De palabras y sentidos.

“La palabra tiene mucho de aritmética: divide cuando se utiliza como navaja para lesionar; resta cuando se usa con ligereza para censurar; suma cuando se emplea para dialogar, y multiplica cuando se da con generosidad para servir”. (Carlos Siller).

¿Dónde nacen las palabras? En términos generales, vendrían de la necesidad de expresar y comunicar que posee cada ser humano; de eso que motiva el uso del lenguaje y genera la complejidad del sistema de símbolos dentro de una estructura. Ahora bien, “la materialización del lenguaje en formas concretas de conducta permite interpretarlo también como una modalidad o tipo de comportamiento” (X.F. Conde, 2002) es así como; con el paso del tiempo, hemos descubierto que las palabras adquieren sentido conforme a la experiencia.
Buenos Aires, Argentina: Mientras camino con mi compañero suena por las calles de San Telmo: “Si se salva el pibe, si el pibe se salva vas a ver la farra que vamos a dar. Si Dios no permite que el pibe se vaya, será fiesta patria en el arrabal. Traeremos los pibes de todo el contorno y así en una tarde repleta de sol llenaremos toda la casa de adornos…” (Carlos Gardel).
El joven que me acompaña insiste que la palabra que acabo de escribir como “chavón” (chico, joven) se escribe con B y proviene del Lunfardo. Me cuenta que “antes” se decía Boncha y que la palabra fue invertida para evadir los oídos de la Yuta (policía), vocablo que él pronuncia como Shuta. Gotan Project, no es otra cosa que tango Project. No tomás café, tomás feca me dice mientras la camarera sirve la mesa, pone el azúcar y se lleva los restos de nuestro desayuno. El lunfardo era el dialecto de los ladrones, posteriormente de la clase baja y luego de la clase media baja. Inmortalizado en los tangos de Gardel pasó a ser parte de la memoria colectiva de muchos habitantes de la Argentina y Uruguay, siendo actualmente fragmento del lenguaje cotidiano.

Cali, Colombia: Al fondo los chicos juegan con un frisbee, provienen de barrios populares y utilizan el juego como una forma para crear comunidad y alejarse de actos delictivos. Al presente, Colombia es uno de los países más violentos del mundo lo que genera fuertes impresiones en los usos del lenguaje. Los jóvenes emplean palabras enérgicas para referirse a sus congéneres; también permutan las sílabas para dificultar la interpretación de lo mencionado a cualquiera extraño al grupo; así pues, quien se queja mucho es una loquita. Al chico egoísta se le dice que es un “Damier” (mierda). Mañana en la “cheno” (noche) hay “picaíto” (juego corto) de “Cromi” (microultimate). El que no prestó la “cibi” (bicicleta) es un imbécil; quién no llevo los discos es “mucho el dorata (Tarado)”. No existe regulación específica; de hecho, algunos jóvenes logran cursar estudios universitarios; sin embargo, parece ser que este rasgo expresivo está tan impreso en su necesidad de aceptación, que aun siendo de su conocimiento la agresividad que le precede, se hace cotidiano, se naturaliza y es utilizado muchas veces por parte de los líderes para intimidar y fundar jerarquías claras.

Ahora bien, más allá de la agresividad propia de estas formas de expresión, podemos observar una construcción de morfemas significantes y apartados de las estructuras académicas convencionales a partir del juego de desestructuración y alteración del orden de las sílabas (vesre) o de adaptación de morfemas propios de otras lenguas. Al mismo tiempo, aparecen los sentidos, las intenciones, la expresión corporal; incluso la música que acompaña la comunicación y que se describe en palabras argentinas como “tonada”. Pasa desde lo popular hasta lo poético como es el caso argentino. Paulatinamente el lenguaje se transforma. La necesidad de construir identidades colectivas conlleva a la aceptación de dichos cambios; pronto se generaliza, corre los ejes y rompe las esferas de lo social para abrirse paso dentro de la historia de la cultura humana.

Escritor: Vanesa Villa.