EL CRISTIANISMO, RELIGIÓN DE RELIGIONES

El Cristianismo es una de las religiones monoteístas surgidas en el Próximo Oriente y basado en la creencia hebraica de la venida del Mesías o Salvador para la redención de los pecados de los seres humanos. El Cristianismo hunde sus raíces en el Judaísmo y se basa en la vida, obra, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret hace 2.000 años, un movimiento mesiánico dentro del pueblo de Israel sometido a la dominación romana.

Sin embargo, esta nueva religión trascendió casi desde su orígenes al Judaísmo, el cual hace del pueblo de Israel el único elegido por Dios, para extender la redención del pecado y la promesa hecha por Dios a Abraham a toda la humanidad, por medio de la muerte y de la resurrección de su Hijo hecho hombre. Estos Hechos se recopilaron en los cuatro Evangelios, término que significa “mensaje de Dios”, textos escritos en el primer siglo tras la muerte de Jesús.

Este cuerpo doctrinal es en el que se basa la Iglesia Cristiana, aunque el personaje que perfiló el Cristianismo, “dejando atrás” la sinagoga y fundando la Iglesia o Asamblea de creyentes, fue Pablo o Saulo de Tarso, teólogo judío, intelectual, que extendió la nueva religión a “los gentiles”, es decir, a los no judíos, y propagándola por las antiguas Grecia y Roma.

Al principio fue una religión perseguida, pues ponía en duda e incluso negaba el culto al Emperador como dios, oficial en todo el Imperio Romano. Pero el Cristianismo absorbió ritos y creencias de antiguas religiones permitidas en el Imperio, como son las cosmogonías del antiguo Egipto, los ritos Eleusinos o el culto a Mitra.

De las antiguas religiones egipcias e incluso mesopotámicas, los cristianos adquieren la concepción del dios único que existe de tres formas, la Trinidad. Si los egipcios conocen la trinidad de Osiris padre, Horus hijo e Isis esposa, en el Cristianismo se suplen por Dios padre, Jesús hijo y Espíritu Santo.

De los cultos de Eleusis, los de mayor importancia en la antigua Grecia, se aprovecha el mito de Deméter y Perséfone como el del renacer de la vida y la primavera, así como los secretos de iniciación y la recompensa de una futura vida eterna. El renacimiento de la vida en primavera se asimila a la resurrección de Cristo desde la muerte, el hombre nacido en Belén ( Betlehem, que significa “Casa del pan”).

De otras religiones mistéricas, es decir, de las religiones que guardan sus rituales secretos, los misterios, únicamente entre los iniciados o adeptos, la que más similitud guarda con el Cristianismo fue el culto al dios Mitra o religión mitraica. Esta proviene del Asia Menor y se extendió por todo el Imperio. Mitra se asemeja mucho al Dios cristiano, o viceversa, pues Mitra es el hijo del dios sol, nace un 25 de diciembre (Solsticio de invierno en el hemisferio norte), de un anillo zodiacal (mandorla o almendra mística), fue adorado por pastores al poco de nacer y del sacrificio del toro que mata con su cuchillo surge vino de la sangre y pan de la columna vertebral.

Aparte de estas similitudes entre las deidades, los ritos son también muy parejos. En los banquetes mitraicos entre los adeptos se ofrecía pan y vino (Eucaristía), se bautizaba a los fieles por inmersión en agua, los iniciados mayores se convierten en miles (soldados de Mitra) y se les marca con una señal en la frente (Confirmación), el oficiante era el pater (padre) y el día sagrado ya no era el sabat judío, sino el domingo.

De todas estas religiones, el Cristianismo forjó su doctrina y sus ritos y, si bien fue perseguido durante los primeros siglos de su existencia e incluso considerado como una secta judía, su posibilidad del premio de la vida eterna y la apertura a todos los miembros de la sociedad (esclavos, libertos, patricios, ciudadanos), la hizo triunfar y ya en el siglo IV no solo dejó atrás su persecución, sino que se convirtió en religión oficial del Imperio.

Y una vez convertida en religión oficial y exclusiva, no tardó en prohibir, suplantar y demonizar los antiguos dioses y creencias. De una primera etapa iconoclasta, se pasó a permitir las esculturas de los antiguos dioses, pero bajo el tamiz o velo cristiano, como es el caso de la representación paleocristiana del buen pastor, que no es sino la copia o apropiación de la imagen de Orfeo, e incluso de la mitología griega del Moscóforo o Hermes, el enviado de los dioses.

Posteriormente, con su expansión por territorios con otras creencias, como las célticas o en su llegada a América, se apropió o demonizó igualmente los cultos y religiones de cada zona para redundar en su propio beneficio de religión única y verdadera.

Escritor: JUAN JOSÉ GARCÍA