CONSIDERACIONES SOBRE LA RELACIÓN ENTRE LOS CONCEPTOS DEL JUEGO Y EL ARTE DESDE LA TEORÍA LÚDICA DE LA CULTURA Y LA HERMENÉUTICA CONTEMPORÁNEA

Para la teoría lúdica de la cultura, el arte es una de las manifestaciones que mejor resguarda los principios del juego; pues, a pesar de que la cultura tiende a estructuras cada vez más rígidas y ha impuesto las nociones de razón, deber y verdad como sus principios rectores, el arte conserva una validez que está más allá del concepto de lo lógico y de las formas visibles y palpables (Huizinga, 1987, p. 188). Para comprender esta relación entre el arte y el juego, este apartado recurre a tres conceptos fundamentales: el arte y la belleza, los cuales abordamos desde el pensamiento clásico, específicamente desde filosofía aristotélica y platónica; y, a partir de estas conceptualizaciones, nos dirigimos a la noción de experiencia estética, según los postulados de la filosofía kantiana.

Aristóteles (1985) señala la existencia de dos formas fundamentales de conocimiento que permiten tal habilidad: el conocimiento teórico, al que denomina ciencia, que tiene como fin la abstracción de las leyes naturales; y el conocimiento práctico, al que denomina arte, y tiene como fin el idear y producir nuevos objetos. el arte aborda las cosas que pueden ser de muchos modos, cuya esencia no está en sí, sino en aquello para lo que fueron creadas (p. 46).

A pesar de esta diferencia, el conocimiento práctico depende del conocimiento teórico. Aristóteles (1985) explica que el objeto ideado, imaginado, es susceptible tanto de ser como de no ser (p. 272). Esto es así porque el objeto, para ser producido, para ocupar su lugar en la realidad, debe responder a las leyes naturales. Dicho de otra forma, aunque pueda imaginarse el objeto, si éste no se elabora según las leyes naturales, no puede existir. De tal manera, desde los orígenes del término, el arte es un saber productivo que puede responder a diversos fines y que se vale de la razón para construir según ciertas leyes. Así encontramos la primera coincidencia entre el arte y el juego: ambas son formas de acción suprabiológica que, por la imposición de ciertos límites, pueden desarrollarse dentro del mundo natural sin afectar sus principios.

Gracias a la entrada de una razón que burla, como dice Gadamer (1991, p. 15), lo propio de la razón en cuanto a fines útiles, ambas actividades pueden asignar un valor y un sentido por fuera del plano de lo necesario. En el caso del saber productivo, este tipo de objetos son las obras estéticas, las que hasta el siglo XVII se denominaron bellas artes para diferenciarlas de los otros tipos de objetos. Ahora ¿Qué es la belleza? ¿Para qué crear tales objetos? Platón (1997) define la belleza como un plus que dota a ciertos objetos del mayor brillo, de un esplendo propio dentro de aquellos de su misma especie (p. 354). Al compartir el objeto las mismas formas y conceptos con sus similares, al no ser esencialmente diferente, la belleza por lo tanto no está en la materialidad del objeto, sino que es una cualidad metafísica.

Para los clásicos, esta cualidad hace del objeto un ideal, la representación más fiel del orden supremo que rige el cosmos. Al escapar de la esfera humana, el ideal no puede percibirse directamente, sino por medio de las cosas que mejor lo imitan, aquellas a las que damos el calificativo de bellas (Platón, 1997, p. 353). De tal manera, para el idealismo platónico, la función de las cosas bellas, naturales o artificiales, es aproximar el orden verdadero y metafísico al mundo material (Lomba Fuentes, 1987).

En la contemplación de tales cosas, dice Platón (1997), el alma humana, que ha hecho parte de ese orden, se complace de tal manera en su reconocimiento, que el hombre se siente poseído por lo divino, y experimenta el gozo de lo verdadero. La experiencia permanece en el recuerdo y, gracias a la razón y la sensación, se sabe que en lo observado hay algo más que meras formas y conceptos, está el plus de la belleza, la representación de un orden superior (p. 354).

De tal manera, la experiencia de lo bello se constituye en una forma de conocimiento que, por su esencia superior, no puede saberse lógicamente, sino intuirse en tal experiencia. Esto hace que la belleza sea una frontera entre lo sensible y lo racional, entre lo físico y lo metafísico, entre el intelecto y el placer; pues, por medio de ella, el hombre goza del reconocimiento de un orden perfecto y perdurable, ajeno a las vicisitudes de la condición humana (Platón, 1997, p. 355-356). En este carácter unificador, Marcuse (1983) encuentra la máxima virtud del arte, la posibilidad de reconciliar las facultades inferiores y superiores del hombre y acceder a una verdad que permita construir una civilización no represiva (p. 163): una verdad que armonice los planos opuestos de la realidad, separados por la apariencia.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Aristóteles (1895): “Libro VI: Examen de las virtudes intelectuales”. En Aristóteles, Ética nicomáquea (pp. 267-287). Madrid, Gredos. Traducción del griego de J. Pallí Bonet.
Gadamer, H. G. (1991): La actualidad de lo bello: el arte como juego, símbolo y fiesta. Barcelona, Paidós. Traducción del alemán de Antonio Gómez Ramos.
Huizinga, J. (1987): Homo ludens: el juego y la cultura. Barcelona, Alianza. Traducción del alemán de Eugenio Imaz.
Labrada, M. A. (1985): “La racionalidad en la creación artística”. Anuario filosófico (17). [publicación en línea]. Disponible desde Internet en: http://dspace.unav.es/dspace/bitstream/10171/2184/1/03.%20MAR%C3%8DA%20ANTONIA%20LABRADA,%20La%20racionalidad%20en%20la%20creaci%C3%B3n%20art%C3%ADstica.pdf [con acceso el 11-08-2013].
Lomba, J. (1987): “Ethos, techné y kalón en Platón”. Anuario Filosófico (20). [publicación en línea]. Disponible desde Internet en: http://dspace.unav.es/dspace/bitstream/10171/2287/1/02.%20JOAQU%C3%8DN%20LOMBA%20FUENTES%2c%20Ethos%2c%20techn%C3%A9%20y%20kal%C3%B3n%20en%20Plat%C3%B3n.pdf [con acceso el 16-08-2013].
Marcuse, H. (1983): “La dimensión estética”. En H: Marcuse, Eros y civilización (pp. 163-182). Madrid, Sarpe. Traducción del francés de Juan García Ponce.
Platón (1997): Fedro. En Platón, Diálogos III (pp. 289-413). Madrid, Gredos. Traducción del griego de C. García Gual, M. Martínez Hernández y E. Lledo Íñigo.

Escritor: Sergio Sarmiento Salcedo