La pobreza por sus características complejas y multidimensionales es poco susceptible a ser descrita en unas cuantas palabras, más sin embargo, algunos de sus componentes son evidentes en la vida de muchos de nuestros estudiantes, con hogares monoparentales, largas jornadas de ausencia por parte de sus figuras de crianza, alimentación deficitaria, servicios públicos limitados, acceso a servicios médicos restringidos y escenarios de violencia, transitan por la vida deseando quizás tener más y mejores oportunidades, entonces, ¿por qué no proveerles de una educación que logre mostrarles nuevos rumbos? ¿Por qué no generar en ellos bienestar a través del acceso al conocimiento?.
Desde una perspectiva psicológica y pedagógica es posible considerar algunos aspectos fundamentales que se han de tener en cuenta con el fin de brindarles a los niños en contexto de pobreza la apertura de grandes oportunidades a través de la educación, sin desconocer claro está, que éstas necesitan y merecen estar sustentadas en políticas sociales, pues, vale la pena indicar que “la ausencia de una perspectiva compleja del desarrollo infantil en las agendas científicas y de política social, plantea problemas de diferente tipo que afectan de formas directas e indirectas el desarrollo humano en cualquier sociedad” (Lipina y Álvarez, 2011).
En primera instancia es pertinente advertir que mientras el niño transita por la experiencia escolar, no solo se estará estructurando su sistema neuronal con fines educativos, así mismo, se esculpirán funciones mentales cuyo carácter es decisivo en su desarrollo socioafectivo, lógico y comunicativo, es decir, en el plano escolar no se dan solamente actos reflejos, también procesos voluntarios que demandan una serie de esfuerzos conscientes, drásticamente potencializados a través de ambientes enriquecidos. Éstos logran serlos cuando son constituidos armónicamente con la etapa vital del sujeto, apoyados en enfoques cognitivos actuales que establecen la importancia de la emoción, la motivación y la autorregulación en el desarrollo.
De esta forma, es fundamental proveerles de herramientas emocionales que si bien no eliminan los estresores del contexto en el cual se encuentran, si les permite tener mejores estrategias de afrontamiento; en este caso, desde el lente pedagógico es posible usar instrumentos tales como la lectura y la escritura a fin de estimular diversos actos creativos en ellos, donde no solamente lean aquello que otros han escrito, también, escriban para ser leídos por sus pares, siendo protagonistas de dinámicas que los movilice a ir más allá de la copia del pizarrón, de la transcripción a veces sin sentido, sumergidos en el proceso de aprender a conocer sus emociones e interpretar las sus compañeros, a fin de construir nuevas relaciones, en donde la seguridad y la confianza que tales vez no han recibo en otros escenarios, se conviertan en los elementos más importantes para solidificar su autoconcepto, con el objetivo claro de forjar destrezas sociales que son tan importantes como las intelectuales y cognitivas, entendiendo que propiciar comunicación asertiva en nuestros estudiantes implica la puesta en escena de sistemas funcionales complejos, los cuales se caracterizan por ser históricos, sociales, dinámicos y autorregulables.
La plasticidad del cerebro en este tipo de situaciones pedagógicas, posee un papel fundante, experiencias, sentimientos y pensamientos, modifican continuamente las conexiones entre las neuronas, así que enseñarle al niño a comprender sus distintos estados emocionales y la forma adecuada de transitar por ellos con el firme propósito de gestionarlos, muy seguramente le abrirá las puertas de una sana relación consigo mismo y con aquellos que le rodean. Usar los sentimientos que experimenta como la rabia, los celos, el menosprecio y la frustración, en los procesos de lectura y escritura, de acuerdo con sus fases de desarrollo, brinda al niño la posibilidad de vincular lo que diariamente vive en su tejido familiar con la escuela, haciendo uso de la función simbólica del lenguaje.
Por otra parte, enseñarle al sujeto a planificar, supervisar, realizar y evaluar sus actividades ha de ser tan importante como enseñarle matemáticas o historia, para ello resulta conveniente establecer espacios en donde se les proporcione el paso a paso de cada uno de estos componentes, atendiendo a la complejidad gradual que con los años afronta al interior del acontecimiento pedagógico. El ambiente expondrá nuevos retos, imponiendo la necesidad de que nuestros estudiantes “tengan más control sobre sus procesos de aprendizaje, tal como la teoría lo sugiere y la práctica lo reclama” (Trías, Huertas y García, 2012).
En conclusión, educar al niño en contexto de pobreza sugiere vincularlo paulatinamente a situaciones en las que pueda ser protagonista de un aprendizaje cooperativo, en donde el “error” no sea concebido como tal, sino como oportunidad para fortalecer su formación, pues es más fácil hacerlo si la enseñanza que se le brinda lo estimula para ello; educarlo también implicará llevar a cabo una evaluación acerca de la potencialidad única en él, aspecto sustancialmente diferente al modelo de centrarse en el déficit o la carencia y si llegase a presentar una dificultad, que la educación de la que es parte le permita sobrepasarla, le permita dotar a las palabras de sentido y asirse de la experiencia, educarlo significara afirmar con nuestras prácticas pedagógicas que “la mejor prevención del fracaso escolar es la escuela activa y viva con una multiplicidad de valores, no centrados exclusivamente en el pensamiento desvinculado” Rivière (1983).
Escritor: Diana Carolina Rincón
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