La historia de Colombia no es otra que la historia de la lucha de un pueblo que busca la libertad, la igualdad y el desarrollo. Condicionada, por supuesto, por el antagónico papel que ha jugado las clases más altas en su rol de dominio total sobre las masas con las prebendas que le otorga la historia mundial a nuestro territorio desde el punto mismo en que este empieza su historia como republica, como nación. Colombia no es otra cosa diferente a la misma Sudamérica sometida a un modelo de explotación territorial y de los hombres nativos para el enriquecimiento ajeno, iluminado – y patrocinado – en ese entonces, por el orden eclesiástico que resolvió cobrarse con oro y plata la salvación divina.
El contexto en el que se ha desenvuelto esta lucha de clases, una por mantener el poder y la otra por recuperarlo y democratizarlo, ha cambiado periódicamente según el carácter económico y político que se adopta en el momento histórico. Y tenemos como noción de la historia de esta lucha de clases lo que se nos permitió reconocer entre el sedimento de lo que fue la época de la Conquista. De ese entonces para acá los descendientes de los conquistadores, colonos y los que cumplían con altos cargos de función pública pasarían a ser la posterior clase alta. Y se entiende por “clase”, no solo a ese prejuicio superficial de estrato o de condición económico – social, sino también a las diferentes costumbres y valores establecidos internamente dentro del marco social y cultural. Se resuelve de esta manera, dicha en una palabra, que la lucha que libra el proletario oprimido por recuperar lo que históricamente le fue negado, inclusive antes de nacer, es una lucha por destruir esa noción que se tiene por “clase alta” con la que se ha servido esta misma para establecerse en el dominio de una manera absurda, sectaria y violenta.
La historia de Colombia es la historia de la lucha de clases. Unos arriba y otros abajo. Y por muy certero que sea el dictamen del pasado parece ser que el país encuentra la manera de repetirse y repetirse en el mismo baile de injusticias, violencias y explotaciones sin que de alguna manera estalle una revolución.
Desgraciadamente esa ha sido la intención y no una realidad. El único medio por el que se ha visto forzado el campesinado excluido, el trabajador subyugado y las juventudes sin garantías de educación y progreso, no ha sido otro que el de la violencia. La conformación y organización de guerrillas armadas y rebeliones contra la clase opresora: esa ha sido la respuesta histórica de la Colombia oprimida. De igual manera ha sido la respuesta de las grandes mafias empresariales que, conglomeradas y apoyadas entre si, le ha dado la forma mas expresa a la violencia desde que se busco todo medio de financiar el aplacamiento de los alzamientos populares. Pasando por las épocas de la lucha por el rojo o el azul; el de la conformación de las guerrillas más reconocidas y el de su respectivo papel y deformación en la época del narcotráfico, predominó siempre latente el interés de las minorías por mantenerse sobre las mayorías sin importar el precio.
El precio lo ha pagado el pueblo mismo con sangre, lagrimas y esperanzas. Esperanzas unas veces menos vivas que otras, pero siempre inciertas, cegadas por la misma condición presente en el que se ven los colombianos. Por si fuera poco, además de estar sometidos a un sistema que no garantiza en ninguna de sus características la democracia y por consiguiente la justicia y la paz social.
La apuesta por el cambio social en el siglo presente se agudiza. Se tiene conciencia de lo inmerso que se encuentra nuestra realidad entre un ciudadano y otro respecto al problema que se acrecienta, no en torno al problema mismo, sino a la perspectiva misma del sujeto, osea, el país de a poco toma conciencia y se convierte proporcionalmente en un solo ente y que reconoce por si mismo las prioridades que le urgen como ser individual y social. Ante los ojos de una realidad inminente (el de la violencia como alternativa de supervivencia) en pro de una salida mas humana se concatena que las alternativas apuntan a una necesidad de educar académicamente a los hijos de la sociedad; de brindarles una educación fructífera, dirigiendo las cosechas de hombres con cultura, conocimiento y competentes hacia los nodos de cada región de la nación. Esto lo reconoce la burguesía que se ha apropiado de los terrenos, de los medios de producción y del poder político; y saben que esa es la estructura social que no deben permitir surgir, pues va en contra de sus intereses, que no es mas que mantenerse en el poder y para ello es necesario crear el mayor numero de agentes dividendos y corruptores que permitan la no unificación del proletario y que estos mantengan a su vez dormidos los intereses que yacen en común bajo el manto de la historia.
