ellos un vínculo de “compañeros inseparables”.

Escritor: Daniela Molina