El estado, la educación tradicional y el castigo físico en Chile en el siglo XIX.

 La modernidad surge cuando se desmantela el status quo feudal y se inicia una nueva forma de ser y estar en el mundo, determinado por la razón. Funda sus bases en la racionalización, que es definida como el mecanismo que posibilita el cálculo de la acción sobre otros, es decir, es el modo en que el ámbito social se ve sujeto y normalizado para poder analizar y controlar a los individuos en su conjunto, pronosticando su comportamiento. Aquí surge la construcción de un Estado como tal, que estableció sus bases a partir de la Revolución Francesa y el liberalismo económico concretado con la Revolución Industrial, que se convirtió en el principal gestor y respaldo de la modernidad.

La educación en este periodo se torna transversal a la humanidad y fue necesaria para aplicar los principios de orden, progreso y libertad, conceptos promovidos en el “siglo de las luces”, que se tradujeron en los motivos primordiales que dieron pie y ampararon el afán totalizador que se introdujo a gran escala para crear los Estados nacionales. Por este motivo, fue imperiosa la formación de escuelas, vistas como un organismo estatal inmiscuido en la población de manera general. La enseñanza abandona su cariz privado y se propone como el medio para participar en la sociedad moderna, que a través de la democracia se exportaba como una diáspora en el globo.

En Chile, estas ideas fueron tomadas por los pensadores y representantes del periodo independentista, por lo tanto, fomentaron la fundación de escuelas e incrementaron el número de estudiantes a través de las décadas. La implantación de la escuela nace como uno de los brazos restrictivos del Estado, basándose en la idea republicana de progreso a través de la reglamentación de las escuelas y liceos a lo largo del país, elaborando un curriculum moralizador e instructivo desde el prisma de la elite para producir sujetos nacionalistas y así liberarse de la corona española, caminando hacia la ansiada “civilización” de la cual tanto versaban los hombres del momento.

En este contexto, la infancia empieza a ser considerada como una etapa de la vida y pasa a tomar un rol fundamental desde el enfoque institucional -porque los niños pasan a ser los cuerpos dóciles y sociables- que pretendía ajustar la formación de ciudadanos. Sin embargo, los infantes eran constantemente reprimidos por las autoridades, quienes por medio de la disposición de bancos, métodos y elementos dentro del aula hacían que los pupilos fueran subordinados, enfocándose en el castigo físico como método de corregir conductas, como una forma de prevención de la rebeldía propia de la juventud. Los profesores, tenían un rol crucial en esta instancia, porque en las escuelas se producía un vínculo contractual entre profesores y apoderados, quienes, muchas veces, cedían la soberanía sobre sus hijos reemplazándola por la del maestro.

En la visión generalizada que se tenía sobre la metodología instructiva en el siglo XIX dominaba la premisa la letra con sangre entra y, si bien, no era un asunto legislado, era frecuente y poco penalizada la utilización de ciertos elementos y costumbres para generar un cambio en el comportamiento del alumnado, que, básicamente, se esgrimían con el fin de causar un alto impacto, amedrentando a los demás o, como solían llamarle, “ejemplificando” -con el uso de artículos como el guante, la palmeta, el encierro- al resto de los niños a través del castigo de uno o de una minoría y mostrando a los otros a lo que podían llegar si se desobedecía.

Por lo tanto, podemos decir que, la ilustración predicó la libertad, pero, irónicamente, fue la era en que se programó una sociedad basada en la vigilancia, el control y la corrección. Porque la hegemonía dictó parámetros, en este caso los intelectuales decimonónicos, desprendiendo una violencia que permitió la superposición de una minoría hacia la masa. La libertad fue mermada por el modelo articulado y la manipulación que esto conllevó ha sido la causa de la ausencia de autonomía, que junto a la presencia de la disciplina va reduciendo el campo de acción de los individuos. Las reglas y las normas fueron creadas por un segmento de la sociedad, con un código cultural propio, el cual a través del poder económico y político construyó su imperio, atribuyéndose la misión de conquistar las mentalidades y de expandir su potestad por medio del control.

El Estado, la creación máxima de la clase dirigente, se ha servido de diversos soportes para mantenerse en el tiempo. Analizamos, brevemente, cómo la escuela se convierte en uno de estos medios para continuar apoderándose de los sujetos, provocando que se valide y se tome en consideración lo racional, la ciencia, lo objetivo, las instituciones formales y las leyes, para lograr una mayor sumisión por parte de la población y esto sucede porque, suponemos, con el fomento de éstas, se traspasó fácilmente y de manera duradera el ideal de nación, que es la copia fiel de modelos extranjeros, en los que prevalecen los principios cívicos, como el orden, al moral, el acato, etc.

Utilizando el esquema “coerción-corrección: castigo” tanto en Chile como en el mundo, se fue abriendo el camino de la educación tradicional, que aún perdura y es la que más alcance ha tenido en términos cuantitativos. En el texto expuesto podemos vislumbrar que, a pesar que en la actualidad está obsoleto el castigo corporal, los principios no han cambiado de fondo en las consideraciones para elaborar planes de estudio, que debieran ser más amplios, pluralistas, multidisciplinarios, dirigidos hacia otro tipo de destrezas y habilidades para forjar una sociedad más justa e integradora.

Escritor: Camila Urzúa Guerra.