Pues es la historia quien nos enseña que de una u otra forma la explotación del ciudadano para el enriquecimiento ajeno tiene un punto de ebullición que denota en acontecimientos de los que se tiene registro como el nacimiento de guerrillas; de gente que piensa en la gente y que por amor a ellos han pagado con su vida o su libertad; de movimientos pacíficos con proyección política y democrática, etc. Cada uno de ellos como efecto de la causa que se expone. Sin embargo, al pasar los años, ya hoy en pleno alborear del siglo XXI, aunque los casos antagónicos sean aun más descarados y sacados a la luz pública, parece ser que una seria parte de la sociedad no demuestra la mínima señal de indignación y lo que es peor, toman su papel (el impuesto de manera violenta históricamente) de manera natural y lo han asumido como el modus vivendi único e idóneo de lo que en perspectiva general de esta parte considerable de la población se estimaría como digna, aunque tengan que besar los pies y las manos cubiertas con guantes blancos de unos pocos para poder adquirir ese estado. Lo que es algo paradójico. Contradictorio a la esencia humana de libertad.
El cuarto poder, llamado así a los medios de comunicación por su gran influencia en la sociedad respecto a su poder informativo en masas, toma quizá, sino, el papel más importante dentro del aparato éste que es el sistema de una sociedad. Hablo de que el papel periodístico en la historia de esta y cualquier sociedad es el que determinó, determina y determinara la realidad de la misma, pues al reflejarla, registrarla y contornearla crea las condiciones en las que se tomaran las decisiones presentes y futuras, ya que es gracias al periodismo que las personas al ser informadas de un suceso determinado tomaran, o no, medidas y acciones al respecto. Hablo entonces que el periodismo es la sustancia que conlleva la responsabilidad de informar de los sucesos relevantes de la región a sus congéneres patrios, por tanto que lo que se informe se vera en la mayoría de los casos como una verdad. Pocas veces cuestionadas.
Al adjudicarse esa gran responsabilidad social al papel periodístico en general, del mismo modo y en igual proporción se le atribuye gran parte de la responsabilidad al periodismo colombiano en su carácter mediático e irresponsable frente a la realidad que afronta nuestro país. Hay unas necesidades por suplir que nuestros antepasados han dejado como legado en la lucha por el poder por el pueblo. Esas necesidades yacen en la problemática que confrontan las personas de todo el país al no tener las garantías que una democracia debería ofrecer. La violencia que tanto caracteriza a Colombia frente al ojo internacional es tan solo la punta del iceberg, por debajo de ella se consolida el hambre, la pobreza, el clasismo, el racismo, la ignorancia y desculturización producto de la carente formación académica y pedagógica que arraiga las raíces de los hogares colombianos, de sus puertas entonces con pies de humano sale a las calles la cosecha viva de la burguesía neoliberal. Y lo que vemos es una constante desinformación y tergiversación de la verdad y de la opinión en los canales televisivos, periodísticos y radiales.
La realidad que debe ser revelada, contorneada a su imagen y semejanza para informar a las personas es igualmente vista como tal por mas que se delate su corrupción. No parece haber una vista crítica a eso que nos vende diariamente como verdad y por ello que aunque en nuestros bolsillos los pesos dicen mucho de lo desigual que esta repartida la riqueza nacional, no adoptamos medidas serias. La responsabilidad de un periodismo real y comprometido con el cambio social ha caído desde sus inicios en manos de quienes siempre han impuesto su modelo totalitario de gobierno; la responsabilidad entonces se multiplica: por un lado el de combatir esa corriente desinformativa revelando secuencialmente los intereses ocultos detrás del velo mediático; y por el otro el de derogar y remplazar el periodismo tradicional por uno que le apueste a la concientización social.
El llamado que la historia de un país que ha sufrido casi todos sus años la opresión a la mayoría es el de eliminar la basura mediática, remplazarla por la que se responsabilice en información veraz que sirva como medio informativo del que el ciudadano se sirva para acrecentar su calidad de vida en cualquiera de sus expresiones. Pues el conocimiento de la realidad implica directamente las herramientas para transformarlo.
Escritor: Cristian Cuellar Blanco