CRÓNICA DE UNA SOPRESA.

El abrumante calor hacía honor al sol radiante que engalanaba la ciudad aquella tarde del 27 de Enero de 2014, un aroma inconfundible de café recién hecho conquisto mis sentidos al momento de ingresar en aquel lugar; las aromáticas de canela iban y venían de la cafetería a las salas de espera mitigando la ansiedad y la intranquilidad de unos cuantos. El azul y el blanco que adornaban las paredes inspiraban a tomar aire y seguir caminando. Aquel sitio guardaba consigo los recuerdos de las personas que en sus estancias había dicho: Adiós.

Camine con paso sereno, observando cada rostro, cada expresión reflejada, ojos cansados pidiendo a gritos un momento de paz, miradas de angustia que escondían el deseo de que aquello no fuera real. Sin embargo, la vida es un ciclo constante, un ciclo que implica un día llegar a este mundo, pero llega el momento donde sin previo aviso habrá que desprenderse de todo lo material y convertirnos en seres eternos. Por ello y pese al deseo que aquellas miradas aguardaban, lo que se estaba viviendo en ese instante era real.

Sin mucho esfuerzo encontré el recinto donde esperaba aquella mujer alta, de cabellos negros y mirada alegre, una mujer cuyo entusiasmo siempre era contagioso, recordé aquellos días donde su saludo era una sonrisa radiante o una broma donde su risa llenaba el ambiente de buena energía. No obstante, su espera en esa fría sala no estaba impregnada de ese brillo de entusiasmo, sus ojos estaban cerrados, su piel con un tono pálido y su corazón sin el danzar de su latir.

Un llanto desgarrador penetró en mis oídos, embargando de profundo dolor mi alma. Aquellas lágrimas provenían de una hija que clamaba por su madre, sentí como mi pecho se encogía, mientras mis ojos ardían en una inútil pelea por no llorar. Nuevamente, el llanto de aquella joven me hizo sentir su estado en ese momento y en medio de su desesperación, del dolor contenido, gritaba, gritaba con el sentimiento que solo lo tienen las personas con la certeza que el tiempo se fue y no les alcanzó, con ese profundo sin sabor que experimentan cuando piensas que puedes dejar todo para mañana pudiéndolo hacer hoy.

Entonces su voz entrecortada empezó a narrar aquella historia, que contaba su tristeza: nuevamente un nudo se formó en su garganta y el dolor se apoderó de su sentir. La temperatura del domingo 26 de Enero en el municipio de Soledad se encontraba superando los 31°C, Alicia De la Hoz Zambrano una mujer, mayor, próxima a cumplir 59 años el 5 de febrero de 2014, se encontraba sentada tranquilamente con su hermano en la terraza de su vivienda, recibiendo la locas brisas de enero en la Costa Caribe Colombiana, entre risa y “mamadera de gallo” decidió ir a ducharse. Y mientras las gotas de agua recorrían su cuerpo, acariciando su piel aliviando el calor corporal, una punzada atacó su corazón despojándola inmediatamente de todo lo terreno.

La muerte llegó para ella de sorpresa, llenando el corazón de cada uno de sus seres queridos con una profunda tristeza. Alicia, enfermera por vocación no tuvo manera de imaginar lo que podría ocurrirle. Amargas lágrimas derramó cada miembro de la familia, los que estaban cerca compartieron el dolor de su partida, mientras aquellos que se encontraban lejos no daban crédito de lo ocurrido.

Después de aquellos momentos en la funeraria, lo único que quedaba era el último adiós, entonces mi corazón latió fuertemente al ver la calle de honor que hacía las tres y quince de la tarde, del 28 de Enero de 2014 sus compañeros de trabajo había hecho para ella a las afueras del hospital donde laboraba. En el fondo sonaba aquel himno de la amistad, entonado en la voz de Roberto Carlos: “Tu eres mi hermano del alma, realmente el amigo, que en todo camino y jornada esta siempre conmigo…” mientras cada corazón en aquella calle decía sutilmente hasta siempre.

Una sentida eucaristía, una palabra divina para reconfortar las almas adoloridas, una última despedida, cinco de la tarde y ya me encontraba de regreso hacía mi morada, no quise ver el entierro, quizás para alejar un poco la tristeza de mi interior. La vida, es un ir y venir constante, hoy estoy plasmando con letras un evento que ha quedado grabado por siempre en mi memoria, mañana no tengo la más remota idea de donde podré estar. No es necesario poseer una condición especial para dejar este mundo, solo necesitamos estar vivos para que en algún momento pasemos a hacer parte de la eternidad. Por ello, hay que darle el valor a cada segundo, a cada instante, a las sonrisas que provocamos, a las lágrimas que derramamos. No se trata de vivir por vivir, es menester darle sentido a la vida.

Autor: Yajaira Isabel Carvajalino Zambrano.