El concepto de ‘novela’ en Unamuno, elementos teóricos en Niebla.

La teorización sobre el concepto de novela ha sido, a lo largo de la historia de la literatura moderna, una preocupación constante entre los autores, estudiosos y críticos, desarrollándose ampliamente en las letras españolas con una relevancia particular durante la última parte del siglo XIX y los primeros años del siglo XX -antes del estallido de la guerra– en una era de gran florecimiento intelectual, considerada la ‘época de plata’, al compararse, debido a su gran desarrollo literario, teatral y poético, con el Siglo de Oro.

Es en esta época en la que surgen figuras de la talla de Miguel de Unamuno, intelectual avezado y con ideas personales muy particulares, que propone tanto en sus obras como en su trabajo teórico nuevas conceptualizaciones de la novela, en las que se juegan elementos ligados a las corrientes filosóficas predominantes en la época: existencialismo, pesimismo, trascendencia, ontología, la constante pregunta sobre la vida y la muerte, la existencia humana tanto dentro como fuera de la literatura, la realidad, el sueño y la ficción.

El autor busca en su prosa presentar sus pensamientos filosóficos sobre la literatura y la existencia, la relación que establece ésta entre realidad y ficción, y cómo se configura el mundo novelesco en relación a estos elementos. La novela se concibe como una construcción, que a su vez reúne elementos ontológicos y ónticos, que se construye y re-construye ad infinitum. Los tópicos centrales están ligados a la vida y la muerte, la decadencia del mundo y del ser, la existencia y la trascendencia. En su producción es claramente visible la influencia de la filosofía alemana de Nietzsche, Schopenhauer y posteriormente Heidegger.

Unamuno, tomándose de sus múltiples conocimientos filosóficos y literarios, propone en Niebla su forma de entender la novela: la ‘nívola’, un concepto que interpreta el carácter distinto, nuevo y propio que el autor le implanta a la narrativa. La nívola traspasa la vida del hombre, del autor, del lector incluso, pone en juego la concepción del autor sobre la vida misma, la existencia humana como vaga, con límites imprecisos entre realidad y ficción. Augusto Pérez, protagonista de la obra, en un intento desesperado de autonomía, trasciende su misma existencia de personaje para increpar a su autor-creado, que al mismo tiempo entra en el juego difuso del personaje-autor, bajando de su calidad de creador y poniéndose a la altura del protagonista.

Así, Unamuno se presenta a sí mismo como parte de esta nívola, enmarañado en la nebulosa sin contornos entre lo real y lo onírico, poniendo en crisis la idea de la existencia y la inmortalidad como ejes de su preocupación literaria y filosófica. La muerte representa el fracaso de esta autonomía que no es tal, sellando el destino de todos. Augusto, en su entrevista con su ‘padre-creador’, le increpa: “Pues bien, mi señor creador don Miguel, ¡también usted se morirá, también usted, y se volverá a la nada de que salió…! ¡Dios dejará de soñarle! ¡Se morirá usted, sí, se morirá, aunque no lo quiera; se morirá usted y se morirán todos los que lean mi historia, todos, todos, todos sin quedar uno! ¡Entes de ficción como yo; lo mismo que yo!” (p. 240). De esta manera se eleva a la novela hacia la inmortalidad, la persistencia de la palabra por sobre el hombre.

La propuesta novelesca unamuniana, entonces, se liga a la metáfora del sueño como idea de la vida, irracional y difusa, impresionista, una vida con los límites poco demarcados, en la que realidad y la ficción se entrecruzan y mezclan, porque no están de ninguna manera separadas. La novela, en nebulosa e indefinición, no es completa en el sentido que la compone el ‘autor’ original, porque no existe tal; cada lector, como individuo con percepciones distintas del mundo, de las cosas y de la existencia, construirá en la lectura su propia obra, constituyéndose como un nuevo autor. Así, cada obra nace y resucita cada vez que es leída por otro, mutando e inmortalizándose en cada sujeto.

Escritor: Javiera Martínez M.