Cuando se empieza a enseñar español a personas inmigradas la primera intención es la de enseñarles a hablar en los ámbitos en los que se van a ver involucrados: ambulatorios, administración pública en general, INEM, papeleos en general, compras, etc. Es lo primero que necesitan, además de manera rápida y urgente. No nos olvidamos de que están inmersos en una sociedad de acogida que no habla la multitud de lenguas que aportan los inmigrados. Es decir, estos se encuentran en una situación de inmersión lingüística total en la lengua meta, en nuestro caso el español.
El hecho de que nada más llegar al país empiecen a aprender multitud de palabras o ciertas cadenas sintácticas para comunicarse mínimamente es origen de dos problemas con los que se encuentra un profesor de español que va a enseñar a este colectivo. El primero se refiere a la habilidad que muestran para la adquisición del español. El segundo problema se refiere a una consecuencia de un aprendizaje no académico, a una falta de corrección de errores: la aparición de las fosilizaciones, errores que en esta adquisición primera del español se tornan inmóviles, muy difíciles de eliminar, incluso con enseñanza de la lengua.
Esa manifiesta habilidad en la captación del español lleva a preponderar una enseñanza basada en la adquisición de la lengua, como se da en los niños, sobre una enseñanza basada en el aprendizaje de la lengua, como se suele hacer con los adultos. Aquí aparece una controversia en la enseñanza de español a personas inmigradas, una defensa de que es más acertada una metodología basada en la idea de la adquisición de la lengua, contra la que opina que esta enseñanza ha de realizarse como aprendizaje. Una de las múltiples diferencias entre la enseñanza de una lengua extranjera a niños y a adultos es precisamente la visión del mundo y la madurez intelectual. En la mayoría de los casos los estudiantes adultos conocen (aunque no lo puedan expresar o sistematizar) los propios caminos, métodos, relaciones mentales en general para conseguir un aprendizaje más efectivo. Y uno de los métodos más economizadores de tiempo y de comprensión que poseen estos estudiantes inmigrados (y todos los adultos) es el de relacionar este mundo nuevo, la nueva lengua con su sistema de valores, el de su visión cultural y el sistema de su propia lengua materna.
Es por esto que se precisa una enseñanza sistemática y sistematizada, conforme a parámetros estandarizados, con ciertas y apropiadas dosis de metalenguaje. Debido a la inmersión lingüística mencionada arriba, surge aquí otra controversia, pues en el caso de que estas personas inmigradas asistieran a un curso de español no estarían en un curso de lengua extranjera, sino en uno de lengua segunda. Por explicar su diferencia, el español como lengua extranjera (ELE) se daría en todo lugar donde esa lengua extranjera, no fuera lengua vehicular (un alumno alemán que aprende español en Berlín), y el español como lengua segunda (E/L2) sería el caso las inmersiones lingüísticas en el país origen de la lengua estudiada (por ejemplo, ese estudiante alemán que llega a España). Entre las derivaciones de esta duplicidad está el hecho importantísimo para el aprendizaje de una lengua de la necesidad de la interacción oral. Pues bien, si un estudiante de lengua extranjera (el estudiante español que estudia inglés en España) siempre está necesitado de esta interacción oral, el estudiante de una lengua segunda (el estudiante alemán que ha llegado a España) se ve saturado por la presencia de la lengua meta en todo lo que le rodea. Esta es, precisamente, la situación en la que se ven involucrados los inmigrantes que llegan a España: una inmersión repentina y precipitada que ofrece una saturación de conocimiento nuevo, y sin conocimiento previo.
Si bien el aprendizaje de una lengua extranjera viene ya estructurado per se, qué duda cabe de la extrema necesidad de una nivelación, planificación y normalización en el aprendizaje de una lengua segunda, en inmersión plena. Y es también evidente que toda esta estructuración ha de realizarse conforme al tipo de estudiantes de nuestro caso y sus intereses.
Visto todo lo anterior conviene preguntarse entonces qué diferencia hay entre enseñar español a inmigrantes y enseñar a extranjeros en general. Parece que ninguna. Ambos grupos pedagógicos necesitan igualmente de la sistematización de la lengua y sus componentes, de cierta metodología y de la preparación del profesorado. Desde hace unos cuantos años se hace hincapié dentro de la enseñanza de lenguas en el valor del componente afectivo, ligado tanto a la motivación como a los resultados. El grupo humano de los inmigrados aprendientes es muy heterogéneo, en lenguas maternas, en visiones culturales, en respuestas a la aculturación, o en los motivos de su migración. Pero hay algo que los hace un grupo solidario: su acceso a un mundo nuevo, en costumbres y en lengua, y el abandono de su tierra. Este desarraigo es común aunque más o menos acentuado. Pues bien, este es el punto donde la aculturación por medio del componente afectivo se hace mucho más intensa que en cualquier otra situación de enseñanza de español. Y es en este componente donde se ha de tener especial cuidado al tratar con este grupo pedagógico que, generalizando, se llaman inmigrantes. Es el factor afectivo el distintivo único e importante el que hay que considerar como diferenciador de una enseñanza de español a personas inmigradas.
Escritor: Javier Gamboa