Desafíos de la escuela media hoy Inclusión y fracaso escolar

En la actualidad es innegable que el sistema educativo en su conjunto atraviesa una grave crisis producto de los profundos cambios sociales, políticos y económicos acaecidos en la última década del siglo XX y que aún hoy continúan gestándose. Entre ellos el más importante es la globalización que ha inaugurado un período de desinstucionalización dentro de las instituciones clásicas sostenedoras de los valores, tradiciones culturales y modos de conducta, éstas son: la escuela y la familia, verdaderas bases de la sociedad occidental.

Los viejos preceptos defendidos por la escuela parecen haber quedado desactualizados, pues no pueden responder con eficacia a las demandas de una sociedad que constantemente la cuestiona, convencida de que es mejor la inmediatez de la información en lugar del aprendizaje o el pensamiento reflexivo, en consecuencia, “… ha perdido el monopolio de la inculcación de significaciones y éstas, a su vez tienden a la diversificación y la fragmentación…”1 junto con su antiguo rol de garantizadora de la promoción y el bienestar social. La pregunta clave es en este caso, ¿Por qué antes si funcionó y ahora hablamos de crisis?.

Porque la currícula, los valores y aprendizajes transmitidos se condecían con la realidad de la época. Era capaz de crear identificación, interacciones sociales, representaciones del mundo y sobre todo un fuerte sentido de pertenencia. A su vez el absoluto respaldo de la familia le otorgaba una notable legitimidad social. Empero, hoy en día la familia se ha transformado -la vieja familia nuclear se traduce hoy en familias monoparentales y ensambladas- perdiendo su vital papel de contenedora y fundamental educadora de los niños y adolescentes; volcando toda la responsabilidad y el trabajo en la escuela, que forzada a expandirse, absorve a una masa de sujetos que nunca educó y que sin embargo, necesitan de ella imperiosamente, convirtiéndose paulatinamente en una institución increíblemente sobreexigida. Con esto me refiero a que si en algún momento -la escuela media esencialmente-, fue considerada como “garantizadora de la promoción social” -de ahí su connotación “elitista”-, ahora se verá obligada a aceptar a una gran cantidad de jóvenes que nunca accedieron a ella, generando una tensión permanente entre masificación y calidad educativa; pues al ampliar su composición se desdibuja su cometido, se convierte en una mera contenedora social.

El docente, actor clave dentro de esta problemática, ya no puede desde una postura asimétrica guiar -como facilitador- el aprendizaje; ahora es un docente/pedagogo, siendo su principal deber la comprensión de la dura realidad social por la que atraviesan día a día los adolescentes de todas las clases y edades; su responsabilidad no es solo enseñar sino también suplir a la familia como contenedor; al mismo tiempo se encuentra atado a la “negociación de los contenidos” con sus alumnos, en vez de impartir saberes y valores básicos que les permitan formar un pensamiento crítico (o al menos este debería ser el objetivo), pues no importa si les interesa o no aprender sobre la Conquista de América, la Revolución de Mayo o la II Guerra Mundial, no cambia nada que el tema sea presentado de una forma enciclopedista o sumamente didáctica y pedagógica, lo que necesitan aprender, lo que necesitan formar, es su propia subjetividad.

Debe invitarlo a conocer el mundo, el por qué de las cosas, a abandonar la mera repetición y animarse a pensar, porque un alumno que fracasa es aquel que repite y no piensa, como dice Meirieu: “hay repetición en el fracaso y no en el saber”.2 Por ello es que las buenas notas -como resultado de la pura repetición- y el correcto comportamiento poco tienen que ver con la relación éxito/fracaso escolar. Ningún adolescente sale beneficiado con un docente que descree de sus capacidades o lo encierra en estereotipos tales como: vago, inepto, entre otros. Pero si logra construir una relación de confianza el aprendizaje será exitoso, porque a través de esta acción intersubjetiva -en la que el docente es mediador- el sujeto confronta sus antiguos saberes con los nuevos que recién incorpora, por medio de la integración o el rechazo y la puesta en práctica; con el debido tiempo formará un pensamiento reflexivo.

Como consecuencia de la masificación educativa la escuela debió transformar su rol social, dando origen a la actual escuela inclusiva; que ha demostrado graves falencias a la hora de encarar la educación de los nuevos adolescentes que recientemente incorporó, debido a que el mito de la “igualdad de oportunidades” se contradice con “…la tradición de la institución escolar, que es una tradición de selección”.

Impidiendo a su vez que se genere en ellos un nivel de compromiso y/o sentido de pertenencia que deriva en una incomprensión mutua, por un lado el adolescente no encontrará una razón válida para asistir diariamente y aprender lo que se le propone; y la escuela si bien “lo incorpora” termina por expulsarlo del sistema, convirtiéndose en un filtro social, pues al no introducir innovaciones que ayuden a que ocurra una transformación en el sujeto que pasa por ella, termina por reproducir -en la mayoría de los casos- las desigualdades sociales. Y si a esto sumamos la cuestión de la “subdotación” -en todos los ámbitos imaginables, pero principalmente en cuanto a la currícula y los recursos económicos- nos lleva a pensar en la existencia de unas pocas “escuelas exitosas” que se distinguen del resto; gracias a: la postura participativa de la dirección, la libertad de ideas y comunicación, la jerarquización del conocimiento y del aprendizaje, la demanda de colaboración y participación de la familia, entre otras. Si nos detenemos a reflexionar sobre este tema, nos damos cuenta que son exitosas debido a que se “salen del sistema”, con esto me refiero a que toman la iniciativa e innovan modificando y plasmando sobre la currícula su concepción de la educación entendida como emancipadora, la cuál invita a la reflexión en lugar de imponer criterios.

Ante la ausencia de políticas de Estado y el descreimiento actual en el sistema educativo, se produce una destitución simbólica de la escuela, la cuál oscila entre la exclusión y una excesiva condescendencia. En lugar de asegurar una mayor inclusión se terminan profundizándo la crisis del sistema, la baja calidad educativa y la marginación. Se necesitan medidas urgentes para revertir este caos en el que miles de jóvenes al día de hoy se están educando.

Bibliografía

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Kantor, D. (2006) El lugar de lo joven en la escuela. En: Frigerio, G. y Diker, G. Educar: figuras y efectos del amor. Buenos Aires. Del Estante.
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Tenti-Fanfani, E. (2000) Culturas juveniles y Cultura escolar, Buenos Aires, UNESCO.
Tenti-Fanfani, E. (1997) Viejas y Nuevas formas de autoridad docente.

Escritor: Tomas Borneo